10 junio, 2021
Olga Briasco / Foto y vídeo: Fernando Murad / Vicente Escrivà
Antes de comenzar la visita a Bodegas Arráez debes dejarte la vergüenza en casa y buscar tu mejor versión, la canalla por supuesto. Sí, porque en Bodegas Arraéz los estereotipos están de más y aquí el vino se disfruta de una manera más informal y con ese toque tan mediterráneo que nos caracteriza. Si vas con remilgos el enólogo Toni Arráez te ayudará a romper ese cliché y disfrutar del vino como a ti te nazca, olvidándote de los protocolos. Tienes de tiempo hasta que tu coche aparque en Bodegas Arráez, ubicada en La Font de la Figuera.
Cuando aparques, date una vuelta para apreciar el edificio, construido bajo los criterios de sostenibilidad —tiene el certificado de alta eficiencia energética— y funcionalidad. Una bodega diseñada por el propio equipo bajo unas líneas modernas pero conservando la esencia de las bodegas de siempre. Sorprende el color tierra de sus paredes, que se integran en el paisaje para no romper la armonía del entorno natural. Fíjate bien en el camino de tierra porque en la sala de las barricas te darás cuenta de que está edificada unos metros por debajo del suelo que estás pisando ahora.
Un lugar rodeado por unas treinta hectáreas. De ellas Toni Arráez te hablará más tarde, en un lugar mágico que no quiero desvelarte aún. Ahora, empuja la puerta y accede al interior del edificio. Al pasear por su tienda verás la singularidad de Bodegas Arráez, donde se exhiben botellas con nombres tan sugerentes como Mala Vida, Bala Perdida, Vividora o Cava Sutra, entre otros. Y, por supuesto, Hu-Ha, el tecnho-vino elaborado junto a Chimo Bayo. Nombres divertidos que no pierden el rigor en sus elaboraciones pues con Toni Arráez la bodega ha dado ese salto necesario a la innovación sin descuidar los valores que llevaron a su familia a fundar la bodega en 1950. Por cierto, no te olvides de ir al baño, que te sorprenderá.
Con gran emoción y recordando sus días en aquella primera bodega, Toni hace un breve resumen de la historia familiar: “Mi abuelo (Antonio Arráez Garrigós) hace 71 años comenzó la comercialización de sus vinos, tanto a granel como embotellados, gracias a la incorporación de nuevas técnicas enológicas, vitícolas y comerciales. Después mi padre, en los años ochenta, llevó a la bodega la industrialización e internacionalización de la empresa”. Y desde 2007 está al frente el propio Toni, protagonista de esa gran revolución para acercarse a la gente más joven. Lo hizo con un proyecto inconformista y algo irreverente que se materializó con Mala Vida, que se convertiría en el eje directriz de todo el proyecto.
Mirando hacia esa ventana que da a los depósitos decorados con obras del artista Eduardo Bermejo, te conviertes en un espectador de lo que sucede en la bodega. Desde aquí ves trabajar a la plantilla —el 70% de ellos son de la zona— pero también la sala de embotellado, laboratorios y oficinas, iluminadas por esa luz natural que entra en cada uno de esos espacios amplios y diáfanos. Arráez comenta que si voláramos en globo —experiencia que próximamente se pondrá en marcha— veríamos cómo la bodega tiene forma de botella. Una forma que también se aprecia desde dentro: Por la ‘boca’ entra la materia prima y saldrá el vino embotellado; en el centro está la parte de elaboración y crianza, y al fondo las dos líneas de embotellado; al lado y arriba, laboratorios, salas de cata, tienda…
Los tesoros de los Arráez
Como Julio Verne en su Viaje al centro de la tierra, descendemos por unas escaleras que conducen hacia esa sala situada a tres metros bajo tierra. Al principio no sabes muy bien dónde estás pero cuando se enciende la luz se abre ante ti una sala repleta de barricas. Un lugar mágico, con una temperatura y humedad constante, que invitan a imaginar el proceso, casi de alquimista, que se hará una vez se considere que la crianza ha terminado. En ese momento las uvas, combinadas entre sí, serán las que notemos al descorchar una botella. Un silencio que rompe Toni al abrir una barrica y con una pipeta extrae un poco de vino. Solo el tiempo dirá en qué botella lo degustaremos en un futuro.
Unas escaleras nos devuelven a la superficie y a la sala de catas, cuyos grandes ventanales dejan el viñedo a nuestros pies, la Font de la Figuera a nuestra izquierda y la Penya Foradà como guía casi espiritual —“la boca de la botella está apuntando al Capurutxo”, explica Toni—. Un lugar idóneo para que Toni explique que en estas tierras se cultivan tanto viñas viejas en vaso como viñas jóvenes en espaldera y hay variedades autóctonas como la Monastrell, Tempranillo, Garnacha Tintorera, Verdil y Moscatel, Forcallat… que se complementan a la perfección con las variedades foráneas Cabernet Sauvignon y Syrah.
También se recuperan variedades que antaño se cultivaban y que se perdieron en alguna de las generaciones de viñadores que trabajaron estas tierras. Es el caso de la variedad Arcos, empleada para el proyecto más íntimo de la bodega: Los Arraéz. Se trata de una nueva categoría enológica de gama superior a todo lo anterior producido en la bodega, formada por tres vinos de elaboración propia con variedades, en gran parte, autóctonas de la DO Valencia.
Lo explica mientras abre una puerta corredera que lleva a la terraza, con una piscina que dan ganas de tirarse de cabeza. Un lugar que pronto se llenará de personas disfrutando de una experiencia enológica inolvidable y alargando las tardes en torno a un buen vino. En una de esas mesas altas disfrutamos de una copa del vino tinto Arraéz Arcos y una selección de embutidos locales que armonizan a la perfección. Un instante en el que sientes esa energía que trasmite la bodega y su pasión por hacer vinos “enfocados a un público inconformista y con un denominador común: el disfrute”. Con este espectacular marco, solo queda brindar por la vida y por todos los y las ‘canallas’ que hay en el mundo.
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