9 diciembre, 2022
Berta M.ª López.
Las conversaciones con Lucía son siempre agradables. En todos los encuentros que hemos presenciado se ha mostrado cercana; una personalidad que ha conseguido plasmar en una marca. Su carrera profesional no parecía tener nada que ver con esto, aunque su graduado en dirección de empresas le ha servido para afrontar con más solidez un proyecto que se muestra imbatible y que ha pasado de ‘cero a ochenta mil’ botellas en menos de tres años. En el fondo, estaba formándose para ser partícipe de un designio que mucho tenía que ver con capitanear, de nombre: Clos de Lôm.
«Empezar un proyecto en nuestra finca, un lugar en el que ha crecido toda mi familia y en el que hemos celebrado mucho es hacer realidad un sueño». Un crecimiento que se extrapola ahora a lo profesional, porque si de algo pueden presumir con orgullo, es de haber sido capaces de alzar una bodega con las dimensiones que hoy contempla después de los tiempos tan convulsos que hemos vivido estos últimos años. Lucía forma parte del proyecto «desde antes de que tuviera nombre», por lo que cualquier reconocimiento es más que merecido. Y es que aunque todavía no posee estudios certificados sobre enología, cuenta con una ventaja particular que le ha hecho ser amante del vino desde su niñez: criarse entre viñedos escuchando «métodos, palabras y trabajos» que tiene «muy interiorizados».
Pero el germen de esto viene de mucho antes. Aunque lo de elaborar vino propio es una inquietud reciente, su abuelo ya vendía la uva a distintas cooperativas, lo que les ha mantenido vinculados a la viticultura generación tras generación. Más de 100 años de historia, en los que la tradición familiar y la calidad de sus vinos han mantenido vivo un proyecto férreo que mejora al son del excepcional carácter de sus vinos. Sin embargo, fue la figura de Pablo Ossorio quien les dio esa seguridad para embarcarse en una nueva aventura de la mano de un enólogo que no necesita presentaciones. Un mérito que comparte con Agustín Bolinches, jefe técnico y enólogo de la bodega con más de 24 años de experiencia. Dos figuras esenciales que han ayudado a dibujar los cimientos de la expresión más moderna de Clos de Lôm. Una idea más que meditada, estudiada y madurada antes de salir al mercado, que se tradujo en el lanzamiento de una marca triunfal.
El magistral desarrollo de su objetivo ha hecho que todos ellos se encuentren amparados bajo el sello de la DO Valencia. Cuando le preguntamos por la importancia del sector dentro de la Comunitat Valenciana, se apoya en las cifras para justificar la cantidad de empleos que genera y la significativa labor de las bodegas en favor de paliar la despoblación de las zonas rurales. «El enoturismo está dejando un impacto muy positivo tanto para las bodegas como para la población donde se asienta», añade.
Y aún tiene más: «el vino valenciano está en un momento muy bonito. Entre todas las DO se está elaborando una marca de la Comunitat y haciendo que esta zona del Mediterráneo destaque por su calidad». El futuro pasa porque nos reconozcan por la expresividad de nuestros vinos, y sobre todo, por abanderar proyectos con alma», matiza. Ellos lo han entendido muy bien y lo han aplicado todavía mejor porque espíritu les sobra y es que hacen vinos singulares, como el equipo que los elabora. En cada uno de sus vinos han conseguido transmitir la esencia de su tierra, empleando técnicas conservadoras con las que reflejan la mejor expresión del terruño. Entrega, paciencia y disciplina perfilan la identidad de una finca centenaria con una bodega renovada, que tiene la mirada puesta en el presente para no dejar escapar las oportunidades que les brinde el futuro.
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