4 febrero, 2022
Mar Lafuente / Foto y video: Fernando Murad y Pedro R. Arias
Como si de una cepa vieja se tratase, la Cooperativa Valenciana Virgen Pobre de Xaló, o popularmente conocida como Bodegas Xaló, sembró su pasión por la viña hace casi 60 años, hundiendo sus raíces en la tierra y en el tiempo. Situada en la comarca de la Marina Alta, concretamente en la zona de la Vall del Pop, la bodega alicantina ha unido la gran tradición vitivinícola de estas tierras con la más moderna tecnología consiguiendo, con el paso de los años, convertirse en emblemática por sus vinos y licores de alta calidad.
Nosotros nos hemos desplazado hasta allí para sumergirnos con ellos en sus raíces conociendo sus orígenes, su historia, sus tradiciones y su cometido. José Juan Reus, presidente de Bodegas Xaló desde hace casi 14 años, fue el encargado de abrirnos las puertas de lo que ya es casa para los 400 socios agricultores que actualmente componen la cooperativa.
Si tuviéramos que remontarnos a los orígenes, tendríamos que echar la vista siglos atrás cuando el mismo Joanot Martorell hacía referencia al vino de la ‘Vall’ en sus escrituras. Pero vamos a irnos hasta el 1962 cuando catorce agricultores de la zona decidieron aunar su esfuerzo y trabajo para buscar soluciones tras la llegada de la filoxera. Desde entonces hasta ahora se han llevado a cabo numerosos cambios e innovaciones, pero siempre bajo la misma filosofía y con un mismo fin. Según José Juan Reus, “lo que nos ha hecho y nos hace diferentes y especiales son los agricultores y su manera de trabajar la uva, cada año se esmeran más para que la uva entre en mejores condiciones y así poder hacer vinos de mayor calidad”.
El presidente nos hizo un pequeño recorrido sobre cómo han cambiado las cosas hasta lo que es a día de hoy Bodegas Xaló. En los inicios trabajaban únicamente la variedad Giró, fue años más tarde cuando empezaron a entrar Moscatel, la variedad que reina, junto con la Giró, en las 400 hectáreas repartidas entre Alcalalí, Llíber y Xaló que suman los socios agricultores. Con la moscatel empezaron haciendo la famosa mistela de la zona y, conforme han ido pasando los años, han ido evolucionando y aprovechando todas las características de esta uva tan especial que les permite hacer desde las típicas mistelas hasta blancos secos, semidulces, afrutados, o incluso un espumoso.
Es por esto que desde la bodega se describen como “la cuna del moscatel”. Para conocer mejor sus raíces y la tierra que tanto les representa, nos fuimos hasta el Pla de Llíber donde se encuentran algunos de los viñedos. En medio del campo de moscatel nos recibió Sergio Balaguer, enólogo de Bodegas Xaló, quien nos dió muchos más detalles sobre las tierras donde nace esta variedad y sus marcadas características, además de explicarnos algunos de los conceptos más básicos de la viticultura.
Siguiendo con los métodos tradicionales y “de toda la vida”, como asegura Sergio, los viñedos del Plá de Llíber están plantados en vaso, “el vaso es como una copa de vino, se va criando la cepa en forma de copa”, ha explicado el enólogo. Viñedos muy variados y con edades muy diferentes, tanto cepas viejas que han ido aguantando y cuidando para obtener una mayor calidad, como algunas más recientes. Además, está casi todo plantado en secano, prácticamente no hay nada de regadío, ya que tienen un microclima muy especial con inviernos muy fríos, que permiten acabar con malezas o bacterias, y veranos de mucho calor.
Envueltos en estas particularidades nacen las uvas de moscatel. “Es una uva muy aromática que antiguamente se gastaba para hacer pasas y exportarla. Se empezó a hacer mistelas y, desde hace unos 20 años, se empezó a trabajar para hacer vinos blancos. Es una variedad que da mucho juego, nosotros con la misma base de moscatel hacemos siete productos diferentes”. Sin duda, una uva con mucha personalidad y una gran versatilidad.
Los meses de enero y febrero son clave en el mundo del vino, ya que es temporada de poda. Muchos de los socios estaban trabajando sus tierras y podándolas, para poder recoger los frutos dentro de unos meses. Sergio pudo explicarnos cómo se realiza, “la poda es quitar la rama vieja para que vuelva a salir la rama nueva. Nosotros podamos a dos yemas y la ciega, consiguiendo que la cepa esté equilibrada y no salga un brazo muy alto, por ejemplo. Se va nivelando para que crezca al mismo nivel y poder trabajar la cepa mejor”. Una vez terminada la poda, a mediados de marzo vuelve a brotar sacando la rama nueva que dará el fruto para, entre los meses de septiembre y octubre más o menos, recogerlos.
Un trabajo duro, pero muy reconfortante cuando se convierte en vino, así lo ha asegurado Sergio: “es un trabajo que te tiene que gustar mucho tanto el campo como después en bodega. Lo bueno que tiene la viticultura es que cuidas y trabajas tu viña para luego crear un vino. Es una satisfacción muy grande ver desde que empieza a crecer el fruto hasta que te bebes el vino”.
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