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A la orilla del río Clariano

13 abril, 2018

Texto: Rubén López Foto: Fernando Murad Vídeo: Vincent Loop – Fernando Murad
Es lo que tienen los ríos: la facultad de enhebrar montañas, valles, pueblos, paisajes. A veces, incluso, estados de ánimo. Y, por descontado, la propiedad de acercarnos al pasado para hacerlo presente. Solo es una cuestión de dirección. Si uno decide remontar el curso se aproxima al origen de las cosas. Por el contrario, si uno se inclina por descender, se acerca al mar, que es el morir… En esta ocasión el viajero, por tanto, irá aguas arriba a sabiendas de que un día tendrá que regresar. Pero dejemos tras sí filosofías domésticas y partamos. Que todo partir, es vivir. Vivir en este caso las montañas, los valles, pueblos y paisajes que quedan a la orilla del río Clariano.

Cuando la A7 atraviesa los túneles de la l’Olleria irrumpe en pleno corazón de la comarca de la Vall d’Albaida. Un valle de márgenes dilatados que enmarcan dos gigantes orográficos: el Benicadell y el Montcabrer. Están ahí, cerrando el horizonte, mientras se despliega a un lado y otro de la carretera un paisaje delicadamente trabajado. Trabajado por generaciones de hombres y mujeres en su afán de ganarse la vida: rellanos, bancales, ribazos, hormas de piedra seca, donde descansa una tierra blanquecina que nutre de minerales a campos de olivos, viñas, almendros y árboles frutales.

El alma del vidrio
En medio de ese valle blanco, entre el margen izquierdo del río Clariano y la Solana de la Serra Grossa, la villa de l’Olleria. El primer alto en el camino. Los ollerienses siempre han sido un pueblo laborioso. Dedicándose a lo largo de la historia a la producción de aceite y vino, junto a tradicionales trabajos artesanales y de comercio. Desde la primitiva alfarería romana de las ollas, de quien toma su nombre, hasta la fabricación del vidrio, la pirotécnica, la cestería, los muebles y los licores, gremios que hunden sus raíces en la época medieval.

Asistir al proceso de fabricación del “vidre bufat” es una experiencia insólita. Una puesta en escena presidida por un horno que guarda en su interior magma líquido. Que unos diligentes personajes manipulan mediante unas cañas de acero inoxidable que se llevan a la boca y soplan para modelarlo a su antojo. Son los maestros vidrieros artesanos. Los últimos de Filipinas porque estamos, como nos aseguran desde la empresa Ecolleria, ante un oficio en serio peligro de extinción. Como tantos otros que pasan de padres a hijos. Los motivos: su dureza –el horno funde el vidrio a 1480 grados centígrados–, por la pericia de implica, y porque en realidad no se paga lo que valen unas piezas hechas en muchos casos al vuelo. Sin moldes. Al capricho de unas manos tan tenues y delicadas como el soplido que emiten unos labios.

Visitar la exposición de la Ecolleria –abierta al público para venta directa–, es maravillarse ante las formas, las transparencias, los colores de una materia que aquí es, a un tiempo, arte y necesidad. Un catálogo elaborado 100% con vidrio reciclado. Vicente Pons, responsable de producción, y José Albuixech, director de la fábrica, se esfuerzan en trasladar ambas ideas. Porque no solo les va una manera de hacer las cosas, única en el mundo, como es la fabricación de vidrio de modo artesanal, sino también una declaración de intenciones: porque el vidrio reciclado salva la naturaleza, crea nuevos puestos de trabajo, y enseña un nuevo estilo de vida: la solidaridad.

La Casa Marau / Santonja
Al fin y al cabo, de nuevos estilos de vida va lo que sigue a continuación. Un nuevo estilo de vida que protagonizó la familia Marau a lo largo del siglo XIX. Una antigua familia de terratenientes de la burguesía liberal que gracias a su participación en la Guerra de la Independencia accedió al estatus de nobleza. Pero no es este el dato que nos ha traído hasta aquí. Sino la casa en sí misma y lo que esconde. En concreto, las pinturas murales que decoran la estancia principal. De una iconografía y simbolismo que parece relacionarlas con los templos masónicos. Es decir, como un lugar de encuentro de sus miembros.

Un misterio que comienza un poco antes. Justo en el techo de la escalera que da acceso a la planta superior del palacio. Una pintura que por otra parte no queda a la vista desde el piso inferior porque está sutilmente escondida por un arco de yeso que impide verla desde abajo. Un mural que representa una figura femenina que recuerda a una diosa griega o una mujer libertaria al estilo de los cuadros de Delacroix. Recuerde a quien recuerde, lo que indica es que nos internamos en un territorio para iniciados, porque estos pasaban bajo un mural donde un ángel porta una banderola que contiene el lema: “Honor al mérito”. Además de otro que es todo un aviso a navegantes del ayer, hoy y mañana: “Con la concordia lo pequeño crece; con la discordia lo grande perece”.

