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Un restaurante como antídoto contra nuestra visión de la discapacidad

David Blay Tapia
Cuando alguien (sobre todo de fuera de la Comunidad Valenciana) visita la playa de Gandía, espera comerse un buen arroz y producto fresco. Hasta aquí, nada que no sepamos.

Cuando alguien, provenga de donde provenga, escucha que un restaurante ha ganado el concurso internacional de fideuà 2016, si está en su mano (y suele estarlo al no ser un plato prohibitivo) se acerca a probarla si le pilla a mano. Otra vez, lugares comunes.

Más raro suele ser plantarse allí un ocho de enero después de unas navidades fastuosas en lo gastronómico y encontrar en aquella zona un local abierto. Se trata de un espacio enormemente estacional, donde desde marzo se animan los fines de semana, repunta en Semana Santa y revienta en agosto. Pero el resto del tiempo solo subes la persiana si quieres perder el dinero que ganaste en la época estival. O si tienes un propósito como el del Restaurante Boga.

Quizá en el mundo de la restauración a poca gente le suene la Fundación Espurna. Pero su proyecto de integración social a través de un trabajo digno de personas con discapacidad intelectual lleva años dando una vida ‘normal’ a muchos de aquellos perfiles que no suelen encontrar hueco en los mercados al uso.

Entre su oferta formativa siempre ha estado la ligada a la restauración, pero fue hace dos años cuando su ánimo de ayuda dio un paso adelante: compró el local que hoy te recibe con figuras de trencadís hechas por sus alumnos. Lo adecuó a sus capacidades, porque todos tienen una. Y con un jefe de sala y otro de cocina sin discapacidad al frente, lo puso en marcha sin pensar más allá.

Habrá quien diga que solamente una institución sin ánimo de lucro puede permitirse esta circunstancia. Y quizá sea verdad. Pero no lo es menos que en los meses de temporada alta son rentables como el que más. Y eso no tiene nada que ver con la tradicional visión de ‘vamos a comer allí para hacer una labor social’. Más bien al contrario.

La fideuà premiada la preparó un ayudante de cocina con discapacidad intelectual. La sirvió un ayudante de sala con síndrome de down. Y posiblemente la limpió hasta dejarla reluciente una persona con autismo, que también las hay entre el personal. Y de todas ellas se ocupan de inicio Amparo Sanfélix en la parte educativa y Ana Fuentes, que dejó su soñada Ingeniería Civil para involucrarse en el mundo de la restauración y convertirse en la referente para todos aquellos que pasan por la plantilla del Boga. Donde, por cierto, ya hay varios contratados. Aquellos, concretamente, que refuerzan a los estudiantes de ese año los fines de semana y las fechas fuertes. Es decir, los momentos de más tensión y trabajo para cualquiera. No solo para ellos.

El proyecto seduce tanto que su nuevo chef, Manel, ha dejado su vida de aperturas y confección de cartas de hoteles de 5 estrellas para embarcarse en algo que le llena. Como Quico, dirigiendo la amplísima y luminosa sala del local.

Y, entre todo esto, quien vaya a comer podrá hacerlo desde los 12 euros que cuesta su menú. Con entrantes de calidad. Con arroces exquisitos y de proximidad. Y con la seguridad de darse cuenta de que, al menos mientras estemos sentados allí, todos somos iguales.

Que sirva de lección para el resto de ámbitos de la sociedad.

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