28 mayo, 2021
Olga Briasco
Dicen que la vida es de los valientes, de quienes se arriesgan y no miran atrás cuando toman una decisión. De quienes viven con pasión y, por qué no decirlo, tienen ese punto de locura que les lleva a emprender sin temor. No hay miedo y sí ilusión. La vida es de gente como Eduardo Mestres Mataró, que se embarcó en una cruzada que le ha llevado a ser uno de los impulsores del vino valenciano.
Como todas las grandes historias —o casi todas— fue una casualidad que sus pasos le condujeran hasta València. Como él dice, nació en el pueblo de la libertad: Vilanova i la Geltrú. “El señor feudal de Vilanova tenía derecho de pernada y un joven recién casado se negó y junto a su amada saltó al otro lado del barranco y construyó una casa. Otros jóvenes le siguieron y así nació la Geltrú”, comenta Eduardo Mestres. Allí adquirió ese sentido de la justicia y tuvo su primer idilio con el vino, cuando de niño pisaba las uvas de los campos que tenía su familia.
Con orgullo, cuenta que el hermano de su bisabuelo, en 1860, se marchó a vendimiar a Burdeos y al regresar plantó en sus tierras Cabernet y Merlot: “Esas variedades producían mucho menos que las que se plantaban en la zona, así que todos los del pueblo le decían que estaba loco, aunque realmente fue un adelantado de su época”. De ahí que a su familia en Vilanova i la Geltrú se la conozca como “los locos” y a él como ‘el fill del Ton Burdeos’. Un mote que algunos le darían hoy por vivir sin móvil —algo impensable para muchos en el siglo XXI—.
De bien joven ya demostró que es capaz de ir contra viento y marea con tal de conseguir lo que se propone. Sí, porque a sus diecisiete años logró fundar la penya barcelonista de Vilanova i la Geltrú: “el alcalde, que era procurador en las Cortes franquistas, no me dejaba fundarla porque quería que fuera en catalán así que fui al despacho de la familia de Nicolau Casaus (vicepresidente del FC Barcelona entre 1978 y 2003) en Barcelona, les expliqué lo que pasaba, me llevaron al gobierno civil y de ahí salí con los papeles de la penya”. Un relato que cuenta como si hubiese pasado ayer.
Vivencias que quedaron atrás cuando Eduardo Mestres dejó su ciudad natal y se marchó a Madrid para trabajar con Pirelli. Claro, siendo culé como es, le costó instalar la entrada de luz del Santiago Bernabéu: “no entré al campo, lo hice todo por debajo porque soy antimadridista y no quería entrar. Eso sí, lo hice con mucha profesionalidad”. En Pirelli tenía un buen trabajo pero no era feliz, así que decidió dejarlo. En los periódicos buscó un nuevo empleo y encontró una tienda de bebidas que buscaba representantes en Bilbao y València. Sin dudarlo ni un instante, cogió sus dos maletas de cartón y el 25 de abril de 1969 puso su primer pie en el cap i casal.
Llega a València a lo ‘Paquito Martínez Soria’
No se comió el mundo pero hizo frente a las adversidades propias de llegar a una ciudad desconocida: “El primer día vendí una lata de guisantes, que me compró un tendero de la avenida del Puerto porque me vio muerto de hambre. Fueron unos inicios muy duros y el primer mes gané 1.160 pesetas, cuando los sueldos eran de 6.000 pesetas”. Tras un año trabajando con su maleta yendo de tienda en tienda, pudo ahorrar para comprar un bajo en la Malvarrosa. Hoy esa tienda da a tres calles diferentes y tiene 1.200 metros.
Y así comenzó otro idilio, esta vez con València y sus tierras. De no delatarle el acento barceloní, creerías que Eduardo Mestres es valenciano; pues es uno de los mayores defensores de esta tierra, sus productos y sus vinos. Tanto es así que hoy tiene cinco tiendas y 12.600 referencias: Bouquet, S.C, Superbotella, Celler Bouquet, Bodega Cabañal y Bouquet Cabañal. “Todas ellas han nacido con la vocación de ofrecer vinos de empresas pequeñas y valencianas, cuando nadie lo hacía”, destaca.
