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Ruzafa, tierra de vinos (II): Che Vins

David Blay Tapia
Uno nunca sabe si el Ché fue primero en Valencia o en Argentina. Pero sí que en ambos lugares quien lo pronuncia, o lo escucha, puede sentirse identificado. Normalizado. En casa.

Quizá fue esa la causa por la que Sebastián Lamazares, más de 18 años en España llegado desde Buenos Aires, decidió llamar así en 2014 a una vinoteca que en ese momento modernizaba un sector solo copado por antiguos locales. En una calle, Cuba, que ya convivía con la moderna Ruzafa pero que no resplandecía tanto como Cádiz y Literato Azorín en aquel entonces.

Puede, además, que aquella palabra común le alentara a iniciar una aventura donde tenía cero contactos, nula formación y poco más que ganas de empezar y un feliz reencuentro con un amigo tras casi una década sin verse. Todo fue nuevo, hasta posicionarse a través de las redes sociales. Pero, al menos hasta hoy, salió bien. La gente sigue pasando por su puerta, se toma un vino (dejándose llevar por su recomendación) o pide consejo para comprar alguno de los caldos que componen sus estanterías.

Unos estantes, como dirían allá, pequeños pero repletos. Y con tres referencias claras: productos valencianos, nacionales y argentinos. Los hubo italianos o californianos pero ya desaparecieron. Porque la rotación invita a conocer etiquetas poco comunes, que no son siempre las mismas. Y que se sazonan con dos ingredientes adicionales.

El primero, el vermut. Especialmente Cent Piques, con quien trabaja Sebastián de manera constante y a quien ha visto crecer y consolidar sus ventas. Cuando comenzó apenas se pedía. Hoy no hay semana que no agote cajas.

Y el segundo, contra lo que podría parecer en el espíritu bodeguero, cerveza. Pero no artesanal, aunque respeta mucho su trabajo y sus tiempos. Más bien de importación, difícil de encontrar y reflejo de su gusto por esta bebida.

Mientras, tras seis años se acumulan mil historias. Como el hecho de disponer de vino Kosher (que debe ser certificado en su origen y bendecido por un rabino) por la cercana presencia de una sinagoga judía. O el retorno, Fallas tras Fallas, de visitantes foráneos que antes de cenar pasan siempre a saludar y a tomar una copita. E incluso el de ilustres presencias, como la del padre del jugador del Manchester City David Silva, socio de una bodega de Gredos (pero abstemio confeso) que asistió a una cata y acabó regalando botellas al personal.

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