18 agosto, 2022
Texto y fotos: Olga Briasco
En las afueras de Belgrado, donde el verde de la vegetación predomina y en las llanuras emergen campos de cultivos se encuentra el Parque Nacional de Fruska Gora, una región que celosamente abriga monasterios ortodoxos de excepcional belleza y es testigo de la larga tradición vitivinícola de Serbia. Un vino, el bermet, cuya historia está vinculada al Titanic y presidió la mesa de muchas cortes europeas, especialmente la vienesa.
Precisamente para conocer ese vino que se elabora en las colinas de Fruska Gora me dirijo hasta Sremski Karlovci, una población con alma de ciudad noble. Una sensación que tengo al ver esos esbeltos edificios de corte austrohúngara ubicados en plazas abiertas donde la sombra de los árboles da un respiro en los meses de verano. Un paseo que me lleva a ver la catedral de San Nicolás y al salir un edificio rojo llama mi curiosidad. Se trata de la Escuela de Gramática, donde a finales del siglo XVIII se empezó a estudiar serbio. Monumentos que relevan la importancia que tuvo Sremski Karlovci en el pasado.
Una ciudad tan especial como su vino, como estoy a punto de descubrir. Lo hago en Vinarija Art et Vinum, una pequeña tienda que hay en una de las calles que dan a la plaza. Un lugar con un aura especial, repleta de grandes cuadros de tonalidades azules y granates y una mesa ubicada junto a la ventana, iluminada por la luz natural. Precisamente en ella Djordje coloca un plato con queso de cabra —elaborado por ellos— y trae unas copas para explicarme la historia de este vino mientras degustamos su bermet—dicen que es el mejor de la región—.
Pero antes, un poco de historia —o leyenda— para conocer su singularidad. Hace más de cinco siglos los habitantes de esta ciudad elaboraban en sus bodegas una bebida que encandiló a la emperatriz María Teresa de Habsburgo. Tanto le fascinó que cada vez que se necesitaba resolver un problema o ganar algún privilegio se enviaban toneles de bermet a la corte vienesa. Y no solo eso, cuenta la leyenda que incluso liberó a los ciudadanos de Sremski Karlovci de cumplir con el deber militar para que… ¡siguieran elaborándolo!
¿Qué tiene de especial este vino? Es un vino de postre aromático que cada familia elabora siguiendo una receta que viene de muchas generaciones atrás. Incluso algunas de ellas están conectadas con los monasterios ortodoxos, pues fueron los primeros en elaborar este vino serbio. Así, cada familia tiene una receta que guarda celosamente en un lugar secreto para que nadie pueda desvelarla. Entre risas, Djordje cuenta que ni su hijo mayor la conoce aún: “Mi familia me ayuda en la vendimia y en algunos procesos pero cuando he de usar la receta lo hago solo y a escondidas”. Además, la receta “se cuenta a medias” y solo se comparte de padres a hijos porque “la mujer puede casarse con otro enólogo”.
En su caso, la receta se remonta a 1720 y se elabora siguiendo los consejos que su tío aportó a la receta original. Lo hizo mientras trabajaba como enólogo en América, en la región vitivinícola de Napa Valley. Desde entonces, son siete las generaciones que han mantenido el secreto para deleitarnos con su vino. Una producción, en su caso, que se hace de manera artesanal y que no supera las diez mil botellas anuales.
Una receta secreta
Los enólogos de la región elaboran bermet (tinto y blanco), para lo que emplean una treintena de especies. En cuanto a las variedades de uva, para el bermet tinto se emplea Cabernet Sauvignon y Merlot mientras que para el blanco Rhine Riesling. En el caso de Art et Vinum su Bermet rojo (Crvena izmalica – Red Mist) emplea 27 especies y su bermet blanco (Princeza – Princess) no más de quince. El resultado es un vino suave, dulce y que nada tiene que ver con los que aquí se producen, como la Mistela. Por tanto, lo único que se conoce es que se elabora poniendo capas de uvas y hierbas en una barrica y, luego, se vierte el vino del año pasado. El resto es todo una incógnita porque el proceso de elaboración del bermet sigue siendo un secreto bien guardado.
Tanto es así que los aromas específicos difieren de una familia u otra e incluyen plantas curativas y especias naturales que se encuentran en el Monte Fruska Gora, que se añaden durante el proceso de fermentación —no llega a los seis meses—. Por ejemplo, es muy común emplear la Artemisa (ajenjo), que le da ese toque de amargura que contrasta con el dulzor de los frutos y la fragancia de las flores. El resultado es un vino equilibrado, suave y que hace de perfecto acompañante para los aperitivos y postres. Eso sí, como la mayoría de las bodegas de Sremski Karlovci ofrecen su propia versión de bermet, en cada una de las quince versiones notarás ligeras diferencias. Para gustos, el bermet.
Como decía, este vino terminó en la lista de vinos del Titanic. Algo que se conoció 73 años después de su hundimiento, cuando botellas con etiquetas de Sremski Karlovci salieron a la superficie. Lo que permanecerá siendo una incógnita es porqué se pusieron en la lista de vinos de ese crucero tan selecto. Y sí, puedo decir que he tomado el vino del Titanic…
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Un comentario en
Francisco el 5 enero, 2024 a las 5:47 pm:
Interesantísimo artículo. Gracias infinitas. He llegado a leerlo porque una exalumna mía se encuentra ahora estudiando serbio en Belgrado y me contó que en alguna de las visitas turísticas se hacía una degustación de vino. Ignoraba que Serbia tuviera tan gran tradición enológica