Masos: la vendimia que sigue escribiendo la historia vitivinícola del valle de Guadalest

Texto: Mar Lafuente // Fotografía y vídeo: Fernando Murad y Vicent Escrivà

El chasquido de las tijeras vendimiando, el susurro de las hojas agitadas por el viento y el sonido del agua que corre por las acequias. Estos son los sonidos con los que Masos nos recibía a principios de septiembre, días en los que vivía uno de sus momentos más trascendentales del año: la vendimia. Es tiempo de cosecha, de devolver a la tierra todo lo que ella ha dado y de transformar la uva en vinos que se convierten en historia embotellada del valle de Guadalest.

Masos es mucho más que una bodega. Es un proyecto que nace en 2015 de la mano de la familia Vidal Balaguer, originaria de Benimantell, que entendió que el futuro pasaba por recuperar el pasado. Apostaron por la agricultura, por el vino y por un valle con casi ocho siglos de historia vitivinícola, como deja constancia la placa de 1237 que aparece en la portada del Llibre del Repartiment del Rey Jaume I el Conqueridor y que todavía se conserva en el Mas de Ondara, lugar donde hoy se levanta la bodega y parte de sus viñedos. Un libro donde esta alquería árabe aparece ya como reparto de beneficio a los soldados que participaron en la reconquista, encontrándose ya referencias al cultivo de la vid. 

Sobre este legado se asientan sus valores. Los muros de piedra seca, las fuentes naturales, las acequias, las viejas herramientas y las impresionantes terrazas de una, dos o tres calles son testigos de una filosofía que se resume en dos palabras: respeto y tradición. Nada se ha movido, ni se ha forzado, simplemente la historia marca el camino. La viña se adapta a la tierra y se cultiva con variedades que hablan el idioma del Mediterráneo: Monastrell, Alicante Bouschet, Giró… junto a la elegancia de la Chardonnay y algunas foráneas como Syrah y Cabernet que completan la lista de uva de la bodega. 

El viñedo lo tienen repartido en dos: cinco hectáreas y media en el propio Mas de Ondara, entre los 650 y 800 metros de altitud, y otras cinco hectáreas y media en Mas de la Mona, rodeando el Castell de Guadalest, donde la piedra calcárea aporta carácter y mineralidad. Estas últimas fueron las primeras plantadas del proyecto. Una apuesta que no se queda ahí, ya piensan en nuevas plantaciones para el futuro. Las tierras del valle de Guadalest no entienden de medias tintas: el mar, a apenas unos pocos kilómetros, provoca que haya vientos frescos cargados de humedad que equilibran la viña en los veranos secos, mientras que la sierra de Aitana, la cima más importante de la provincia, protege, regula y marca tiempos distintos de maduración. El resultado son vinos de altura, con acideces vivas y un sello personal que les diferencia dentro de la Denominación de Origen Protegida Alicante. 

De estas viñas nacen vinos como el rosado Penya Castellet, un 100% Monastrell fresco y jugoso, elaborado en inoxidable con sus lías. O el Chardonnay Mas de la Mona, fermentado y criado en barricas bordelesas, con vocación de guarda y pensado para la gastronomía. Entre los tintos, el Albor de Masos, el primer vino del proyecto, con diez meses de barrica; o el Vidal Balaguer, selección de la casa, con 18 meses de crianza que refleja la esencia del valle en cada sorbo. 

Vinos elaborados con mucho mimo y con un gran peso del trabajo en vendimia. Este año, las primeras uvas en entrar fueron las blancas de Chardonnay, seguidas de las tintas: Syrah, Cabernet y, sobre todo, la Giró. “La Giró es una uva que vamos a darle la importancia que tiene, porque es una variedad muy nuestra, muy del valle. Tenemos muchas ganas de hacer algo muy chulo y muy bonito, que sobre todo tenga esa personalidad y ese protagonismo que se merece”, explica Javier Velasco, sumiller y director de la bodega. La recogida se realiza en cajas pequeñas de apenas 8 kilos, para preservar al máximo la calidad de la uva. La selección empieza en el viñedo, continúa en la mesa de bodega y termina en el trabajo de Antoine Medeville, enólogo de Masos, que cuida cada fermentación con control de temperatura, bazuqueos y remontados para extraer lo mejor de cada piel.

El 2025 no ha sido un año fácil. La sequía ha marcado la producción, que será corta en cantidad, pero excelente en calidad. “La Chardonnay va a ser excepcional, y en tintas también tenemos muy buenas sensaciones”, apunta Velasco. Una vendimia que habla de resiliencia, de adaptación, y de la mano de los trabajadores que convierten en vino todo lo que la naturaleza les otorga. 

Aunque el vino es el eje central del proyecto, Masos se vive en el paisaje, en la tranquilidad del valle y en la experiencia que ofrecen cada día, de miércoles a domingo. Visitas guiadas por la viña, catas comentadas, experiencias gastronómicas en su restaurante o la posibilidad de sentarse al atardecer con una botella y dejar que los colores del otoño hagan el resto. “Creemos que sin historia, sin cultura, sin gastronomía, sin este espacio, es muy complicado entender nuestro proyecto”, señala Velasco. Y tiene razón. Pasear por Masos es entender que el vino aquí es mucho más que un producto: es un vínculo entre el pasado y el presente, entre el hombre y la tierra, entre el valle y el mar.

Así, Masos abre las puertas de su bodega en plena vendimia para mostrarnos que cada racimo recogido, cada uva que fermenta en la bodega y cada vino que se descorcha son piezas que forman parte de un mismo relato: el de un valle que, siglos después, sigue escribiendo su historia a través del vino.

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