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L’Albufera de València: el hechizo de la laguna animada

20 May, 2022

El Parque Natural de la Albufera ha permitido la convivencia entre su fauna y flora y las poblaciones limítrofes. Traídos por el nuevo BMW Serie 2 Active Tourer de ENGASA, visitamos algunos de los lugares que le dan vida y sentido.

Texto: Rubén López Foto y vídeo: Vicent Escrivà, Paula Jiménez y Fernando Murad

Cuando uno se asoma a la Albufera intuye que está ante un paisaje especial y único, que ha llegado hasta nuestros días a duras penas. Tal vez fue el precio que tuvo que pagar por encontrarse a diez kilómetros de una capital de un millón de almas. Y lo que en un principio casi acaba con ella, ha sido esa ciudad y sus gentes las que se han convertido con el tiempo en su máxima protección. Desde que fueron conscientes, en julio de 1986 con la declaración de Parque Natural, que este lago de agua dulce, separado del Mediterráneo por la Devesa, era un ser vivo compuesto de muchos seres. Entre ellos, el hombre. ¡Misterios de la creación!

Un misterio que nos envuelve nada más bajarnos del coche y contemplar ese espejo de agua en uno de los miradores del margen derecho de la carretera de El Saler. Una estampa que apreciaríamos aún más si fuéramos capaces de mirar tras su reflejo. Y una manera muy recomendable de empezar a ver qué hay detrás es visitando la Reserva del Racó de l’Olla. Una puerta de entrada provista de centro de visitantes, una exposición, una senda interpretativa asistida de audioguía, observatorios de aves y una torre-mirador que se pone de puntillas sobre el lago. Se recomienda el uso de prismáticos. Una experiencia capaz de sacudirnos todo el ruido que llevemos encima, gracias a esa banda sonora que interpretan las aves acuáticas que han hecho de estas lagunas su refugio.

Para que se hagan una idea del tamaño del coro, desde la Oficina Técnica del Parque se estima que más de cien mil aves utilizan anualmente la Albufera como área de descanso, cuartel de invierno o primera residencia. Hasta 350 especies donde poder ver, según la estación del año, flamencos, ánades azulones o collsverds, charranes, garzas, cigüeñuelas, zampullines, aguiluchos laguneros y gaviotas de todo pelaje. Unas comunidades que han hecho del lago, de los campos de arroz que lo envuelven, y dels ullals –manantiales de agua dulce que se abren como ojos en la llanura–, su patio de recreo. Un patio atravesado de caminos que suturan una orla arrocera que se ha convertido, ella también, en su escudo protector. Este año se ha batido el récord de flamencos censados, unos 7.300 ejemplares, nos cuenta la Técnico de Educación Ambiental de la Reserva Marta García, así como otro hito, algo más pequeño pero no menos importante, el padrón de tres parejas fijas de cerceta pardilla, un ave en peligro de extinción.

Paseo en barca
El Parque Natural alcanza 21.120 hectáreas protegidas. Repartidas entre las 3.000 de la laguna, las 14.000 de arrozal, las 800 del bosque de la Devesa o restinga y el resto huerta. Para surcar las aguas del lago es necesario enrolarse en un albuferenc, embarcación de poco calado y vela latina. Al timón, el barquero Vicent, el torrentí, con más de diez años de experiencia llevando grupos de turistas hasta el centro del lago, donde echar el ancla y sentir entonces el pálpito de la Albufera, hecho de un silencio cargado de palabras de aire, mar, montaña, vuelo y agua. Una vez allí, dejados atrás los canales, las matas de fang, de barro, propias del paisaje lacustre, y els calaes, los puestos de pesca que las ribetean, si a Vicent se le tira de la lengua, se explaya.

