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El ‘Comando Giropa’ agita con fuerza La Marina Alta

21 octubre, 2020

Jaime Nicolau
Hay temas en el mundo de la música, da igual el género, tocados por una varita mágica, con los que pronunciar una palabra toca una tecla de nuestro cerebro y pone en marcha el efecto recuerdo. Música que todo el mundo reconoce. Temas que son pegadizos. Eso le va a ocurrir a Giró Productors Associats (Giropa). Un ‘comando’ de pequeños productores ubicados en la mágica Marina Alta, a pocos kilómetros del Mediterráneo pero los suficientes como para estar rodeados de montañas que abrazan las viñas como barreras protectoras frente a adversidades climatológicas. Giropa nace de manera natural. Cinco productores se dan cuenta de que tienen una filosofía muy parecida: amar la viña y defender un territorio; y una cultura y unas variedades que muestren singularidad y son ‘diferentes’. La Giró es su bandera. Con ella traen entre manos un estudio con la Universidad Miguel Hernández que pronto verá la luz, para saber más de esta casta de uva e intentar afianzar el convencimiento de que es una variedad por sí misma, diferente de la garnacha. Sabemos que llegó a Alicante de mano de los mallorquines hace algunos siglos. Pero no será su único pilar, porque tampoco se olvidan de esa moscatel que tanto nos ha dado. Una variedad en la que creen, pero que no solo tiene una cara para elaborar vinos dulces, sino que es muy polifacética y también de ella se pueden obtener grandes blancos gastronómicos. Les presentamos al ‘Comando Giropa’ (Gutiérrez de la Vega, Curii Uvas y Vinos, Aida i Luis Vinyaters, Manu Guardiola Viticultor y Cap de Nit). Sueñan con devolver a la zona todo su esplendor. Actualmente quedan unas 600 hectáreas donde antes llegaban a 20.000. Ellos suman unas 20, en un territorio salpicado de minifundios, muy al estilo de El Bierzo.

Hemos quedado con ellos en una mañana gris. El valle a nuestros pies. La Serra de Bernia en el horizonte. Manu ha elegido el lugar con esmero. Desde allí nos explican de un vistazo el porqué estamos en una zona privilegiada para el cultivo de la vid. Por qué hay tanta variedad de suelos (calcáreos, arcillosos o de tap, una roca dura de varias capas) que al final marcan importantes diferencias de sabores en la copa, aunque la variedad sea la misma. Se han unido para moverse juntos. Para ir de la mano a ferias internacionales. Para hacer sus propias ferias. La Covid-19 lo ha parado todo. Pero todo llegará. No hay prisa. Hay ilusión y hay una filosofía de respeto al entorno que hace que sus ojos brillen de una manera especial. Cataremos en la viña, en una terraza bella, pero primero nos cuentan quiénes son y por qué unen esfuerzos.

Violeta Gutiérrez de la Vega representa en Giropa dos bodegas: la de su familia, Gutiérrez de la Vega y Curii Uvas y Vinos, un proyecto muy personal junto a su pareja, Alberto Redrado, sumiller y copropietario de La Escaleta. El proyecto nace en 2010. Empezaron a buscar viñas viejas de giró. De las tres hectáreas de Curii salen 10.000 botellas. De las siete de Gutiérrez de la Vega, unas 40.000. En Gutiérrez de la Vega, Violeta quiere recorrer con la giró el mismo camino que su padre ha realizado con la moscatel, llevándola a ser referente a nivel nacional. Está convencida de poder obtener grandes resultados.

Una noche y un día es el acceso a la gama de Curii Uvas y Vinos. El nombre del vino rinde homenaje al pasado. Cuando varias familias compartían un ‘cup’ para elaborar vino para autoconsumo, con lo cual el tiempo que la giró pasaba en el cup macerando era más o menos ese. Alberto y Violeta lo dejan algo más. Fermenta en fudre de madera abierto, luego pasa a inoxidable y otra vez al fudre, unos seis meses. Es un vino con raspón. Todo el viñedo es ladera y suelo arcilloso, lo que da un vino más grueso. Una rica expresión de la giró.

