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Granada: De la costa a las Alpujarras o del espeto al jamón

12 agosto, 2019

Jaime Nicolau

Decir Granada es compartir la belleza de su capital, pero también cientos de tesoros y contrastes. Del mar a la montaña, del turismo de playa a la paz del interior. Esa Granada es la que hemos descubierto en este viaje que deja al descubierto la belleza de esta provincia, y la amabilidad de sus gentes.

Salimos de la capital granadina rumbo a la Costa Tropical. Almuñécar, Motril, Salobreña… Contrastes. Del jaleo a la calma a partes iguales. Belleza. Aguas limpias y algo bravas que llevan hasta la zona aventureros amantes de los deportes del mar que conviven con los bañistas tradicionales. Paramos en Almuñécar, en la playa El Pozuelo para conocer el restaurante El Balate. Es uno de esos locales que tocan el mar de los pocos que sobreviven en las costas españolas. Parece sacado de otro tiempo, pero su enclave es un privilegio y su producto fresco su gran carta de presentación. Los pescados son su fuerte. Una buena fritura o los boquerones al limón, son algunos ejemplos de lo que van a encontrar, sin dejar de lado los espetos y todo lo que les rodea. Un descanso en su playa de arena negra y piedra es la mejor manera de hacer la digestión. Ducha y cuando el sol descansa un poco es momento de seguir el viaje hasta la vecina Salobreña. Visita a su castillo y su centro antes de bajar a la playa a disfrutar de los espetos, de su marisco a la plancha o cocido. La parada aquí es El Peñón. De nuevo enclave privilegiado y cena en la arena convertida en un comedor repleto y en el que ameniza la velada un cuarteto de cuerda. Descanso que al día siguiente más contrastes.

Arrancamos rumbo a la Alpujarra. Órgiva es nuestro destino para comenzar la subida hacia los bellos pueblos que esconde este paraíso de la naturaleza. Pueblos de blancura extrema, calles empinadas y estrechas y flores adornando las fachadas. Pueblos que son remansos de paz. Dejamos el desvío a Lanjarón a la izquierda y tomamos rumbo a Pampaneira. Por el camino encontramos Soportújar, el pueblo de las brujas, que cuenta incluso con un monumento a ellas, debido a la enorme tradición antropológica de la localidad, lo que añade curiosidad a su belleza. Llegamos hasta Pampaneira.

Será éste uno de los pueblos más bellos de Las Alpujarras. Calles estrechas, fuentes, cuestas pronunciadas y las alpujarreñas colgadas en los negocios locales dan tremendo colorido a un pueblo que comparte esos rasgos con los vecinos Bubión, Capileira, La Taha, Carataunas o los ya comentados.

Volvemos a ponernos en marcha rumbo a Trevélez. Allí nos espera José Antonio Alonso, que junto a dos socios regenta El Rincón y el secadero Castillo y Jiménez. Con él recorremos las instalaciones del secadero. «Nosotros realizamos una curación completamente natural. Con sal marina y tiempo, nada más», señala con cierto orgullo. «Vivimos en una época en la que todo tiene que acelerarse y acortar los procesos de manera artificial no va en el bien del producto final», señala. Los jamones son clasificados por peso y pasan a la sal, tantos días como kilos. De ahí a una línea de lavado y estrujado que limpia la sal y la posible presencia de algo de sangre en el jamón, lo que lo echaría a perder. Y de ahí, tiempo. En el secadero 1 los jamones duermen con las persianas echadas y únicamente se abren por la noche. Cada día se levantan y se cierran manualmente con el objetivo de protegerlos del sol. Si los jamones son reserva pasan a un segundo secadero, con ventanas y persianas abiertas todo el día. Recorremos el camino a la inversa mientas José Antonio nos cuenta el por qué de jamones de entre 20 y 30 kilos colgados del techo. «Esos tienen nombre y apellido. La gente que antiguamente hacía la matanza en sus casas y lo sigue haciendo nos los traen a secar. Llevan una etiqueta de su dueño y esos no están a la venta», nos explica. Ya en la tienda nos da a probar los diferentes tipos de jamón que poseen. Nos quedamos con el reserva y nos lanza un compromiso con un apretón de mano a modo de garantía. «Cuando lo empecéis si no está como toca me llamáis que os envío un jamón por mensajería». Están tan convencidos de su producto elaborado con sal y tiempo, que saben que nunca utilizaremos ese comodín de la llamada.

Ponemos rumbo a Lanjarón (merece capítulo aparte) que es una de las poblaciones más bonitas de España. Desde ahí a Granada y rumbo a Iznalloz. Queremos comprar en Antonio Titos, una fábrica artesana de embutido a la que peregrinan miles de devotos cada año. Especial la morcilla con un toque picante o el chorizo patatero. Con la compra hecha es hora de comer. Lo hacemos a pocos kilómetros, en Píñar, localidad famosa por sus cuevas visitables, no lo duden. Venta El Cruce es nuestro destino. Carnes a la brasa conviven con un menú diario que lo convierte en punto de referencia en la zona. Llenos sus dos comedores dan buena fe de ello. Ojo con las raciones, midan y pidan consejo. La relación calidad/precio les dejarán sorprendidos.

Y en Píñar acaba nuestra ruta granadina que ha recorrido lugares inolvidables sin tocar la capital. Granada  y su provincia lo tienen todo. Contrastes y belleza, gentes que reciben al viajero con los brazos abiertos y rincones que siempre sorprenden.

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