27 diciembre, 2017
J.A.L.
Hace unos días tuve el placer de encontrarme con Luca en Rodamón. Le pedí perdón, porque, sin darme cuenta, había pasado demasiado tiempo sin estar en sus casas y lo que es peor, había perdido la estela de sus nuevos y abundantes conocimientos sobre su gran pasión, los vinos.
Luca es generoso, por eso Dios le dio la altura que tiene, para poder guardar tanto respeto y amor por los demás y tanta devoción por lo que muchos amamos, el buen comer y el buen beber. Le sale del cuerpo y contagia, con su magia, a los que tenemos el placer de conocerle.
Recuerdo cuando me dijo “no soy sumiller, soy bebedor” y me quedé con dos palmos de narices cuando comprobé que era uno de los mejores sumilleres pero que le importaba un pimiento el nombramiento y sí estar en poder del conocimiento de todo lo que conlleva el mundo del vino y sobre y ante todo, disfrutar de él.
Sigo admirado por esa bodega completa que Luca tiene en sus locales de El Celler del Tossal y en El Rodamón. Son auténticos monumentos al saber elegir, presentar, guardar, mimar y compartir. Obras de arte que se renuevan con nuevas botellas de buen vino.
No me olvido de su cocina. Luca ya ha conseguido, aunque no estancado, un tipo de cocina fresco y creativo. Sorprendente. Auténtico. Para recordar.
Prometo no perderme, por más tiempo, el disfrutar de la cocina, los vinos, la conversación y la amistad de Luca Bernasconi.
Vale robarle tiempo al tiempo.
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