28 enero, 2022
Texto: Pepelu González / Vídeo: Vicent Escrivà y Paula Jiménez
Las calles de Valencia esconden un sinfín de lugares de parada obligatoria. En el bohemio barrio de Benimaclet se encuentra Baltasar Seguí, una vinoteca, un tanto peculiar, que, a lo largo de su historia, ha tenido que reconvertirse en varias ocasiones. Desde ser una tienda de barrio hasta transformarse en una taberna en la que degustar las miles referencias que esperan impasibles, en sus múltiples estanterías, al cliente que quiera disfrutar de un ambiente especial.
Su propietario, Manuel Seguí, nos cuenta cómo sus padres lucharon por levantar el negocio fundado nueve días antes de la gran riada de Valencia, en 1957. Un primer escollo que, Baltasar y María, pudieron solventar gracias a su espíritu luchador y trabajador. Un negocio que en sus inicios buscaba llenar las despensas de los ciudadanos del barrio y que, con el paso de los años llegó a convertirse en una distribuidora de productos, generalmente para negocios hosteleros.
En la actualidad todo esto ha quedado atrás. Se le ha dado vida a la fantástica barra que reina, de manera imperial, en el local y se ha convertido en una taberna que da pie a la tertulia, con buenos pinchos y, por supuesto, con los mejores vinos, licores y brebajes de alta graduación.
Tras su icónica barra encontramos a dos de los pilares fundamentales del local, Anna y Pedro, las manos derechas de Manuel. Estos son los encargados de hacer de Baltasar Seguí un lugar diferente, sin igual. Desde el minuto uno nos arropa su simpatía y cercanía. Dos personas atentas que saben, en todo momento, qué es lo que el cliente necesita y cuáles de las múltiples elaboraciones que reposan en los estantes son las más adecuadas para maridar sus platos.
El ambiente familiar se respira por todos los recovecos del negocio. Las distendidas charlas reinan en las diferentes barricas, que hacen de mesa y sobre las que se sitúan, a su alrededor, los vecinos de la zona que desean almorzar, tomar un vino o picar algo a cualquier hora de la mañana.
Tapas y pinchos típicos de Valencia que nos recuerdan a nuestra infancia, a las casas de nuestras abuelas y a esos platos que, desde entonces, idealizamos. Una mezcla de lo antiguo con lo actual, públicos de todas las edades, desde estudiantes de la zona que quieren divertirse a toda costa, hasta personas de avanzada edad que se apoltronan en las altas butacas de la bodega con el fin de tomar su clásico chato de vino. Una extraña, pero bonita combinación, que llena de alegría el interior del local y que casa, a la perfección, con la filosofía de vida del barrio de Benimaclet.
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