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The Flying Winemakers

Mark O’Neill
El término inglés Flying Winemakers (literalmente “enólogos voladores”) se utilizó por primera vez a finales de los 80 para referirse a enólogos que volaban de una región a otra haciendo vino. Fueron un fenómeno nuevo en lo que entonces era un mundo vinícola muy tradicional. La mayoría eran australianos entrenados para producir vino utilizando tecnología punta que aún no se empleaba en las regiones del norte de Europa.

Su influencia cambió la forma de hacer el vino a nivel comercial, es decir, los vinos que bebemos a diario hoy en día.

Los Flying Winemakers fueron el comienzo de una edad de oro para la vitivinicultura moderna. Los estilos de vida estaban cambiando, los supermercados aparecieron por doquier y crearon un mercado para el vino. Era una época en la que la industria del vino se volvió cada vez más globalizado.

Cuando era distribuidor de vinos en el Reino Unido trabajaba con dos de los Flying Winemakers más conocidos de la época: Peter Bright y John Worontschak, como parte de un equipo que producía vinos de España, Italia, Chile y Argentina.

Los vinos del nuevo mundo (Australia, Nueva Zelanda y Suráfrica) tenían cada vez más éxito. Los vinos limpios y afrutados gustaban al público en general, y al inglés y escandinavo, en particular.

Tras la cosecha en el hemisferio sur, que tiene lugar en los meses de febrero y marzo, se contrataba a los enólogos para realizar la cosecha en el norte de Europa.

Este tipo de enólogo errante trabajaba de una forma diferente, que a menudo creaba tensiones con las bodegas locales al pedir a los cultivadores, por ejemplo, que recogieran las uvas antes y fueran más selectivos y revisaran las uvas para que tuvieran buenos niveles de ácido, esencial para la elaboración de vinos de mejor calidad.

Tradicionalmente, en España, Italia y Francia, la cantidad de dinero que los cultivadores recibían por sus racimos dependía del nivel de azúcar en las uvas; cuanto más alto, más pagaban. No había ningún control de calidad, la uva se fermentaba en tanques abiertos de cemento a temperaturas muy altas. El resultado eran vinos que en el mejor de los casos eran inconsistentes, y en el peor, imbebibles.

Los enólogos itinerantes cambiaron la forma de hacer vino sobre todo en lo relacionado al control de la temperatura de fermentación, puesto que fermentaban el vino a temperaturas mucho más bajas y durante periodos de tiempo más largos. Estos cambios producían vinos con aromas frescos y afrutados que eran suaves y de fácil entrada.

Sin embargo, producir un estilo consistente de vinos limpios y afrutados tenía sus detractores. Algunos pensaban que se corría el riesgo de que todos los vinos supieran igual. Afortunadamente, no ha sido así.

En los últimos treinta años, la industria del vino se ha profesionalizado mucho. Toda una generación de enólogos ha crecido empleando estas prácticas importadas, particularmente en lo relativo a una mejor higiene y control de calidad.

Hoy en día es interesante ver a enólogos de todo el mundo trabajar en diferentes países para conocer y aprender de cómo otros elaboran sus vinos, y compartir su experiencia.

Es una suerte, porque los amantes del vino nunca han tenido tantos buenos vinos de todas partes del mundo para elegir, como ahora.

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