26 junio, 2020
David Blay
Si el desconfinamiento nos ha traído algo es la posibilidad de cruzar libremente las provincias de nuestra comunidad. Pero, curiosamente, aunque ha movido a determinados perfiles hacia zonas muy concretas, ha conseguido algo que parecía de perogrullo: que los locales apuesten por visitar (por fin) lo que tienen más cerca.
Tratamos de poner en valor en nuestros post anteriores sobre sueños de escapadas vinícolas en desescalada el nivel de nuestras ofertas de proximidad. Pero no por una cuestión de chauvinismo, sino por una constatación evidente: que aquellos que no residen en nuestra tierra valoran más que nosotros lo que tenemos aquí.
Uno de los mayores ejemplos (y en el que hemos querido fijarnos porque nos permite escenificar que ya podemos cruzar de Valencia a Jesús Pobre, sin ir más lejos) es la Bodega Les Freses. Un proyecto nacido hace 10 años, consolidado hace cuatro con su primer vino y que visitan (un Excel lo demuestra) un 85% de personas foráneas.
Y sin embargo, como diría Joaquín Sabina, el confinamiento ha traído la cercanía. Y con ella, la pérdida de la valoración extrema de lo ajeno para volver la cabeza a lo propio. De manera orgullosa, además.
Para quien desconozca su especial historia, a unos metros de donde data la primera bodega de Europa (VI antes de Cristo) y en un campo donde antaño se plantaron fresas una joven pareja decidió apostar por caldos básicamente blancos, aunque han ido incorporando propuestas de todos los colores.
Su originalidad llega hasta el hecho de realizar visitas guiadas (reabiertas desde el mes de mayo) junto a un arqueólogo titulado para descubrir L’Alt de Benimaquia, un emplazamiento amurallado íbero en el extremo noroeste del Montgó. Con desayuno acompañado de vino dulce, por cierto.
Pero lo especial no queda ahí: etiquetas con ilustraciones en blanco y negro, fermentos con levaduras propias respetando los métodos tradicionales, nombres (y redes sociales) en valenciano, castellano e inglés y una vendimia recogida con ropas de pandemia conforman solo alguna de las peculiaridades de un lugar diferente.
Gente que entre marzo y mayo ha perdido el 30 por cien de sus ventas. Y que lo asume diciendo que prefiere beberse su vino a ofrecerlo a menor precio y cargarse la cadena agricultor-distribuidor-bodeguero. Que reivindica que no hace falta estar en ninguna capital para ofrecer alta calidad. Y, sobre todo, que sigue creyendo en el vino como forma de vida. Como hicieron sus antepasados hace ya 27 siglos.
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