28 enero, 2021
El mundo del vino tiene para el público unas elevadas dosis de diversión y pasión. Nadar contracorriente, ir contra las modas o sacar de la zona de confort al consumidor, normalmente es una fórmula ganadora cuando detrás de un producto hay mucha verdad y no sólo los fuegos artificiales de una buena campaña de marketing.
¿Has oído hablar del único 100% Pedro Ximénez blanco seco hecho en La Mancha? Lo más seguro es que no. Y si es que sí, te reconfortará leer este artículo. Lo elabora con esmero Bodegas Marisol Rubio. Se trata de una apuesta de Cipriano Garrido, agricultor de toda la vida, e hijo, nieto y bisnieto de agricultores. Cuarta generación, por tanto, que en la actualidad, y junto a la quinta era de la saga, sus hijos Piedad y Jorge, han creado un proyecto disruptivo y exitoso en el mundo del vino.
Cipriano, manchego de pro, ha ido a contracorriente de lo que tradicionalmente ha sido la agricultura de la tierra de don Quijote. Para él sus viñas han sido su pasión, y su prioridad la calidad, eso de coger “mucha uva” no ha ido con el señor Garrido, él siempre ha sido de podas cortas, riegos leves… y de dar justo a la vid lo que necesitaba. No para coger muchos kilos pero sí para recolectar la máxima calidad.
Una filosofía muy vanguardista que acabó de cimentarse cuando hace algunas décadas hizo un viaje por el sur de la península ibérica. Ahí llamó mucho su atención las grandes plantaciones de Pedro Ximénez y en su cabeza empezó a elucubrar si esa planta se adaptaría bien por sus tierras manchegas, con un clima tan cálido, pues Bodegas Marisol Rubio se ubica en Villanueva de Alcardete, un pueblito de la provincia de Toledo, justo donde ésta sella sus labios con las vecinas Cuenca y Ciudad Real, en el corazón de La Mancha.
Pasaron los años pero aquella Pedro Ximénez seguía rondando por su cabeza casi a diario al tiempo que se iba documentando y estudiando la casta. Llegó el momento de reestructurar una finca de la familia de 25 hectáreas y ahí estaba la oportunidad esperada. Cipriano dedicó a ello casi 5 hectáreas. Había quien decía que si eso era tirar el dinero, pues la finca, que está a una altitud de unos 830 metros, no lo iba a aguantar… lo que no cabe duda es que era una acción de valentía, sin embargo Cipriano tenía claro que tenía que plantarlo. Su mujer ya no le discutía, tenía que apoyarlo viendo el brillo especial que se alojaba en los ojos de su marido cuando hablaba de ese proyecto.
Caprichos del crudo destino esa apuesta no pudo ser disfrutada por ambos, y su mujer fallece justo cuando la viña de sus sueños alcanzaba la edad perfecta para dar el siguiente paso. Esa primera cosecha es un año horrible para la finca que sufre todo tipo de adversidades meteorológicas. Pese a ello, como si de un brindis desde el cielo se tratara, queda un fruto excelente… Y Cipriano sueña un paso más y decide junto a sus hijos elaborar un monovarietal de esas uvas de Pedro Ximénez. Ellos, Piedad y Jorge, le cogen de los brazos para dar otro paso más, y llaman a la firma Bodegas Marisol Rubio, en honor a su esposa y madre. Sí, además, una bodega con nombre de mujer. Y ese vino tenía que ser especial. El contenido iba a ser espectacular, pero el embalaje no podía ser menos. «Elegimos una botella borgoña, porque nos pareció muy adecuada al vino blanco, decidimos que no pondríamos etiqueta sino que iba a ir serigrafiada con la letra de mi madre, cogimos su DNI quitamos la rúbrica y así lo hicimos. La persona que se encargó de poner el diseño en la botella me decía voy a quitar este punto a mover esta letra… y yo le dije no se toca absolutamente nada, me da igual que sea comercial o no, lo que quiero es que vaya la letra de mi madre tal y como es», señala Piedad Garrido, directora de bodegas Marisol Rubio. Eligieron un corcho natural que también personalizaron, y numeran en él cada botella; lo mismo con la cápsula… un resultado espectacular que llama tanto la atención como su innovador vino. Hicieron 1.455 botellas que literalmente “volaron”, situándose en los mejores restaurantes de España con clientes de la talla de Sacha, Urrechu, Rekondo, Arzak… y con críticas maravillosas de prescriptores españoles de la talla de Juan Fernández Cuesta, Federico Oldenburg, Andrés Sánchez Magro e internacionales como Jancis Robinson o Robert Parker (gurú americano que ha otorgado a bodegas Marisol Rubio 90 puntos).
Por cierto, al vino le pusieron CIPMA I (Cipriano y Marisol), y en la segunda cosecha doblaron la producción. Y llegó un nuevo vino: CIPMA II. Si el primero fermenta en depósito de hormigón subterráneo con paso por barrica de cinco meses, CIPMA II está directamente fermentado en barricas pequeñas de los bosques de Missouri.
Y así, brindando cada día el cielo y la tierra, se cuenta la historia de un sueño, de un vino único, de un vino premiado y elogiado que hoy se disfruta en las mejores mesas. El sueño de Cipriano Garrido que nunca hubiera sido posible sin su querida Marisol Rubio.
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