21 octubre, 2017
Atravesamos la puerta de salida de la Serranía de Cuenca. Visitamos un monumento natural: Las Chorreras de Víllora-Enguídanos. Y divisamos la cola del Embalse de Contreras con los ojos de un descendiente de los antiguos colonos de La Fuencaliente. Impresiones líquidas.
Texto: Rubén López Morán Fotografía: Fernando Murad Vídeo: Vincent Loop – Fernando Murad
El viajero no cree en la inocencia de las coincidencias. El viajero no cree que atravesar el término de Enguídanos a finales de septiembre fuera un capricho del destino. Una fecha que en la actualidad poco o nada tiene que decir. Pero que hace unos años era de auténtica fiesta. Cuando finalizaba la recogida de los últimos melocotones iniciada a mediados de agosto. Porque Enguídanos contaba en su huerta con 25.000 melocotoneros, además de 4.000 perales, otros tantos manzanos, y una nutrida nómina de árboles del sur; léase, cerezos, moreras, nogales, higueras y almeces. Un auténtico vergel del que hoy sólo queda el eco en la memoria de los más viejos del lugar y en las muchas terrazas baldías que como testigos mudos escalonan zonas inundables del Embalse de Contreras finalizado en 1972.
Una sentencia de muerte para las tierras que quedaron de este lado del muro. Unas tierras que se abandonan porque la superficie del agua no puede roturarse. No puede ararse. No se le puede abrir surcos para que germinen las semillas. Aun así, Enguídanos se puede dar con un canto en los dientes. Porque el pueblo, encaramado al Cerro del Castillo, se salvó de la plaga bíblica que anegó a tantos otros pueblos y aldeas prácticamente a tiro de piedra de donde José Saíz Valero, el cronista del pueblo, y el viajero, desmenuzan la tierra como dos niños pequeños buscando minerales: Aragonitos y Jacintos de Compostela. Tan abundantes en estas tierras de avenidas y aluvión. Razones de la fertilidad perdida.
La memoria líquida
La tierra está unida a los hombres y las mujeres que la trabajan. Al fin y al cabo que la habitan. A ellos pertenece. Y sólo gracias a ellos el paisaje cobra un sentido. Una razón de ser. El resto es naturaleza inculta. Sin raíces. Pasto del olvido y las llamas. No en vano, a principios de este otoño, hubo un conato de incendio forestal a las afueras de Enguídanos. Contra ese avance sólo hay unos pocos que alzan la voz. Que defienden las causas perdidas como por ejemplo la modernización de la vía ferroviaria Madrid-Valencia-Valencia, implementándose unos horarios de paso razonables para que las personas que quieren vivir aquí puedan hacerlo, sostiene José Saíz. Causas perdidas por justas.
La historia está llena de ellas. Como está llena por otra parte de personas que prestan sus energías para que la vida dibuje una sonrisa, aunque nostálgica, como las que trazaba meandro a meandro el río Cabriel en la vega aledaña. Donde lograba por fin estirar un poco las piernas y regar los campos y las huertas de las familias que bajaron al río para ganarse el pan con el sudor de su frente. Que bajaron de Minglanilla, de La Pesquera, de Enguídanos, y edificaron aldeas y caseríos que escoltaban sus orillas y que el viajero apunta diligentemente en su cuaderno gracias a la memoria de uno de sus descendientes: La Calabaza, El Barrio de Don Fidel, Casas del Puente, La Fuencaliente, El Cañaveral, Somera, El Tobillejo, Casas de Hipólito, La Pradera, El Sotillo y El Pajazo.
El viajero lo escucha con los ojos bien abiertos. Intenta comprender por qué. ¿Por qué un día a Carlos Iniesta, hijo de un matrimonio formado por una guacha de La Pradera y un guacho de La Calabaza, se le despierta la necesidad de saber? De saber qué supuso para sus abuelos, para sus padres, y para tantas otras familias (250 según sus estimaciones) dejar su lugar en el mundo ante la llegada de las aguas que embalsaría Contreras a principios de los setenta. Un lugar que los viajeros históricos describían como un valle tapizado de verdor. La necesidad surge porque me he criado a la sombra de un pueblo que no existe, responde. Y añade: Sentí la necesidad de saber, porque es un relato que contiene una enorme carga emocional. El resultado de lo que soy, dice, tiene su origen paradójicamente en la pérdida de los orígenes. Como tantos otros amigos míos.
Carlos Iniesta, como José Saíz Valero, abandera otra causa perdida: Mi objetivo es que a corto plazo no se olvide la memoria colectiva del lugar. ¿Conoces ese dicho que sólo muere lo que se olvida?, interroga al viajero. Sí, lo conozco. Mi empeño, continúa Carlos, es que no se olvide a aquellos colonos que un día decidieron bajar al río buscando una vida mejor. Y que la pérdida posterior de sus casas, de sus huertas, supuso un bien para Valencia. Gracias a ellos nuestros hogares tienen agua, afirma. Ese sacrificio quiero que sea reconocido; es el único modo que tengo de rendirles el homenaje que se merecen, concluye. El viajero se quita el sombrero ante este joven profesor de Biología. Que se casó con una utielana, y que tiene dos hijos pequeños.
