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José Moro, raza

29 May, 2017

José Antonio López
Estamos convocados en el restaurante Tavella en Beniferri. Es una ocasión especial porque muy pocos podremos disfrutar de mucho. Las Bodegas Emilio Moro han querido compartir con nosotros sus nuevos vinos, recordar algunos clásicos y perpetuar los especiales. Es una ocasión extraordinaria pero no sólo por los vinos, que ya podría ser y lo es.

De los vinos, en extensión, hablaremos en otras secciones de nuestra revista, ahora, si me lo permiten…

No es muy grande la sala donde se nos ha reunido. Rebeca y Ángel lo han dispuesto todo para que nos sintiéramos a gusto. Lo consiguieron. José Moro nos saluda uno a uno y nos invita a probar un primer vino a la espera de algún colega que se retrasa.

Es la oportunidad de tener, cara a cara, a una persona no muy alta, delgada, inquieta, pendiente de todo y presente en lo demás. Una personalidad que arrasa y que deja entrever una pasión por su trabajo y algo más. José es un apasionado de la familia, de la tierra, del clima, del agua del vino y de todo lo que rodea a su razón de ser y por la que, cada día, se levanta a trabajar catorce horas. Sus vinos.

Sabe y transmite. Hay silencio en la ponencia. Una voz, medio cascada, va abriéndose paso hasta llegar al alma de los escuchantes.

Fue en 1937 cuando comienza la historia de la familia Moro. El abuelo fue el encargado de transmitir la pasión que se iría agrandando a través de nuevas generaciones. El vino y la vida.

“Mi padre me llevaba, desde muy pequeño, a vendimiar. Para mí era una fiesta el poder compartir aromas, vivencias que te marcan para toda la vida”. Hoy es la cuarta generación la que sigue trabajando en las realidades y en los sueños que están por convertirse en realidad. Cuatro hermanos. Cuarta generación.

José se “olvida” de que estamos allí y nos lleva a su Ribera de Duero con su clima continental de primaveras lluviosas y veranos secos. Y coge un puñado de tierra que acaricia como intentando extraer la parte caliza, arcillosa, pedregosa… “Emilio Moro es la reunión de una serie de pequeñas cosas y elementos que, juntos, provocan algo realmente distinto”.

Ama su trabajo. Más, le apasiona y “canta una nana” a la variedad tempranillo y reza por su protección y, sobre todo, por la investigación y el respeto para poder obtener de ella todo su poderío. Está volcado en mantener la humildad de la familia y su convencimiento de que hay que respetar el medio ambiente. Cuidar de la tierra, mantener lo auténtico, no romper con las tradiciones e incluso, si se puede, mejorar el mundo que hemos recibido de nuestros padres.

“Pero eso no significa que la tradición esté lejos de la evolución. He hablado de investigación y colaboramos con universidades para obtener nuevas informaciones que nos lleven a tener mejores vinos”.

El movimiento se demuestra andando y es el momento en que José baja a la tierra y ofrece sus obras a quien quiera probarlas.

Pablo Chirivella y su equipo de cocina, entran en acción. Junto a ellos, en silencio pero con una efectividad manifiesta, Sara López, sumiller de Tavella. Atenta y pendiente. Un equipo imparable.

Y probamos Finca Resalso 2016. Lleva una foto antigua, como todos los vinos. La foto es de 1964. Para este vino se ha elegido una ensalada de tomate valenciano con ventresca.

“Cada vino tiene su momento. Su estado anímico. Hay que estar y disfrutar del vino tal y como debe ser. Sin vulgaridad”.

La ostra a la brasa con puerros es el plato que tenemos ante la mesa. Se descorcha un Emilio Moro 2015 con una foto de 1938. Este vino tiene un “orgullo especial” para José. Se toma su tiempo y provoca comentarios. Es tremendo.

Malleolus del 2014 acompaña al buñuelo de bacalao con su piel y tomate frito. Aquí se diserta sobre la palabra maléolo, de donde toma su marca el vino. Otro trocito de sabiduría que guardamos, gratamente, en el palacio de la memoria.

Hay un pequeño paréntesis que aprovecha José y su equipo para comprobar que las temperaturas de los vinos son las adecuadas. El próximo está un poco más frío de lo que considera oportuno. Esperamos un tiempo en el que aprovechamos para aumentar las alabanzas de los vinos.

El Malleolus de Valderramiro 2011 está en nuestras copas y, de nuevo, volvemos al ritual necesario para poder sacar, de él, todo lo que nos puede ofrecer. Esta vez viene acompañado por una panceta ibérica con calabacín. La foto del vino es de 1996.

La corvina a la brasa nos permite degustar el Malleolus Sanchomartín 2011.

Vamos “in crescendo”. Nadie ha aparcado ninguno de los vinos anteriores que vuelven al paladar una y otra vez como si quisieran quedarse a formar parte de nosotros eternamente.

Vale la pena.

Y para rematar el Emilio Moro Clon de la Familia 2010. Extraordinario. “Un vino sencillo y hermoso. El tempranillo expresa el respeto y la familiaridad que represento. Suelo, historia, cepas. Es una expresión de generosidad que compartimos con todo el mundo. Edición limitada. Madurado 23 meses en barrica de roble”.

Un vino extraordinario de unos 200€ cuya venta se dedica a financiar los proyectos solidarios que la familia tiene en diversas partes del mundo “con los que intentamos encontrar y facilitar agua a aquellos colectivos que carecen de ella”.

Al agua a través del vino. Para acompañar a un extraordinario plato de chuletón de vaca vieja a la brasa. Realmente genial.

Pablo Chirivella acaba su desfile culinario con una compota de plátano con helado de café y espuma de caramelo.

Y José sigue contagiándonos su amor por el vino y todo lo que representa. Hasta ahora, lo suyo ha sido el tinto pero “nos vamos al Bierzo en busca de los mejores blancos”.

Recuerda que su madre probaba todos los vinos que elaboraba y siempre acertaba en sus apreciaciones.

Habrá un blanco La Felisa homenaje a esa gran mujer.

Será cuando tenga que ser.

Mientras, continuamos disfrutando de los vinos de Emilio Moro y compartiendo sabiduría con José. Como debe ser cuando un buen anfitrión nos brinda la oportunidad de compartir un trocito de su vida en el marco incomparable de Tavella.

Quedamos a la espera de la próxima ocasión.

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