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Sicólogos… sí, gracias

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José Antonio López
Nunca pensé que La Trituradora de la semana pasada iba a provocar tantos comentarios y tan buenos.

A todos ustedes, GRACIAS, con mayúsculas. En primer lugar por invertir parte de su valioso tiempo en leer estos artículos; por otro, por tomarse la molestia de compartir, con un servidor, sus opiniones.

Mi teléfono personal “ha echado humo” con comentarios maravillosos sobre la formación del camarero Manué, con el que me identifico. Es tremendamente motivante comprobar cómo la gran familia de la hostelería de la Comunidad Valenciana, Región de Murcia, Cuenca y otras partes de España se siente orgullosa de su trabajo y se empeña en hacerlo cada día mejor sin importarles las fronteras geográficas y linguísticas o de cualquier otra cosa.

Me apuntan ustedes que no incluyo a los cocineros y otro personal de servicio. Tienen razón, pero cuando hablo de la gran familia de la hostelería, incluyo a todos y cada uno de sus componentes. Desde la señora de la limpieza del local hasta el técnico “en evolución gastronómica” que se tira de los pelos cuando no consigue su propósito de ofrecer algo nuevo.

Valga para siempre el que, al hablar de uno de los componentes, me refiero a todos. Con mi mayor respeto y cariño.

Permítanme que salude a Papidoro, como ejemplo. Lean su comentario. Este profesional ha dado en el clavo. El “usted no sabe con quién está hablando” más de uno se lo tendría que meter en el… bolsillo.

Somos profesionales a los que no les importa las horas de trabajo o la formación. En nuestras manos y en nuestra inteligencia está el sagrado deber de dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Pocas cosas pueden dar más satisfacción cuando se hacen bien.

Y las hacemos bien.

Y damos más de lo que nos piden. A nadie se le pasa por alto que, la gran familia de la gastronomía, como la de los taxistas, empleamos parte de nuestro tiempo en ejercer como sicólogos.

Muchos de nuestros clientes comparten con nosotros hasta sus más íntimos pensamientos. Por nuestra parte, hemos de cumplir con el trabajo gastronómico y sacar tiempo del tiempo para escuchar, e incluso aconsejar, siempre con una sonrisa y preocupándonos por lo que nos cuentan.

Basta con observar la barra de un bar, de una cafetería, de un restaurante.

Hablar con quien confía en nosotros. Atender a quien tiene la amabilidad de entrar en nuestra casa y considerarla como suya. Sonreír incluso cuando después de un servicio de tropecientas horas una mesa solicita tener más tiempo para disfrutar de nuestro local como lo hizo anteriormente de nuestras viandas.

A ver si, de una vez por todas, podemos comunicar la gran labor que hacemos todos y cada uno de los miembros que componemos la gran familia de la hostelería. Estoy convencido de que la sociedad lo sabe. Antes se hablaba de los monumentos de las ciudades por las que viajábamos, ahora se habla de los restaurantes que visitamos.

Algo tiene el agua cuando la bendicen.

Gracias a todos, repito, y no me cansaré de hacerlo, porque, con vuestro apoyo, seremos cada día mejores y alzaremos nuestras cabezas cuando decimos que somos camareros, cocineros o simplemente lavaplatos.

Como siempre, familia, contad conmigo.

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