Blanca López Handrich
Ahora que el verano ya ha tocado a su fin, menos por la temperatura, empiezo a sentir nostalgia de sus tórridas tardes, los días de hastío que ahora me saben a disfrute máximo y el recuerdo de una sandía bien fría en una sobremesa bajo la sombra de los pinos.
El verano me sabe a infancia y a pueblo, a tardes interminables inventando juegos, a baños en piscinas de agua congelada, a noches frescas y estrelladas, a cine al aire libre, a excursiones en bicicleta, a moras, a silencio y a piedras. Cuando era pequeña pasé varios veranos en un pequeño pueblo del interior, y pude descubrir la paz de las vacaciones en el pueblo, el silencio pulcro de la hora de la siesta, la impaciencia por hacer la digestión para poder bañarme, la emoción con la llegada de las fiestas y la tristeza por la separación de las efímeras amistades estivales. El sosiego.
Por eso creo que un verano con pueblo es más verano. La lentitud con la que pasan las horas en las tardes soleadas hace que esos momentos sean de alguna manera más intensos. Alejados de todo, saboreando platos preparados con el conocimiento y la experiencia que solo poseen quienes han vivido y aman el producto. Conversando hasta que cae la noche. O se levanta la mañana. Sintiendo que el tiempo se detiene.
Yo misma pasé varias temporadas en Jérica, donde mis abuelos paternos tenían una casa, y disfruté cogiendo moras junto al río, bebiendo de la fuente de incontables caños y reencontrándome con la familia. Y es que la comarca de Alto Palancia está llena de pueblos que merece la pena visitar, esos que conservan tradiciones que se pierden en las grandes ciudades y donde uno todavía puede comprar una barra de pan recién hecha, pero de verdad.
La zona continúa intacta, y todos los pueblos de la región nos ofrecen una buena oportunidad de vivir el verano como cuando éramos niños, en medio de una naturaleza verde y con numerosos eventos festivos y gastronómicos, que vendrán aderezados con los mejores productos de la región. Por eso es inevitable regresar cargado de quesos, embutidos y mermeladas artesanas de las que ya no se hacen.
Los pueblos son lugares maravillosos que nos ofrecen experiencias únicas, recuerdos inolvidables y tradiciones que no deberían perderse. Me ha encantado ver que el último desfile de Dolce e Gabanna se abría con una procesión de mujeres de negro con teja y mantilla, al que siguió un singular desfile de personajes que evocan una pequeña comunidad siciliana –en versión fashion, por supuesto–.
Porque el pueblo nunca pasa de moda.
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