Pero donde el visitante se queda “bocabadat”, con la boca abierta, es con las pinturas de la sala principal. Con esas doce musas o divinidades rodeándole. Interpelándole con sus nombres: Música, Poesía, Arquitectura, Pintura, Prudencia, Justicia, Astronomía, Religión, Mérito, Unión, Paz y Guerra. Aunque lo más importante son sus atributos. Indicios de que tras esas pinturas bidimensionales se escondía una tercera: la masonería. La Justicia, por ejemplo, no tiene los ojos vendados; la Religión sostiene un libro que no es la Biblia sino la Ley; y la Paz y la Guerra se dan la espalda. La composición pictórica se completa con dos escenas: una de caza y otra de un puerto. Así como encima de las puertas que dan acceso a otras estancias se representan los cuatro continentes conocidos hasta la fecha: Europa, África, América y Asia. En el techo del salón encontramos los meses del año junto con los signos del zodíaco.

Visita guiada
Al viajero le franquea las puertas del palacio Víctor Albiñana, técnico de cultura de la Villa de l’Olleria. Quien justo a la salida se ofrece a guiarle hasta el Convento de los Capuchinos para enseñarle un mirto y un laurel monumentales. Así como un museo etnográfico que contiene las piezas de vidrio más antiguas de la villa. Del s. XVI. Al viajero se le hace la boca agua. Le encantan las propuestas fuera de programa. Suelen ser las más reveladoras. Además, el convento es hospedería. La pareja que se hace cargo le reciben con una enorme hospitalidad. Paqui y Toni no solo le enseñan los dos árboles de porte divino, varias veces centenarios, del huerto, sino también el museo, la bodega, la sala de exposición de la colección del pintor Óscar Marziali, y las sencillas y pulcras habitaciones de la hospedería. Paqui abre una de sus ventanas y de nuevo el viajero se topa con los dos gigantes orográficos que guardan el paisaje de la Vall d’Albaida: el Benicadell y el Montcabrer. Y entonces recuerda que antes que el sol abandone sus cimas debe visitar el nacimiento del río Clariano. Se despide no sin antes reservar habitación. ¡38€/pensión completa! y sigue remontando el curso del río.

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El Pou Clar
Ese es el nombre que da nombre a su nacedero. Sin embargo, varios son los ojos de agua que se suceden como un collar de cuentas sobre un lecho en roca viva. La Sierra Mariola acaba de dar a luz un río. Las aguas borbotean desde su vientre fecundo. El viajero se emociona. Los ojos le brillan mientras observa cómo el aliento de la montaña cuartea sutilmente las retinas de agua. Y ya que la vista llega antes que las palabras, se aventura a ese camino de baldosas sopladas por el viento. Inviolables. Vírgenes. Mágicas. De destellos azul turquesa y verde esmeralda. El paraje está acondicionado para pasar el día y tomar el baño durante los meses de verano. Una costumbre muy extendida entre los vecinos de Ontinyent y aquellos viajeros que descubren el Pou Clar camino de Bocairent (CV-81). No corran. Estacionen el vehículo. Así le darán tiempo al viajero a reposar las botifarres d’Ontinyent de Casa Vicent y la cerveza artesanal Antoñita La Moderna, obra y gracia del maestro cervecero Josep Belda, y de Antonio Prieto, alma mater del proyecto, que se vio obligado a tomar de camino al nacimiento del río. ¡Benditas obligaciones!

De comer y beber
Para disfrutar de las primeras es preciso ir a Embotits Casa Vicent. Tres generaciones de carniceros que Vicent Ruiz ha sabido conjugar. Aunando tradición y modernidad. Una mesa que cae rendida ante unos embutidos de autor: salchichón de nueces, morcilla de pasas, longaniza con queso cabrales, salchichón con avellanas, sobrasada de naranja y calabaza. El viajero no tiene palabras para expresar la calidad del género, sus texturas, sus aromas y untuosidades al paladar. Es la primera vez que le sucede. Persona acostumbrada a la multitarea aparca el bloc de notas y se centra única y exclusivamente en comer y beber. Y entre sorbo y sorbo de la cerveza artesanal Antoñita la Moderna, de toque cítrico que suaviza su paso por boca e invita acto seguido a tomarse otra (la de jengibre, por ejemplo), hace un somero repaso de lo vivido a la orilla del río Clariano.

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Los maestros vidrieros de Ecolleria; el templo masónico del palacio los Marau-Casa Santonja; las fotografías en blanco y negro de los frailes que cuelgan de las paredes enjalbegadas del Convento Los Capuchinos; de las tonalidades exóticas de las aguas del Pou Clar, y repasa también lo que resta aún por visitar de este valle blanco: la Vall d’Albaida. Con las villas de acentos medievales de Ontinyent y Bocairent, atravesando luego el Parque Natural de la Sierra Mariola por las comarcales CV-794 y CV-700, para internarse en el Barranc del Cint (Alcoi) y divisar finalmente la umbría de Agres. Pero esto forma parte de otra historia. La historia de la 2ª etapa por las carreteras más hermosas y sugerentes de la Comunitat Valenciana. ¿Nos acompañan? El viajero está seguro que sí.

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