David Blay Tapia
Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que proliferaron los nombres de grupos musicales asociados a una parte concreta del cuerpo de sus protagonistas. Sin duda, el más famoso ha sido La Oreja de Van Gogh, pero a mí me gustaba especialmente el llamado La Sonrisa de Julia.
Curiosamente, aquel recuerdo me sobrevino cuando decidí pasar medio día completo con amigos en Fontanars dels Alforins. Una localidad tan cercana a Valencia (menos de una hora, todo por autovía) que es cuanto menos sorprendente que no tenga un mayor turismo activo a nivel gastronómico. Al fin y al cabo, aglutina algunas de las mejores bodegas de su Denominación de Origen. Y su gente es tan hospitalaria que no solo te abren las puertas de sus casas sino que hacen lo propio con sus botellas de vino.
La parada previa era obligada, por proyecto, cercanía y simpatía, en Fil·loxera and Cia. De sus caldos ya hemos hablado en 5 Barricas, pero la realidad es que poder visitar el ‘garaje’ de Jose y Pilar y tomar una copa en el recibidor de su casa evoca cualquier previa idílica que tenga que ver con viñas y conversación.
Pero el fin último del desplazamiento era visitar Casa Julio. Una fonda iniciada por los padres del actual propietario con más historia de la que parece a simple vista para quienes desconozcan todo su trasfondo. Un restaurante en un lugar que no es de paso. Un pasado con una Estrella Michelin que llegó sin esperarla. Y una renuncia a ella con mucho más que contar que una decisión basada en no (querer) soportar la presión que ello implica.
Por resumir este extremo, del que ya se ha hablado mucho, solo comentaremos lo que charlamos con Julio Biosca sentados a la mesa. Él sabía que el proyecto con su entonces socio tenía fecha de caducidad. Y que pese al reconocimiento, no se iba a alargar en el tiempo. Así ocurrió cuando ambos separaron sus caminos y hoy sigue dando de comer a muchísima gente.
Además, se une una curiosidad a la experiencia: Julio es desde hace algunos años alcalde de su localidad natal. Y sin embargo, continua compaginando sus obligaciones públicas con su presencia como jefe de sala. Y sugiriendo qué platos puedes tomar si lo visitas por primera vez.
Debo decir que su cocina se basa en la sencillez. Que nadie debe esperar filigranas derivadas de épocas anteriores. Y aun así hay platos con los que disfrutas enormemente. Pero sobre todo el maridaje con vinos que se elaboran a menos de un kilómetro y por encima de cualquier cosa la amabilidad del anfitrión multiplican enormemente la experiencia.
Lo que más me gustó (sirva como ejemplo) fue una berenjena entera pelada y ahumada, que siendo tan simple tenía un sabor que todavía no he olvidado. Nos sugirió la Tonyina de sorra, una ventresca de atún en sal sabrosa, aunque superada por los estupendos tomates que le acompañaban. Y un arroz que a mí me encantó por su fondo intenso, aunque por lo que sé cualquier variedad de las que cocinan suele ser un éxito.
Aunque por encima de todo quedó la sensación de estar en un lugar sin pretensiones, como su protagonista que huye absolutamente de ese calificativo. Donde entras y primero te encuentras con un bar donde sirven almuerzos y raciones para la gente del pueblo y aquellos (muchos) que acuden constantemente. Y a un lado una serie de mesas con una decoración más minimalista donde te encuentras tremendamente cómodo.
Acostumbrado a la tensión de los chef de ciudad y a su salir atropellado al final de la comida para regalarte unos minutos de conversación, la sonrisa de Julio marcó la diferencia. Y comer se come muy bien. Quizá no de Estrella, pero hay demasiados sitios que la tienen y no te convencen. Y muchos otros que, sin quererla, son merecedores de ella por el simple hecho de hacerte vivir la comida como lo que es. Una reunión de amigos que quieren probar cosas buenas.
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