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Una tierra mágica

18 November, 2017

Un museo arqueológico que es una revelación. Un paisaje compuesto de una paleta de colores dorados y ocres. Y una ribera habitada por los últimos hortelanos cabrielinos. Bienvenidos a la otra orilla del río Cabriel: la Manchuela.

Texto: Rubén López Morán Fotografía: Fernando Murad Vídeo: Vincent Loop – Fernando Murad

Al viajero no le cabe la menor duda. Cuando el hombre tuvo conciencia que su paso por este río que le lleva era un tránsito nació el arte. Nació la necesidad de dejar huella. De dejar un rastro. Qué es el arte sino un medio de trascender la vida. Este es el pensamiento que le asalta ante la diosa íbera Astarté. En el Museo Arqueológico de Iniesta. Un mosaico de canto rodado que representa a una deidad alada de origen púnico. Procedente de una necrópolis de aquí mismo, datado en los últimos años del siglo V antes de nuestra era. ¡2.500 años! Se dice pronto. Un mosaico único en España, subraya Javier Cuéllar, informador turístico local. Sólo hay dos más de estas características en el Mediterráneo: uno en Italia y otro en Grecia.

Sería prolijo enumerar los tesoros que guarda esta antigua ermita franciscana conocida como La Concepción. Con su magnífica cubierta en forma de artesonado mudéjar que fecha una de sus vigas en 1589. Sin embargo, nada más cruzar su umbral el viajero se topa con una de sus espinitas clavadas en su viaje por tierras del Cabriel: visitar in situ las pinturas rupestres de la Hoz de Vicente, en el término de Minglanilla. Un mural que recrea un abrigo que contiene más de 100 representaciones de escenas de caza y danza, arqueros, ciervos y brujos de 10.000 años de antigüedad.

Aun así la visita cumple con creces. Una colección de objetos cotidianos fechados entre la Edad del Bronce y la Romanización. Esto es, entre el 2250 y el siglo I a.n.e. Que para un urbanita del planeta siglo XXI está casi tan lejos como la misma vida cotidiana que más tarde conocerá de boca de Rafael Navarro. Uno de los últimos hortelanos del Cabriel. Pero no corramos. Que la Manchuela es una caja de sorpresas. Mágica. Como mágicos son los objetos que custodian las vitrinas del museo: queseras, un molino varquiriforme, urnas funerarias, la crátera, que era el recipiente que utilizaban los íberos para mezclar el agua y el vino, o el oinochoe, la jarra con que se servía, y que tiene inciso un delicado racimo de uvas que es bonico de verdad.

Toscana manchega
La Manchuela ha sido tradicionalmente tierra de paso. A medio camino entre el interior y el mar. Una circunstancia que hoy juega a su favor porque el paisaje se nos ofrece casi para nosotros solos. Un horizonte de suaves colinas tapizadas de viñas que con el otoño maduro reverberan cobrizas fruto de las variedades de uva que alimentan sus vinos. Teniendo la bobal como autóctona y principal. Como sus vecinos de la otra orilla del Cabriel. El viajero echa de menos un cerro coronado de un castillo y una hilera de cipreses escoltando la entrada. Lo que redondearía la postal italiana. En verdad no abundan las sombras alargadas, pero sí los vestigios de épocas de frontera. Como por ejemplo los que ocupa la Oficia de Turismo de Iniesta. Una torre Almohade del siglo XI. Y para redondear el mix histórico: una pilastra romana parchea la torre árabe. Quedando sus clásicas estrías al alcance de la mano.

Como lo está también la plaza de toros. Excavada en roca viva. Con un aforo de 2.000 personas. Los primeros espadas del toreo son unos habituales. Como no podía ser de otro modo, porque estamos en la cuna de una de sus leyendas: Chicuelo II. Un torero que se hizo inmensamente rico en los años 50. Poseía una extensa colección de coches americanos. En una de sus giras americanas se trasladó a EE.UU para comprar unas piezas que le hacían falta. Y haciendo escala en Jamaica se mató en un accidente aéreo. ¡Ironías del destino!

Palacio del Champiñón
La misma ironía que trajo consigo el trazado ferroviario del Baeza-Utiel. Una línea proyectada en 1908 que debía atravesar el interior de España transversalmente. Una obra que supondría subirse al tren de la modernidad a tantas provincias españolas que necesitaban dar salida a sus productos agropecuarios y que a su vez llegaran otros. Se ejecutó gran parte del proyecto: puentes, túneles, trincheras. Una mirada curiosa los advertirá en el paisaje como restos de un naufragio, porque las vías jamás se colocaron. Con el tiempo estas infraestructuras fueron reutilizadas. Como por ejemplo los túneles: de escondite para las mercancías del estraperlo durante la posguerra; de vía de escape para los grupos de maquis que tenían el Cabriel como teatro de operaciones dada su endiablada orografía. Y más tarde, de champiñoneras.

No en vano, ofrecen un ambiente embodegado idóneo para que prolifere este hongo de manera natural. En la actualidad la Manchuela es un lobby. Y para que quede blanco y en botella, en el término de Villamalea se levanta una rotonda que a lo lejos parece el perfil de un palacio oriental y que de cerca son unos champiñones que parecen salidos de uno de los Viajes de Gulliver. Y a ambos lados de la carretera naves donde se produce el primer cultivo climatizado de España, según Matías Nohález, socio-propietario de Villachap. Cooperativista proveedor de Champinter: interproveedor de MERCADONA. Palabras mayores. Como los mismos champiñones de la rotonda.

