22 febrero, 2018
David Blay Tapia
Hoy día, en la mayoría de lugares de Valencia la comida está buena. Sea un menú de 10 euros o un gastronómico de 80, los productos y los cocineros son capaces de realizar platos de buen nivel, por lo que (casi) es complicado equivocarse si uno sabe a lo que va.
En esta tesitura, aunque aún alejada de Madrid o Barcelona, la ciudad propone cada vez más nuevas aperturas. Y, en general, estas cumplen el precepto arriba formulado. Todo suele tener buen sabor. Su mayor o menor elaboración es más que suficiente para atraer al menos al público colindante. Y con algo de cariño en la sala puede mantenerse durante un cierto tiempo.
Es por esta razón por la que, sobre la base gastronómica adecuada, algunas novedades deciden apostar por la diferenciación en el local. Y, en igualdad de condiciones, la curiosidad lleva al nuevo comensal a buscar aquello que le llama la atención. Que si va acompañado de una adecuada oferta culinaria provocará una fidelidad difícilmente rompible.
Es el caso de la hamburguesería (¿otra más?, se preguntarán algunos) Nº5 Burger Garage, que no tiene una sino tres historias diferenciales que han conseguido que en un mes esté en números de negocio de un año.
Su primera apuesta trata del concepto: sus creadores han vivido desde su aparición del mundo de las food truck y se han convertido en los primeros propietarios de este tipo de vehículos que acaban convirtiéndolos en restaurante y no al revés. Pero lo han hecho, además, apostando por el diseño como ‘claim’. Ambientando el local como un taller de los años 70, rodeado de guiños como motocicletas antiguas en las paredes, una carta que simula un albarán y hasta cubiertos con forma de herramientas, todo ideado por Francisco Segarra. De hecho, la cocina se ubica dentro de un Citröen H de 1955.
El segundo distintivo viene de familia. Robert Signes, menos de 30 años, regenta el negocio apoyado en un socio externo. Pero cuando te enseña sus secretos lo que parece un armario de chapa se abre a un reservado. Allí, ocho personas pueden comer o cenar sus hamburguesas de vaca gallega y sus originales entrantes rodeados de trofeos, recortes de periódicos y monos de competición. Los que acumuló su padre como campeón regional de rallies.
Pero la mejor historia es la última, que habla de un chico llamado Moussa que llegó a España en patera y fue acogido por la familia Signes ayudándoles en tareas de jardinería en su casa. Hasta que un día necesitaban personal para un evento, se lo llevaron de planchista… y descubrieron que clavaba los puntos de la carne y era más rápido que cualquier cocinero que hubieran contratado anteriormente.
Hoy, entre clases de spinning y deporte variado, se ubica a mediodía y por la noche en el interior de un vehículo que ha llegado a servir más de 1000 hamburguesas en un fin de semana.
¿Otra burger más? Quizá. Pero enseñando una lección: en un mercado aparentemente maduro, siempre hay lugar para propuestas originales. Y los números ya les dan la razón.
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