José Antonio López
Respeto y educación y si le duele el estómago o se ha peleado con su pareja, no lo pague con el camarero o el local de hostelería que le recibe con los brazos abiertos y que, normalmente, le da todo lo mejor que tiene y está encantado en servirle.
Mucho menos, amigo, juzgue por juzgar y piense en el mal que puede hacer escondiéndose tras las redes sociales u otros artilugios…
Viernes noche en una terraza de un restaurante de la Plaza de Cánovas. Es la hora punta. Además de las mesas del local hay tres o cuatro más en terraza que no es ni más ni menos que una opción para esperar a la mesa del interior o tomar una copa. Se ve, claramente, que no son mesas de restaurante aunque, lógicamente se puede comer, pero con las limitaciones del tamaño.
Se ve, repito, y los camareros lo dicen cuando alguien les solicita un servicio superior en la terraza.
Ocupo una de esas mesas. Tres personas vienen con el camarero y llegan a un acuerdo de sentarse en otra de las mesas y que les sirvan la cena, ya que no se han acordado de reservar y tienen un poco de prisa.
Bolsos, un paquete de compras y todos los móviles habidos y por haber, van a parar a la mesa. Queda un poco de espacio para dos paquetes de tabaco y un encendedor.
Imposible hacer milagros. No caben más cosas. Aun así, consiguen una silla y van colocando todo lo que no cabe en la mesa con el fin de que cuando llegue la comanda tenga espacio y no haya que hacer una cena de “sobaquillo” auténtico.
Hoy va de tapas, por aquello de las prisas. El camarero les comenta, con toda amabilidad, que pueden que tarden un poco debido a la hora punta que es. Pide su comprensión que es aceptada de inmediato.
Botella de vino, un pequeño tentempié para abrir boca y sonrisas, comentarios y alegrías por doquier. La noche es joven, hace una temperatura magnífica y hay que disfrutar. Finde.
No han pasado diez minutos y algo se tuerce en la conversación de mis vecinos de mesa. Bajan la voz y aparece un rictus de enfado en una de las comensales. No soy cotilla, los tengo al lado y de frente. Imposible pasar desapercibidos.
Un minuto más tarde empiezan los comentarios de que “esto no puede ser”, “llevamos dos horas aquí y nos han traído las papas y el vino”, “menuda incomodidad”, “ a la mesa de allí le han servido antes y han llegado después que nosotros”… Se lo pueden imaginar, todo esto con los móviles en la mano y dándole a las teclitas sin prestar más atención a nada de lo que les rodea. Los comentarios van subiendo de volumen.
Uno se levanta y se va hacia el camarero. “Que dice que lo traerá lo antes posible. No me creo nada de nada, este se lo ha llevado a otra mesa.” Continúan los comentarios y empiezan a aparecer unos velados insultos.
Llega, por fin, el camarero. Han transcurrido menos de treinta minutos en servirles. Va depositando platos en la mesa que, tras el enfado, se ha llenado de móviles, tabaco, además de las copas del vino.
Hay enfado. Que si la mesa es pequeña, que si no caben las cosas… No recuerdan que se lo habían avisado y además, no quitan los aparatos de la mesa. Por fastidiar.
Les abreviaré el relato. Una noche para olvidar. Todas las personas que estábamos allí nos estábamos dando cuenta de la sinrazón de estas personas. Todo eran quejas, todo problemas, todo negatividad. Deseábamos que se marcharan. Incluso alguien apuntó de invitarlos y que se fueran cuanto antes.
Todo terminó entre improperios y malos modos con el camarero y criticando a la casa, el servicio y a casi todos los que estábamos allí porque “no entendían cómo hay gente que viene a este sitio. Lo voy a poner en el tuiter y en el feisbok, para que se entere todo el mundo”.
Aplaudimos cuando se fueron y aún más cuando uno de ellos dijo en voz alta y como insulto “y además de estar todo malo, las chuletillas de palo de lechal, apenas tenían carne”.
Respeto y educación. Si no le gusta una cosa dígaselo al dueño del local, pero no monte una marimorena absurda que pueda perjudicar a personas que no se lo merecen.
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Un comentario en
bombonparati el 19 junio, 2015 a las 10:19 pm:
Te doy toda la razón querido Jose Antonio, la educación, las buenas formas y la tolerancia últimamente se han marchado de viaje.Creo que al igual que Asterix y Obelix somos una minoria irreductible que no casamos con este entorno que describes y por desgracia cada vez mas numeroso,