 

Huertas cabrielinas
Bajamos por fin al territorio de Rafael Navarro. Uno de los últimos hortelanos del río Cabriel. ¿Palabras mayores? Longevas mejor. De un tiempo donde bajo el asombroso Platanero de Tamayo bailaban las gentes de las aldeas y los caseríos ribereños cuando la fiesta de la Virgen de Tejeda: un 8 de septiembre. Cuando los confiteros de Casas Ibáñez junto con los carromatos de los feriantes hacían un círculo alrededor como si de una caravana del lejano oeste se tratara. Rafael no para quieto. Camina sobre un piso irregular cubierto ahora de maleza. Cuántos pasos de baile acumulara este lugar. Cuántos besos y abrazos. Cuántas caricias furtivas. Rafael recuerda que venían cargados con los capazos de la merienda. Y volvían de noche a Los Cárceles iluminándose con los carburos.

Paradójicamente las palabras de Rafael no están veladas de melancolía. Fluyen como un manantial camino de Cuevas Blancas: unas casas-cueva que encogen el corazón del viajero imaginándose las condiciones de vida de aquellas gentes del río. Yo no llegué a verlas habitadas, dice. Sin embargo ubica perfectamente donde se apoyaban el botijo y las cantareras, cómo se encalaban las paredes, con escobas de cerrillo, repasa el dintel de la puerta hecho de madera de cerezo, sitúa el comedor, las medianeras de cañas y barro, la chimenea, y explica la presencia de envolturas de panojas de maíz, que eran utilizadas como la lana de los jergones. La farfolla, apostilla. Al fin y al cabo eran otros tiempos y otras palabras también.

Antes de llegar a Los Cárceles nos detenemos en un mirador. La aldea queda justo debajo. Desde arriba el Cabriel parece una radiante calle mayor. Entonces el viajero le invita a jugar a Rafael a las 7 diferencias. Se ponen de acuerdo en que los perfiles son los mismos. En cambio, ¿el resto? El río bajaba con tres o cuatro veces más de caudal (1). Donde ahora hay viñas y olivos antes había huertas (2). De los barrancos bajaban riachuelos (3). Echo en falta los rebaños de ovejas y las mulas trabajando (4). Ya no hay grandes temporales de agua, viento y nieve (5). Ni personas (6). Fuimos 25 vecinos. Es evidente que el silencio que envuelve al viajero no es el mismo que el de Rafael. Uno transmite una paz mal entendida. El otro, por el contrario, ausencias demasiado ruidosas. Como el vacío que dejó la energía que prestaban las aguas del Cabriel a los molinos harineros, a los batanes, a las norias y las centrales de luz. Como la de la familia de Los Checas en Los Cárceles. Eso tampoco está, añade Rafael (7).

Dónde comer
Del sitio donde comer se encarga Rafael Orozco. El enólogo de la Cooperativa de Nuestra Señora de la Estrella (El Herrumblar), y el hombre que hizo posible este viaje vivido como un regalo imperecedero. El sitio elegido Bar · Restaurante · Hotel Cañitas de Casas Ibáñez. También se encarga de elegir los vinos que armonizarán la cocina del jovencísimo cocinero Javi Sanz, formado a las órdenes de Toño Pérez, un dos estrellas Michelin del restaurante Atrio (Cáceres). A saber: un blanco verdejo Hibeta, de González Cabezas; un rosado de bobal 2016 Viaril, de la Cooperativa Nuestra Señora de la Cabeza; y para rematar la faena, un Lágrimas Sauvignon Blanc de Antares 2014. Todos de la DO Manchuela. De la comida reseñar que cumple sobradamente con su propósito: ofrecer una cocina manchega de vanguardia. Cómo. Por ejemplo, con un snack de tosta de hierbas silvestres con morteruelo de caza y solomillo de liebre; un buñuelo de queso manchego al romero, membrillo, tomate seco y violetas; o un gofre de pisto manchego, yema de corral y maíz terminado con rúcula frita. El viajero podría continuar hasta sumar 10 platos. Sin embargo, acabará con el postre: una torrija brioche con helado de mantecado.

Alguna cosa más que añadir. Sí. Esta primavera, cuando el Cabriel se vista de un verde encendido, nos reuniremos en el puente de Vadocañas. Y todos juntos subiremos por el Santuario de la Consolación para compartir de nuevo una tierra mágica. Amigos míos.

 

ITINERARIO EN COCHE
Tomando la A-3 salida Minglanilla-Villalpardo. Por la CM-3201 dirección Villarta. Enlazar con la CM-3127 Iniesta. Desandar el camino dirección Villamalea. Desde Villamalea por la Ermita de San Antón se desciende al mismo lecho del río Cabriel. A Los Cárceles. Desde Los Cárceles una pista forestal escolta el río hasta la antigua aldea de Tamayo.

ENLACES DE INTERÉS

Turismo en La Manchuela www.turismoenalbacete.com

DO Manchuela https://www.manchuela.wine/ 

Comer y dormir www.hotelcanitasmaite.com

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