23 noviembre, 2022
Jaime Nicolau
Hace más de dos décadas aunque parece que fue ayer. Junto a sus dos amigos Pepe Mendoza y Toni Sarrión, Pablo Calatayud comenzó a escribir un libro lleno de valores que, quizás sin que él mismo le dé la importancia que tiene, es fiel reflejo de una filosofía de vida. Su barba cana denota el paso de los años, pero también acumula sabiduría. Esas dos décadas no han cambiado un ápice su pasión. No le han desviado ni un milímetro aquella pregunta que no dejaba de sonar en su cabeza. ¿Cómo podemos hacer que la vida en nuestros pueblos sea mejor? Y pensó que la viticultura era el camino. Que si los íberos habían decidido instalarse hace 2500 años en aquellas bellas tierras y apostar por ella sería por lo fértil de esas tierras.
Y se puso manos a la obra construyendo un proyecto a base de beber en la fuente del origen. Bebió en la fuente del Priorat, inculcado por dos personas que marcaron aquel inicio: José Luis Pérez y su hija Sara. Aquel Priorat capaz de enamorar a los románticos. Capaz de ilusionar a los soñadores. Y Pablo soñaba. Su querido Moixent iba a ser la piedra angular en la que se sujetase. Sus primeras vinificaciones tuvieron un impacto tan excepcional que supuso el espaldarazo definitivo a esa filosofía, a ese modo de vida. Eran tiempos de juventud, de menos canas, pero de mucha ilusión.
En el camino fue dando pasos que son historia del vino valenciano apostando por las uvas autóctonas y dándose cuenta de ‘la estafa’ que para un territorio suponen los cantos de sirena de aquellas ‘variedades francesas mejorantes’. Cada territorio es diferente y la diferencia es la esencia de cada tierra. Su trabajo por dar valor a variedades autóctonas casi olvidadas, como la mandó, o el descubrimiento en la bodega de una Bodega Fonda con cientos de años de historia son hitos que han marcado el camino. La mandó hoy es un orgullo de la casa. La Bodega Fonda y las tinajas un tesoro en el que hace años decidió elaborar los ‘Vins Antics’ de la bodega. Sin olvidar otras uvas autóctonas que con tanto mimo han venido cuidando.
Pero esa barba cana no solo hace muy buenos vinos y atrae hacia su pueblo la mirada de la más exigente crítica nacional e internacional. Pablo también es uno de los grandes ‘agitadores’ del movimiento socio-cultural que han generado un puñado de viticultores desde Terres dels Alforins. Defiende su pueblo, Moixent. Ama su paisaje, su cultura, su patrimonio y a sus gentes, en una trayectoria de más de dos décadas. «Nuestra trayectoria en 20 años ha sido fiel a las ideas de Futuro Viñador. Pero a mí me ilusiona casi más extender esa filosofía. Hemos apadrinado o incubado muchos proyectos bodegueros y eso sí te llena. Mucho más que hacer el vino más caro de la Comunitat Valenciana. Crecer juntos y compartir. Sumar para hacer más fuerza y revalorizar el vino y las tierras sabiendo que es nuestro tesoro», nos proclamaba en una entrevista.
Y la gran suerte del vino valenciano es que esa barba cana no ha perdido ni un ápice de ilusión. El reconocimiento a su filosofía, a su proyecto, a que el camino es el correcto, carga a tope las pilas de este viñador. Porque lo más tangible con Pablo es más fácil de medir cuando algo le ilusiona. Y seguir caminando le ilusiona. «Hoy me ilusiona lo mismo que nos ha movido siempre, la utopía de poder construir un mundo mejor. De pensar que es posible hacer que la vida en nuestros pueblos sea mejor.
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