19 junio, 2019
. El mosto tinto ecológico y sin sulfuroso producido en caliente es uno de los productos diferenciadores de la Cooperativa de San Antonio Abad de Villamalea
. La bodega se encuentra inmersa en la creación de una cooperativa de segundo grado junto a otras seis cooperativas
Mª Carmen González
Con 18 años, recién salido de la Escuela de Enología de Requena, Pascual Amorós comenzó a trabajar en el mundo del vino. Una amplia trayectoria profesional desarrollada tanto en bodegas privadas como, especialmente, en cooperativas. No en vano estuvo trabajando 20 años en la Cooperativa de Sax, desde donde pudo participar en la formación del Grupo Bocopa. Desde hace siete es el enólogo de la Cooperativa San Antonio Abad de Villamalea (Albacete), adscrita a la DO Manchuela.
Amorós es un defensor nato del trabajo que se desarrolla en las cooperativas, consciente de, entre otras cosas, todo el tejido económico y de riqueza para los pueblos en las que están asentadas, que se crea a su alrededor. Mientras en la empresa privada “se miran más los resultados económicos que la satisfacción que tú puedas crear en una zona”, en una cooperativa se trabaja “para unir esfuerzos y mantener una zona”.
No obstante, bromea, trabajar en bodegas privadas tiene algunas ventajas, ya que “solo tienes un jefe”. En la cooperativa, por el contrario, “tienes que pensar que trabajas para muchos jefes”, y eso entraña cierta dificultad. “Hay que pensar más en el grupo que individualmente; lo que hagas o diseñes es para el beneficio del grupo”, insiste.
El enólogo destaca también la calidad y el alto grado tecnológico que han alcanzado las cooperativas, y cómo está cambiando la percepción que del vino cooperativo tienen los mercados. “Siempre se ha unido cooperativa a vino malo y a granel, pero eso está cambiando y ahora muchas cooperativas y grupos de segundo grado somos líderes en el mercado”, indica.
Así, “ahora mismo en embotellado o salida al exterior estamos dando lecciones a empresas privadas, lo que no significa que seamos mejores o peores”. “No las vemos como competencia desleal; todo el mundo es bueno y lo que hace el vecino también nos puede beneficiar. Todo lo que se haga en el sector para aunar esfuerzos es positivo”, explica.
Amorós cree que hasta hace poco tiempo ser un ‘vino cooperativo’ era un hándicap a la hora de vender, pero que ahora la “mentalidad ha cambiado”, tanto desde las cooperativas, que cada día se esfuerzan más por hacer vinos de calidad, como en el consumidor. “Ahora se está publicitando más nuestro trabajo, aunque esta sigue siendo la gran asignatura pendiente”.
En este sentido, comenta que “hay que saber publicitar lo que estás haciendo en el campo, en tu propio viñedo, en la bodega, que estás haciendo un producto totalmente natural…, que es lo que han hecho las grandes marcas vendiendo su terruño”.
En la actualidad, afirma, la calidad que sale de las cooperativas ha aumentado. “Se han mejorado las producciones, se tienen técnicos en campo y se está seleccionando en campo, se está mejorando en la recepción porque la uva se analiza nada más llegar a la bodega, y todas esas mejoras tecnológicas dan lugar a un mejor producto, y a que puedas separar”.
Y es que en la cooperativa, señala, “llegan cada día un millón de kilos, que sabemos que no son perfectos al 100%. Si conseguimos separar del resto ese 50/60% de máxima calidad, tendremos un producto de esas características”. “¿Cómo nos apoyamos? Con la tecnología; con la informática y los sistemas de análisis rápido que tenemos”.
En el caso de San Antonio Abad, explica el enólogo, apuestan por ser líderes en tecnología y en “ponernos al día en temas de investigación”. Así, afirman, colaboran con la Universidad y con la Escuela de Enología de Requena, de la que llegan alumnos para hacer prácticas y ponerles en contacto con los últimos avances.
