David blay Tapia / Fotos: Yukari Taki
¿Cómo aprendes a cocinar si una legión de sirvientes te impiden siquiera acercarte a los fogones? ¿Qué representa, en ese caso, la comida en las reuniones familiares si no existe un plato característico que encierre detrás el esfuerzo o la pericia de un ser querido? ¿Cómo tienen lugar las conversaciones entre abuelos y nietos, si no es en las jornadas interminables de preparación de viandas donde los primeros ya no tienen prisa y los segundos nada que hacer?
Muchas de las personas que lean estas líneas habrán pasado por Seu Xerea. Y quizá las mismas, o algunas menos porque en Valencia crecemos en cocina internacional pero seguimos siendo ligeramente reacios a las nuevas tendencias, son o serán visitantes de Ma Khin Café. Puede que la mayoría, esperando entre plato y plato, haya sentido curiosidad por la historia que se cuenta en los manteles y las cartas del restaurante. Pero no haya ido más allá de la impresión de que la cocina de Steve Anderson es un homenaje a su bisabuela.
De los que pasen los ojos en estos momentos por la tinta (real o virtual) de este artículo, seguramente el 95 por cien no se planteen leer un libro de cocina. Entre otras cosas, porque casi todos hablan de técnicas que jamás serán capaces de implementar en su casa. Y si el planteamiento se abre a un capítulo concreto de la historia de Birmania, es factible que ni siquiera hagan el esfuerzo de hojear sus páginas. Aunque el chef y su hermana Bridget hayan conseguido un ejemplar con un diseño digno de cualquier gran obra de la actualidad gracias al trabajo de Yukari Taki.
Cada vez más estamos acostumbrados a consumir contenido que nos enlaza a otro. Y salimos constantemente de la lectura que nos interesaba para saltar a otra que nos llama igualmente la atención, no acabando normalmente ninguna de ellas y alargando el momento de visionado más de lo que teníamos previsto. Pero hacer esto en papel, si no imposible, es realmente poco común. Salvo en el caso de la publicación que nos atañe.
Los hermanos Anderson han querido rememorar no solo la vida de su antepasada, sino recrear sobre todo las conversaciones que mantenían con su abuela mientras esta sí cocinaba, en sus tránsitos entre Rangún, la India o Inglaterra. Y, mientras repasan como si fuera un guión de cine la vida de los suyos mezclada con una de las épocas de mayor convulsión política de la historia (incluyendo las dos Guerras Mundiales) intercalan las recetas que comían desde pequeños o que han implementado en su local. Y uno cree que en lugar de papel tiene entre las manos una pantalla luminiscente que le permite pinchar a un link y recrear aquella vida a través de una comida prácticamente desconocida pero llamativamente (al menos a la vista) sabrosa y exótica.
Hoy día se han hecho comunes entre la mayoría de comensales las gyoza, el curry, el chutney o hasta los bocadillos vietnamitas, pero en ocasiones no recordamos ya que hace apenas 10 años cualquiera de estas palabras eran recibidas por los clientes con un signo de extrañeza. En una época, además, donde contar una historia apenas te garantizaba comensales. Porque se premiaba lo efectista frente a lo experiencial. O incluso ante lo humano.
Sin embargo, por fortuna en estos momentos que nos cocine alguien que ha vivido en diversos países, ha rescatado platos olvidados de sus ancestros y los ha adaptado a la realidad española (es impagable el comentario sobre las salchichas especiadas y cómo, si se hicieran a la manera tradicional, no pasarían ni de lejos una inspección de Sanidad) suma mucho más que el hecho de dejarnos ver en el sitio de moda. Aunque esto, en la era de Instagram, sea difícilmente comprensible.
Es posible que, salvo lectores ávidos, fans incondicionales de Steve o simples amantes de sus recetas que quieran descubrir si son capaces de replicarlas en su casa, su libro se quede en la tan manida expresión de para una inmensa minoría.
Pero, para quien ha escrito ya algún libro y se arrepiente de no haber apuntado (por ejemplo) todo lo que le contaban sus abuelos, la comprensión de estas páginas es profunda. Porque, en determinados momentos vitales, necesitas contarle a la gente lo que viviste en tu infancia. El período más mágico sin duda de tu vida.
Y, en este caso, aderezado (nunca mejor usado un verbo por sus dos connotaciones) por una crónica cuasi desconocida en España pero que pone en valor el protagonismo de mujeres valientes que lucharon contra una sociedad inmensamente más represora que la actual. Lo que, bien mirado, quizá dé un punto mayor de interés a un libro que ya de por sí es de los más singulares que podrán encontrarse en la gastronomía mundial.
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