Y llega Imagine de Gutiérrez de la Vega. Desde 2006 la bodega ha realizado elaboraciones diferentes de las parcelas de giró. Este año el vino ha cambiado la presentación. Lleva en el mercado desde 2011. Fermenta en barrica de 300 abierta y después más de un año en barrica de 500. Acidez y potencia lo describirían. Otra cara de la polifacética giró y la riqueza de suelos de esta comarca.

Aida y Luis son pareja. Se conocieron estudiando agrónomos en Valencia. Quisieron dar un paso más y siguieron con enología. Se engancharon a este apasionante mundo para siempre. Viajaron por medio mundo trabajando en bodegas y en 2018 deciden apostar por un proyecto personal. Eligen la zona porque la familia materna de Lluís es de aquí y porque están convencidos del potencial vitícola de una zona con microclimas diferentes, suelos diferentes… Manu les echó una mano y allí arrancaron. Manejan unas tres hectáreas de viñedo de las que producen cerca de 10.000 botellas. 2018 fue su primera añada.

Catamos su Tahúlla 2018. La uva es moscatel de Benitatxell y proviene de parcelas pegadas a acantilados. «Al viñedo todas las tardes le entra un viento marino chulísimo que unido al suelo de tap, hace que el terroir se exprese a las mil maravillas. Aromáticamente intenso», señala Luis. «Proviene de cuatro microparcelas. Tahúlla es como se conocía una décima parte de una hectárea en el sur de Alicante y Murcia. Catamos los moscateles de la zona con la idea de elaborar un blanco seco de alta expresión. Así es Tahúlla, con crianza sobre lías. Y es muy intenso aromáticamente, pero con el punto graso que necesita un vino muy opulento. Era potenciar las virtudes de la moscatel», añade Aida.

Manu Guardiola es tan autóctono como la giró o la moscatel. Ha hecho vino para el consumo familiar desde muy pequeño ayudando a su padre. Lo tenía claro. Estudió farmacia porque su madre es farmacéutica y después enología. El fin no podía ser otro que empezar un proyecto familiar. Se basa en cuatro hectáreas repartidas en pequeñas parcelas. De ahí salen actualmente cerca de 10.000 botellas. La giró y la moscatel lo son todo en el proyecto.

Seguimos con su Marges 2018. Es un moscatel proveniente de una parcela de Jávea. Una parcela de suelo calizo y textura arenosa. Un vino de larga longitud, que mejora con el tiempo. «Lo que me encanta de este vino es ver cómo va a más con el tiempo. Son blancos de guarda con mucho recorrido», empieza a explicar Manu. «Es un vino de parcela hecho en la viña», continúa. El resultado es igual de especial que el anterior moscatel de la cata, a la vez que muy diferente. La variedad sin máscaras, tratada de manera seria y rigurosa en busca de un gran vino blanco. Misión cumplida.

El repóker lo completan Joshua Kniesel y Josie Cleeve que son los creadores de Cap de Nit. Él, alemán, de los que pasaban largas temporadas en esta zona alicantina de la que quedó prendado. Ella, inglesa «valenciano parlante» que llegó a la zona muy pequeña. En 2017 comenzaron con el proyecto y 2018 es la primera cosecha. Moscatel y giró, como en el resto del comando, son sus emblemas. Elaboran unas 10.000 botellas.

Cap de Nit 2019 salta al ruedo. Es un tinto de giró, un vermell (tinto ligero) señala Josua, proveniente de una parcela de 25 metros asentada en la montaña. Su crianza es en tinaja de barro buscando una expresión muy fresca de la giró, que refleje las tierras rojas de la montaña.  «Es un vino muy puro y muy ligero», apunta Josua. «Vinos de beber pero con mucha personalidad», añade.

Pues así suena Giropa. Una versión ‘grabada’ a capela por emprendedores que sueñan con agitar con mucho ritmo la viticultura de La Marina Alta.

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