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De influencers, comunicación y gastronomía

David Blay Tapia

Vaya por delante que este artículo representa no solo mi opinión, sino una reflexión amplia sobre lugares comunes que parecen sencillos y sin embargo exigen un debate. Porque, aunque estemos en una sociedad polarizada, al menos los periodistas tenemos la obligación de evitar que todo sea de color blanco o negro.

Comencemos por los influencers. Algo que puede ser cualquiera, en teoría. No es necesaria formación, pero hay algo que es innegable: son seguidos en su mayoría por más personas que muchos personajes públicos. El porqué lo reflexionaremos en la segunda parte de este artículo.

Como en cualquier colectivo, hay gente educada, caradura, incompetente y hasta imbécil. Mi gremio no se libra. El de la cocina tampoco. Y creo que es general. No conozco una profesión donde todo el mundo sea transparente y maravilloso.

¿Es indignante que te pidan que les invites si quieres que te hagan una reseña? Para mí, en los tiempos que corren, no. Lo no entendible, ni aceptable, es que si el chef se niega le amenacen con hacerle una crítica negativa. Y créanme que habla alguien a quien compañeros de profesión en puestos de responsabilidad han amenazado con hablar con sus superiores para pedir su despido si publicaba determinadas informaciones.

De hecho, en muchas inauguraciones de restaurantes, cambios de carta o eventos, no solo se invita a este tipo de personas. Se las contrata. ¿Por qué? Porque, tristemente para los medios, su público es más concreto, su capacidad de influencia más diferencial, sus resultados más medibles y sus tarifas más baratas. El fallo es nuestro, no suyo. Y su capacidad de convertirse en un negocio unipersonal sería aplaudida si se les considerara emprendedores y no simples vividores.

Dicho esto, cualquiera tiene derecho a decidir lo que cobra por su trabajo. Pero no deja de llamar la atención que en algunos casos el colectivo se niegue a conseguir una publicidad a cambio de una cena y luego se planteen pagar por campañas a gente con perfiles muy similares. No todo es A o B.

Segunda reflexión: la comunicación en el sector gastronómico (al menos en Valencia) es en general pobre. Bien porque no hemos sabido darle la pátina de profesionalidad que tienen otros sectores, bien porque la mayoría de los propietarios apuestan poco por ella o incluso porque parece que con invitar a comer a determinadas personas consigues ya un artículo y no necesitas más. Pero, como ya ha comprobado mucha gente, salir una, dos o diez veces si no controlas el mensaje, los tiempos del mismo y cuentas historias diferentes más allá de lo bien se come en tu restaurante, te aboca a ser uno más en una oferta cada vez más variada.

Pero lo peor es el pacto de silencio que existe con aquellas personas que desprecian el trabajo de los profesionales que contratan. Conozco varios casos, e incluso yo he vivido alguno en primera persona, de impagos. De no responder a los mensajes. De no dar la cara. Incluso de contratar a alguien paralelamente mientras tienes un compromiso con una empresa externa. Y luego aparece la clásica queja de que es que ‘nadie me saca y por eso no viene gente’. Pues no, mira. Eso pasa porque comunicas mal, pagas mal (cuando lo haces) y trabajar contigo no vale la pena. De ahí lo que contábamos en el segundo párrafo.

Al final, hay tres conclusiones muy claras: no todos los influencers son jetas (y son los nuevos famosos), los cocineros están en su derecho de cobrar por su trabajo pero un post personalizado suele costar más que una invitación a cenar y constituye un boca a boca bastante potente, y algunos de los que se hacen los dignos luego no cumplen cuando contratan a alguien externo. Y conste que los primeros que no estamos a la altura en ocasiones somos nosotros, los periodistas. Pero eso no es óbice para que pensemos que el resto de colectivos son los penalizables.

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