5 abril, 2019
«Queremos dejar un legado para el futuro que represente lo que fue y lo que es Manchuela»
Mª Carmen González
Hace 15 años Juan Antonio Ponce hizo realidad el sueño de tener su propia bodega, de abrazar esa «apasionante forma de vida» que según él es hacer vino. Hace 15 años nacía Bodegas y Viñedos Ponce, una pequeña bodega familiar de Villanueva de la Jara (Cuenca), adscrita a la DO Manchuela, de la que hoy en día salen diez vinos y que se esfuerza por trabajar, y recuperar, variedades autóctonas de la zona, como la bobal, la moravia agria, la albilla o la garnacha tinta.
El compromiso de Ponce con su tierra y con la defensa de las particularidades de la zona es claro. «Al final, el valor de una zona es la diferenciación y potenciar lo que realmente es propio del lugar». Este valor, afirma, «se ha ido perdiendo, degradando poco a poco por la llegada de otras variedades que han sustituido a las que han estado toda la vida», afirma. De ahí su afán por recuperar variedades que en el pasado tuvieron gran repercusión y presencia en Manchuela y que en la actualidad habían casi desparecido.
De hecho, destaca Ponce, «además de hacer vino, en Bodegas y Viñedos Ponce estamos en una fase más centrada en recuperar viñedos, plantar nuevos de variedades casi desaparecidas, como la moravia agria o la albilla, y dejar un legado para el futuro que represente lo que fue, y lo que es, Manchuela».
De este propósito de recuperación nació en 2009 ‘Buena Pinta‘, uno de los escasos vinos embotellados elaborados con moravia agria, y que es de los más valorados y reconocidos de la bodega conquense, destacado por figuras como Robert Parker o Jancis Robinson. Un vino «con un perfil más fresco, fluido y más especiado en algunas añadas de lo que suele ser habitual en la zona de Manchuela», y que funciona muy bien en exportación, «que es donde hay menos prejuicios y una mente más abierta a probar cosas nuevas», señala Ponce.
«Se dice que la moravia agria es una variedad muy compleja o con dificultades de vinificación, pero para mí resulta mas complicado el trabajo en el campo que en bodega», indica el enólogo. Y es que, según explica, es una variedad «muy delicada» y con una piel «extremadamente fina», que tiene un ciclo de maduración muy largo, con lo que es más probable encontrarse una vendimia con lluvias y es más sensible a sufrir ciertas enfermedades, como el oídio. Sin embargo, resalta Ponce, «el resultado final en cuanto a finura y elegancia es increíble».
Juan Antonio Ponce trabaja con otras variedades autóctonas y menos conocidas, «porque actualmente hay menos hectáreas en producción», como la albilla o la garnacha tinta, que no tintorera, precisa el enólogo. Así, con la albilla, una variedad blanca y posiblemente la más antigua de la que se tiene registro en la DO Manchuela, elabora ‘Reto’, un vino con personalidad, mineral, austero, salado y sabroso, y con la garnacha, La Xara, sabroso y con una gran variedad de matices.
Y cómo no, trabaja la autóctona bobal, una variedad «que da mucho juego», y con la que elabora seis vinos: PF, Pino, La Estrecha, La Casilla, Clos Lojen y el rosado Las Cañadas. Se trata de una variedad que tiene en la acidez una de sus grandes virtudes, y «que permite mostrar diferentes tipos de vinos». Así, comenta, «puedes pasar desde elaborar un rosado, con mucha fruta, fresco y fácil de tomar, a hacer tintos jóvenes muy fluidos para cualquier momento del año, o incluso vinos de guarda, con mucha estructura y más potentes».
Los vinos de Ponce se caracterizan por la «identificación». «Son vinos muy personales, en los que intentamos que se muestre muy bien el carácter de nuestros viñedos, de nuestra zona, y de las personas que trabajamos en el proyecto», incide el enólogo. «Son vinos muy difíciles de repetir, y muy diferenciadores. Que gusten más o menos, o que sean más o menos comerciales, para nosotros es algo casi secundario. Lo que queremos es crear vinos que siempre se puedan identificar como nuestros; tener un sello de identidad, el sello de una familia que es quien trabaja tanto en viñedo como en bodega», añade.
Son vinos elaborados a la manera tradicional, con intervención mínima en cuanto a tratamientos. De hecho, la bodega se encuentra en proceso de reconversión de viñedos tradicionales en ecológicos y previsiblemente la próxima añada sus vinos ya saldrán con el certificado de ecológicos. La uva procede de viñedos de más de 40 años, todos en vaso, trabajados por la familia. La vinificación, fermentación y la crianza hasta el embotellado se realiza en tinas y depósitos de roble francés, así como barricas. «Nada en hormigón ni en oxidable», señala Ponce.
De esta bodega salen entre 150.000 y 170.000 botellas al año, la mayor parte de ellas (80%) destinadas a los mercados internacionales, especialmente Estados Unidos, «donde estamos muy bien reconocidos». Otros destinos importantes son el Reino Unido, Alemania, Australia y Canadá. En España se han centrado «en una distribución lo más profesional posible, para llegar a los restaurantes que mejor pueden cuidar el producto o tiendas más especializadas».
La filosofía de la bodega es «intentar representar de la manera más sencilla y pura lo que pueden dar de sí cada uno de los viñedos; representarlo en el vino final que acaba en la botella, basándonos principalmente en las variedades de nuestra zona», explica Ponce.
El enólogo hace un balance muy positivo de los 15 años de vida de la bodega, aunque cree que aún quedan «muchas cosas por mejorar y avanzar». «Nuestros objetivos o previsiones eran bastante altas, pero no pensábamos que íbamos a llegar a la situación actual en cuanto a valoración de nuestro trabajo. Pero aún queda parte del proyecto por desarrollar. Hace dos años construimos la nueva bodega, y estamos adquiriendo nuevos viñedos, año tras año, que nos parecen interesantes», explica.
Así, entre los objetivos a corto plazo de la bodega se encuentran el de adquirir en propiedad parte del viñedo que llevan trabajando desde hace más de diez años con contratos de arrendamiento, y plantar nuevos viñedos con variedades como la moravia agria o la albilla.
Manchuela
Juan Antonio Ponce, que además de propietario de su bodega asesora como director técnico a otras de la zona, es un enamorado de Manchuela, región a la que ve un gran potencial y que, según dice, «va a conseguir cosas muy interesantes en los próximos años».
Se trata, explica, de una DO pequeña y joven, pero con muchas bodegas «con mucho potencial» y que está en «continuo cambio», siempre buscando «acercarse lo máximo posible a las necesidades del mercado». Además, ocupa una situación estratégica y privilegiada en cuanto a clima o altitud, y con influencia mediterránea. Es muy diferente, añade, a su gran vecina, La Mancha, con la que en ocasiones confunden debido a la similitud de nombres y proximidad. «Pero no se parecen ni en cuanto a situación geográfica ni en variedades ni en tradición vinícola».
En la actualidad, dice Ponce, es una DO no demasiado conocida debido «a su reciente creación», pero en la que no dejan de trabajar, sobre todo fuera de España, para hacerse un hueco. Debido a su juventud está costando esfuerzo «crear marca», pero el futuro es «muy esperanzador». «Es una DO que está en continuo cambio, formada por enólogos jóvenes y con una mentalidad muy abierta, que llegará a conocerse y reconocerse como es debido», concluye.
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