Conscientes de la importancia que las cooperativas tienen para la zona en que están implantadas para su continuidad, en San Antonio Abad están inmersos en la constitución de un grupo de segundo grado junto a seis cooperativas más. “Ya se ha comprado una parcela de 20 hectáreas y se están haciendo trámites para centralizar el tema del embotellado, y que haya una sola embotelladora potente para las siete bodegas”, explica. Todo el trabajo comercial, de embotellado y de salida al exterior lo asumiría este grupo de segundo grado, en el que San Antonio Abad es la mayor de las cooperativas que lo forman.
La Cooperativa de San Antonio Abad de Villamalea dispone de 4500 hectáreas de viñedo y una producción media de 25 millones de kilos de uva, en la que el 30% aproximadamente se corresponde a variedades blancas. Buena parte de esta producción, especialmente en tintos, se va a granel, tanto a clientes nacionales como internacionales. El 50% de su producción total (granel y embotellado) la destina a exportación. Sus principales mercados son China, Francia, Italia o Portugal.
Mosto en caliente ecológico, producto diferenciador
La base principal de la bodega es la elaboración de mosto tinto en caliente, ecológico y sin sulfuroso, que es todo un producto diferenciador que pueden ofrecer a principios de vendimia y que tiene muy buena acogida. Asimismo, están introduciendo ahora el mosto rosado de bobal, variedad autóctona de la zona, “que son muy buscados por su fruta y por sus características de acidez”. “Hemos mejorado el sistema de extracción de rosados para venderlos rápidamente conforme se elaboran”, explica.
En San Antonio Abad elaboran una línea de vinos jóvenes, con Altos del Cabriel como marca insignia, de la que hacen un blanco, un rosado y un tinto con macabeo, bobal y tempranillo, respectivamente. También han comenzado a trabajar monovarietales con la línea Providencia: verdejo, cabernet Sauvignon, bobal.
Otras líneas de la bodega son Viñamalea, Flor del Paraíso, Gredas Viejas y Kylix. De entre todos los vinos de la bodega, Amorós se queda con el tinto Altos del Cabriel del año pasado (100% tempranillo), que ha sido el vino más laureado en la historia de la bodega.
La bodega quiere apostar, al igual que la DO Manchuela, por la autóctona bobal, una variedad “con un gran potencial” que, aunque difícil de trabajar, “produce grandes vinos”. “Si la dejas un año trabajándola y luego la embotellas es mejor que si la embotellas recién obtenida, porque son vinos con mucha tanicidad, mucha acidez y eso puede tirar para atrás al consumidor, que quiere vinos suaves, con una cantidad de color apreciable pero que no sean agresivos en boca”.
Al respecto, añade que si los vinos de bobal “se alargan o se les mete una pequeña crianza, aunque sean cuatro o cinco meses en madera, suavizan esos taninos que pueden ser agresivos y la madera los redondea, con lo que tenemos unos vinos superaromáticos, con un toque de madera muy ligero”. “La gente no quiere vinos que sepan mucho a madera, prefieren que tengan un toque ligero sin perder la fruta, y eso es lo que tiene la bobal: fruta en boca y sin tanto amargor y tanicidad al final en el gusto”.
El enólogo cree también en el potencial de la DO Manchuela, “una zona muy bien delimitada”, con producciones bajas “si las comparamos con otros lugares” y con el riego no demasiado extendido. “Esto que puede ser visto como una desventaja yo lo veo como una virtud, porque al tener muy pocas hectáreas que se riegan se están produciendo vinos de más calidad y se está obligando a los agricultores a esforzarse un poco más en la obtención de vinos y uva de mayor maduración”.
Otro aspecto a favor de Manchuela es el lugar privilegiado en el que se encuentra, “entre dos ríos”, en las hoces del Cabriel, lo que debería hacer a las bodegas apostar por el enoturismo.
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