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Casa Lo Alto: las mágicas tierras donde el reloj no marca las horas

29 octubre, 2021

 

Jaime Nicolau / Fotos y Vídeo: Fernando Murad, Vicente Escrivá

El mundo del vino tiene escondidos enormes tesoros en forma de paisajes indescriptibles que otorgan un gozo imposible de tangibilizar a todo aquel que es capaz de descubrirlos. Uno de esos paisajes es la Finca Casa Lo Alto. Realmente su nombre describe a la perfección lo que uno va a entontrar: una casa emergiendo encima de una roca madre rodeada de un microclima bellísimo en el que conviven el monte mediterráneo, parcelas de viñas centenarias y almendros. Si a todos estos ingredientes sumamos el enorme y cariñoso trato que la familia Shenck, propietaria de Murviedro, ha dado a la propiedad desde que decidiera adquirirla hace unos años, el resultado es un templo del enoturismo elevado a la categoría de excepcional. Pero empecemos por ubicarnos. La Finca Casa Lo Alto se encuentra en el término municipal de Venta del Moro, a escasos metros del Parque Natural de Las Hoces del Cabriel.

Hace unos años Marc Grin recibió desde Suiza el encargo de ir a ver una finca, propiedad de otra familia helvética, que había sido ofrecida a los Shenck. Subió al coche con Víctor Marqués, entonces director técnico de Murviedro. Condujeron hasta aquel paraje por carreteras serpenteantes repletas de viñedos viejos. Coronaron el alto, frenaron el coche, se miraron y lo tuvieron claro. Aquello era un paraiso de enorme potencial, con mucho trabajo por hacer. Y Víctor levantó la mano y se ofreció a ser, con la ayuda de Cristóbal, el ermitaño que se encargara de la Finca con sus propias manos. De recuperar el viñedo, de arreglar el bosque, de podar los almendros… y Marc, convencido de que la apuesta era ganadora, le liberó de sus obligaciones en Murviedro y le dejó habitar a sus anchas en aquellas tierras en las que el reloj no marca las horas. Al tiempo, se encargó de toda la rehabilitación de la casa.

El resultado es un conjunto como habrá pocos en el mundo del vino español. Marc nos espera en la planta baja, delante de unos troncos que arden felices sacando brillo al conjunto. «Teníamos claro que Finca Casa Lo Alto tenía que ser una apuesta de una calidad excepcional. Y debemos haber logrado quedarnos muy cerca de ese objetivo, pues sin apenas comunicarlo, el proyecto ha tenido una gran aceptación. El que viene a esta Finca se enamora para siempre, como nos pasó a nosotros», señala Grin. Nos cuenta como imaginaron cada rincón, cada espacio, sus cinco preciosas habitaciones en las plantas superiores, la cocina… «el alquiler de la casa es íntegro para todo el fin de semana por 2000 euros y está funcionando de maravilla. Es una oportunidad para disfrutar de un paraje único con familia y amigos. Se convierte en inolvidable».

Vamos al viñedo. Una mágica parcela de bobal centenario nos espera. Una mesa preparada con un almuerzo campero, con el típico bollo de Requena y embutido de la comarca y los vinos de nacidos de las entrañas del paraje, replica una de las experiencias que pueden vivir los visitantes de Casa Lo Alto, disfrutando de los vinos vibrantes que elabora, de esas mimadas parcelas, Víctor Marqués, el enólogo que ha encontrado su hábitat perfecto. Recorre el viñedo despacio, como si hablara con la viña. Se para y señala un almendro nacido de manera natural en medio de las cepas y que, como su fuera un bonsai, imagina darle forma y belleza en unos días. Con él marchamos al punto inicial de las visitas, un mapa en el que Víctor explica la excepcionalidad de la finca a los visitantes. Está marcada por parcelas que toman el nombre de la variedad e incluso del vino resultante, rodeada de un maravilloso monte mediterráneo, los almendros… y la imponente casa reinando desde lo más alto de una roca madre que marca la personalidad de cada parcela, de cada suelo, de cada vino.

La siguiente parada es la bodega, el santuario de este enólogo que habita cual ermitaño en Casa Lo Alto y en el que se permite elaborar «con la mínima intervención» la excelente materia prima que es capaz de dar ese mágico paraje. Al más puro estilo de los alquimistas de antaño Víctor se sirve de fudres de madera, depósitos de cemento… e incluso barro. Son los ingredientes con los que moldea cada añada. Tres vinos son de momento el estandarte de la firma: el blanco elaborado con la autóctona tardana de nombre Trena; Rocha, un tinto de garnacha y Manzán, la bobal en estado puro. Todos, señala el enólogo, son vinos «vibrantes y con mucha personalidad, que reflejan lo que ocurre en la finca en cada añada y el lugar del que provienen».

Y así, sin darnos cuenta, hemos pasado una jornada en unas tierras mágicas en las que el reloj no marca las horas.

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