“La Albufera es historia viva de Valencia”, dice, y añade que el deber como valencianos es protegerla, porque en juego está nuestro pasado, nuestra memoria. ¿Y en qué se convierte un pueblo sin memoria? “En un meninfot”, se responde a sí mismo. Traducido como persona  despreocupada que le importa más bien poco lo que le rodea. “La Albufera es un organismo vivo, y como tal, cambia todos los días y en todas las estaciones del año”, continúa. Y uno de sus clímax, de sus momentos cumbre, son sus atardeceres. “No hay uno igual”, recalca. Por todo esto, y porque ama su trabajo, no se cambiaría por nadie, mientras deja que la barca se meza sobre una superficie de miles de espejos móviles; alma del lluent.

Arroz prodigioso en el Nou Racó
Aquí el alma se alimenta con un buen arroz. Cualquiera de los establecimientos que salpican El Palmar les servirá una paella com Déu mana, sublime, que merezca la pena ser recordada. Como la que se prepara, al pie de la laguna, en el Nou Racó, donde desarrolla su trabajo un cocinero con nombre y apellido: Jorge Pardo. El viajero se desharía en elogios, aunque preferiría que lo comprobasen por ustedes mismos, porque como sostiene Carol de Miguel, directora de comunicación del complejo, el Nou Racó ha sabido conjugar a la perfección gastronomía y naturaleza, “una experiencia que involucra los cinco sentidos”. No en vano, antes de sentarse a la mesa, pueden reservar en barra el mismo paseo descrito en los dos párrafos anteriores. Si acuden en la segunda quincena de mes, les recogerá el propio Vicent.

Bobal by Pepe Hidalgo
En la cocina, sin embargo, no hay relevo. Desde que Jorge Pardo desembarcó en el Nou Racó en 2013 no ha parado de desarrollar, con mucho empeño e imaginación, la idea que le trajo hasta aquí: interpretar la cocina tradicional valenciana con un excelente toque de vanguardia. Y como hijo de San Antonio, localidad pegada a Utiel, para esta ocasión eligió acompañar sus platos con la trilogía de bobales icónicos realizados por Pepe Hidalgo, de Bodegas Vicente Gandía. Tres vinos de profundo acento mediterráneo, salidos del viñedo que cubre las faldas de la Sierra Bicuerca, a 900 metros de altitud, en la Finca Hoya de Cadenas. Auténtico paraíso ecológico que Vicente Gandía adquirió en 1990.

Viticultores desde finales del siglo XIX, fue la primera bodega valenciana en comercializar un vino embotellado en 1971, y Paula Aguado la artífice de traer estos bobales y presentárnoslos. Porque, aunque Bobal Blanco y Bobal Negro llevan ya un par de años entre nosotros, el Bobal Rosa acaba de poner el broche a un proyecto auspiciado por uno de los enólogos que más tesón ha puesto en dignificar la uva autóctona de la región Utiel-Requena. A este viajero le gustaría extenderse en el nombre de los platos, en sus texturas y sabores; en el color de los vinos, en sus aromas y sus persistentes pasos por boca. Solo comentará que los entrantes de Ensaladilla de calamar de playa y alcachofa al carbón fueron el preludio de un Arroz con gamba de Dénia y alga codium prodigioso. Y que el vino elegido por Paula para acrecentar el prodigio fue un Bobal Rosa, de un color pálido con toques cobrizos, de aromas delicados a rosas, frutas rojas y pomelo, y que deja en boca un trago amable y untuoso.

Ullal de Baldoví
Con el recuerdo aún fresco de la comida, nos internamos por ese entramado de caminos que cose la orla arrocera para rendir tributo a uno de los lugares que le son más queridos al viajero: el Ullal de Baldoví, a los pies de la muntanyeta dels Sants de Pedra. Un paréntesis de agua entre los campos, cubierto de jacintos y última reserva de dos pececillos endémicos de la Albufera, el fartet y el samaruc, así como lugar de cobijo de la trencadalla o hibisco acuático, especie protegida del mar Negro y cuya presencia en Europa tan solo se circunscribe aquí, y que se cree que sus semillas fueron transportadas en el interior de los plumajes de las especies migratorias. Y entonces sí, aunque sea solo por un breve instante, sentirnos ser parte de algo, ser parte de un ser compuesto de muchos seres, los que componen L’Albufera de València: la laguna animada.

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