José Antonio López
Siento no poder ofrecerles esta semana mi humilde escrito cuyo objetivo es provocarles una sonrisa.
Perdón.
Estamos en tiempo de elecciones.
Momentos maravillosos en los que se nos promete que si votamos a un partido u otro, nuestra vida cambiará de tal manera, que tocaremos el cielo con nuestras manos.
Y más cosas.
A muchos políticos se les llena la boca de miel… Agria cuando vamos a la realidad.
Qué le vamos a hacer.
La suerte que tenemos es que dentro de unos días, todo habrá pasado.
Y descansaremos de promesas y de alguna que otra gran metedura de pata.
En las dos últimas informaciones de datos sobre creación de empleo se nos dice que vamos colocando a más y más gente en los puestos de trabajo que nunca debieron perder.
En otros casos mucha gente va encontrando la forma de ganarse la vida en sectores que, posiblemente, no hubiera imaginado jamás.
Pero ahí, están. Trabajando.
Hace unos días tuve que soportar a un “iluminado político” renegando de que en nuestra comunidad solo se está creando empleo en la hostelería y que, de seguir así, seremos los camareros de España y de Europa.
Resaltó la palabra camarero en un tono “un tanto despectivo” y para mí, inaguantable.
Miren ustedes. Yo he sido camarero. Y a mucha honra. Aprendí el oficio y trabajé con la mayor ilusión. Fui servicial sin ser servil. Disfruté con mi trabajo.
Miles de personas están en el extranjero aprendiendo idiomas y trabajando de camareros y lavaplatos. Con mucho orgullo y satisfechos de su labor.
Esta escala es la más pequeña y la que permite a muchas personas ganarse honradamente la vida cuando no hay otra cosa y la divina hostelería es quien sale al encuentro de los demás ofreciendo trabajo.
Bendita hostelería que está ahí pese a la cantidad de problemas que tiene. Esa es otra historia de la que hablaremos en otro momento.
Me preocupa, señor político, que valore tan poco la profesión y maestría de los camareros y sus distintas especialidades.
La mayoría tienen una formación que nadie les ha regalado. Han estudiado y practicado desde abajo hasta donde están ahora. Otros han aprendido a base de años y sacrificio. Nadie les ha regalado nada.
Son psicólogos. Amigos. Mudos espectadores de la realidad y profesionales que nos dan de comer y de beber y nos ayudan a que nos olvidemos del triste devenir cotidiano.
Todos tenemos amigos camareros y todos sabemos con qué satisfacción defienden su profesión a pesar de ser durísima.
Hacen más horas que un reloj. Han de aguantar al pesado de turno y sonreír ante los necios que consideran que, por pagar, tienen derecho a todo.
Tienen también muchas satisfacciones. La mayor para ellos es el respeto hacia su persona y lo que hacen.
Es posible que seamos los camareros de España y Europa, pero no le quede duda, señor político, que seremos los mejores camareros del mundo y vendrán a conocernos y a admirarnos por nuestro trabajo, profesionalidad y dedicación.
Mi admiración por los camareros. Mi aplauso.
Es posible que este político deje de serlo antes de que nosotros perdamos nuestro oficio de camareros.
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