La apuesta por los vinos valencianos
Una admiración por los productos de aquí que le llevó a liderar una causa —casi perdida en sus inicios— para situar a los vinos valencianos en el mapa enológico de España. “No sé cómo tenía el valor para decir que eran buenos porque no lo eran. Aunque también es cierto que los vinos de otras partes de España tenían mucho nombre y no eran tan buenos como ahora”, detalla destacando que “en Terres dels Alforins, Yecla y Jumilla están los mejores viñedos de España”.
No fue un camino sencillo porque los vinos de calidad escaseaban y casi era más una apuesta de futuro. “En 1973 quise crear un escaparate de referencias valencianas y me tuve que ir por los pueblos para conseguir reunir dieciséis botellas diferentes. Además, era muy difícil vender vinos valencianos —no llegaba ni al 5%—“, comenta resaltando que hoy el 70% de lo que vendo son referencias de la Comunitat Valenciana. Un trabajo de educación que fue cuajando en la sociedad gracias a su labor y a la de otros bodegueros, que comenzaron a apostar por los vinos elaborados en la Comunitat Valenciana: “Poco a poco la gente fue aceptando esos primeros vinos y cuando llegó a las masas ya estaban profesionalizados”, comenta.
Esa causa llevó a Eduardo Mestres a reunir a “otros ocho bodegueros locos” y fundar, en 1984, Els Bodeguers, Asociación de Bodegueros y Licoristas de Valencia. “Cuando llevábamos tres años quería hacer cosas para resaltar el nombre de las bodegas así que, tomando de idea la Mostra de Vins de Barcelona, decidí hacerla en València”, explica Mestres haciendo referencia a La Mostra de Vins que se celebra desde 1987. Eso sí, con distintos emplazamientos hasta que se realizó en el cauce del río Turia, donde se realiza en la actualidad.
Hoy los vinos valencianos ya ocupan el lugar que se merecen pero critica que la mentalidad de los bodegueros no ha cambiado: “Los vinos mejoraron mucho con la llegada de jóvenes viticultores que se profesionalizaron pero no hemos avanzado en la comercialización, porque siguen sin tener la mentalidad de vender los vinos por el mundo”. De hecho, Mestres relata cómo más de una vez viajó a Barcelona para que sumillers probaran los vinos valencianos. Y sí, también es de los que se trae botellas de vino cada vez que viaja.
Eduardo Mestres no tiene favoritismos y todas las botellas que tiene en sus vinotecas son especiales para él. Las elige a conciencia y poniendo en valor el trabajo que esconde cada una de ellas. Eso sí, tiene una forma muy peculiar de catarlos: “Me gusta ir a los viñedos en varias ocasiones, primero para comer la uva, después para beber el mosto y por último para probar el caldo que hay después de la primera fermentación. Lo hago porque cuando bebo el vino de la botella, me gusta reconocer aquellas uvas que probé al principio”. Finalmente, sabe si el vino le ha gustado de la forma más sencilla: “Si la botella que abrimos para comer la terminamos o no”.
Durante 25 años estuvo al frente de La Mostra de Vins pero durante más de cinco décadas ha estado al frente de sus tiendas. Un tiempo en el que han cambiado muchas cosas pero no ese encanto de las tiendas de barrio, donde el trato es cercano y se puede comprar cualquier cosa porque “ofrecemos lo que la gente necesita y demanda”, detalla. Lo dice señalando a esos cartones de leche, paquetes de pasta y productos que se agolpan al lado del mostrador. También años de dedicación. Por eso, a sus 81 años sigue al frente de Bouquet y lo hace con la misma alegría y pasión que el primer día: “Me gusta mucho mi trabajo, no he faltado nunca a trabajar y aquí seguiré hasta que pueda”. Su legado terminará ese día —no hay relevo generacional— pero él ya habrá logrado su propósito: situar a los vinos valencianos donde les corresponde.
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