Las Chorreras
Demasiadas emociones a flor de piel, incluso para el alma del viajero. Inclinada a sufrir de romanticismo. Al fin y al cabo, de lo que pudo ser y no fue. Para combatir la melancolía busca consuelo en la naturaleza en estado puro. En Las Chorreras, entre las poblaciones de Víllora y Enguídanos. En ese tobogán natural por donde se deslizan traviesas las aguas del río Cabriel. Uno de los tramos más espectaculares de su curso. A veces las palabras, e incluso las imágenes, son incapaces de captar la fuerza del escenario. Geológicamente nos encontramos ante un edificio tobáceo cuaternario sobre un lecho de calizas jurásicas. Estas son las palabras científicas. Empleemos ahora palabras más coloquiales. Topamos con una sucesión de saltos de agua, cascadas, recovecos, túneles, pozas, por donde el agua galopa, desborda y chorrea. Deslizándose sobre unos lienzos de piedra que mágicamente no se encogen con la erosión, sino que crecen lámina a lámina, capa a capa, formando estromatolitos. ¿Formando qué?
Dicen que el saber no ocupa lugar. Cosa que el viajero cuestiona, porque ocupa y mucho. El viajero traduce “formando qué” en unos caprichos de piedra que a consecuencia de procesos químicos han fosilizado, ¡atención!, las siluetas de las olas sobre la arena de la playa, las hojas de los árboles que cayeron a su orilla, piñas y troncos de madera. ¡Y siguen haciéndolo! Porque Las Chorreras son un organismo vivo. Ante tal revelación el viajero quiere ser también como el agua que hace guiños con la luz / y en colores se transforma / Azul / cuando el cielo se acomoda / Verde / cuando el árbol le da sombra / Agua de todas formas / que al ser transparente / la tiñen de barro, de rojos de yeso / y grises de marga. Seamos como el agua entonces. Unos versos que el viajero toma prestados de José Saíz Valero, poeta. Otra causa perdida ésta de la poesía, pero tan bella como necesaria para que los corazones palpiten de vida. La que se respira aquí profundamente.
La Cueva Santa del Cabriel
Como palpitan los corazones de los devotos de la Virgen de la Cueva Santa del Cabriel. Venidos de Camporrobles, Fuenterrobles, Villagordo del Cabriel y del barrio de Fontcalent en Picassent (donde hoy vive buena parte de los antiguos colonos de la desaparecida La Fuencaliente del Cabriel). Y que todos los años el segundo domingo de mayo se reúnen en las Casas de Alabud, una antigua venta del Camino de la Mancha, y se dirigen en Romería hasta la Cueva Santa, situada en un barranco de la Serranía Baja en el término municipal de Mira (Cuenca). Nos internamos en una cueva santuario. En un marcador solsticial (el 21 y 22 junio un sol crepuscular entra en su interior e ilumina la sala central). A unos cientos de metros aún se conservan los muros de carga de la antigua casa del ermitaño. Una cueva que pasó por todas las manos que han poblado estas sierras. En su interior se encontró un hacha de cobre de la Edad del Bronce. Y una serie de vasos caliciformes de época íbera. Lo que atrajo en su momento la codicia de los expoliadores. En los años 60 llegaron a dinamitar el suelo de la Cueva, comenta José Saíz.
Según la descripción que hace de la misma, la cueva alberga diversas salas comunicadas entre sí. La entrada es un angosto pasillo de 11,50 m de longitud y 1,20 de ancho que desemboca en una sala central de planta semicircular de entre 22 y 29 m de anchura y una altura máxima de 10 m. Destacan dos grandes estalactitas junto a las que se ha montado un sencillo altar donde descansa una réplica en miniatura de la Virgen (la original se guarda en la iglesia parroquial de Picassent). Es recomendable llevar frontales. Y por supuesto, una vez dentro guardar silencio. Sólo así seremos capaces de escuchar el fresco aliento de la tierra. Y sentir toda la devoción que allí se ha concentrado durante siglos sobre sus paredes ennegrecidas de tiempo ancestral.
La puerta de salida
Atravesamos la puerta de salida de la Serranía Media conquense. Un umbral que bien merece un alto y descubrir un entorno que todavía conserva buena parte de las huellas del pasado. Y ríos por doquier. No es casualidad tampoco que el topónimo Enguídanos significa habitantes en los ríos. Sólo este municipio contiene 4 que se despliegan como las ramas de un gran árbol: el Guadazaón, San Martín, Narboneta y Ojos de Moya-Mira. Tributarios todos del Cabriel. Acérquense a los espectaculares miradores sobre las hoces del Tejo y el Perejil. Tomen el baño en las recoletas playetas de Víllora y Lastras. Asciendan al Hinss o atalaya árabe que domina el cerro del Castillo donde se apiñan los barrios de la Virgen, San Blas, la Plaza Mayor, el Barrio Cuenca y la Umbría. Visiten el yacimiento celtíbero del cerro Cabeza Moya. Habitado desde los siglos V al III a C. y que fue destruido por el fuego. Quizá en una refriega con las legiones romanas. Unos escenarios de fácil acceso y que cuentan con señalética específica. También hay una ruta circular en bicicleta de montaña (32 km.) que une una buena parte. Sin desatender los itinerarios botánicos y geológicos, destacando de “Toba en toba” por Las Chorreras. Asimismo, hay dos empresas multiaventura afincadas en la localidad: Altaïr y Vegaventura. Por supuesto hay que probar el morteruelo de Los Carriles. Por todo ello afirmamos: ¡Bienvenidos a una atracción natural! Puerta de la Serranía de Cuenca.
Itinerario en coche
Desde Cañete N-420 hasta Carboneras de Guadazaón. Tomad la CM-2109 hasta Cardenete. En Cardenete bajad hasta Enguídanos por la CM-2154. A 5 kilómetros antes de llegar a Enguídanos nos encontraremos el monumento natural Las Chorreras junto a la Central Hidroeléctrica Lucas de Urquijo.
Dónde comer y dormir
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