José Antonio López
Hay que cuidar los pequeños detalles.
Parece mentira cómo, las pequeñas cosas, pueden cambiar los mayores logros.
Tengo como norma visitar los aseos de los restaurantes y locales de los que escribo.
Detalle.
Al igual que un mal café puede echar por tierra la más agradable comida, un servicio en malas condiciones determina nuestro concepto del local al que hemos acudido.
En ocasiones, la culpa no es del dueño del local.
Alegría.
Estamos con los amigos, con la familia o con un compromiso celebrando cualquier cosa que haya que celebrar.
En eso, los españoles somos números uno. Celebrar hasta la compra de unas zapatillas nuevas.
Somos lo que somos y a mucha honra.
El principio del ágape nos lleva a la visita de los aseos.
Los hombres de uno en uno, las mujeres en grupo, para lavarnos las manos y prepararnos para la celebración.
Hay más de uno “que viene lavado de casa”.
Allá ellos.
Y es aquí, en el trayecto de la mesa al servicio y viceversa, donde se contemplan “los pequeños detalles” a los que aludíamos al principio de nuestro comentario.
Mientras el hombre va directamente al servicio, la mujer, siempre prudente, antes de ir en compañía, se prevee de “alguna servilletita” por si no hay papel.
Teóricamente debería haber papel, jabón, servilletas desechables y un mínimo de higiene pero…
Hablo de lo que conozco.
El varón se encamina al aseo. En algunos casos es complicado. Normalmente está “al fondo a la derecha”. Una vez allí hay luces misteriosas que detectan nuestra presencia y se encienden solas. ¡Milagro! Seguidamente hay que identificar qué aseo nos pertenece. Los iconos de las puertas nos permiten trabajar la imaginación como si fuésemos ingenieros nucleares. Con lo sencillo que sería poner” Hombres. Mujeres.” Pues no. Hay que complicar la cosa y, como uno no se ande con cuidado, aparece “con el apretón” en plena cocina.
Lo de “Privado” sí lo pone, claro.
Abres la puerta y otra misteriosa luz se pone en marcha ante el regocijo propio de ver iluminada tu presencia conforme avanzas.
Por fin, el ansiado aseo.
Dos elecciones.
El bebedero de patos, que es ese infernal aparato donde te obligan a mirar a la pared cubriendo tus partes pudendas y obligando a desviar la mirada a infinitos inexistentes si te toca un compañero al lado, o entrar a la clásica taza tras correr el pestillo correspondiente.
Cuidado, hay sitios donde la luz se apaga a partir de cierto tiempo.
Y aquí nos tienen, levantando o no la tapa y dispuestos a comenzar el disfrute del “desbeber”.
Hay donde elegir. En unos sitios no hay nada. En otros aparece una curiosa mosca pegada al fondo de la taza. En otros una diana te invita a acertar en su centro, eso sí, sin que te den premio.
Fantástico, no me dirán que no están al día.
Podríamos pasar horas y horas practicando este novedoso juego.
Lo malo es que no sabemos cómo, ni cuándo, ni por qué, el final siempre es el mismo.
Por no entrar en detalles, es como cuando hay una papelera y está vacía, pero, alrededor de la misma se acumulan tantos papeles como en una planta de reciclaje.
Depende de la cantidad de Jumilla que uno lleve, es consciente de su mala puntería y llega a sonrojarse.
Depende de la edad, lo achacará a una circunstancia o a otra. Es posible que hasta añore la “potencia del chorro” de su juventud.
Hay quien mirará sus zapatos.
Lo peor viene cuando uno se da cuenta de que, además del “campo de riego” creado quedan “pruebas irrefutables” del fracaso, en el propio pantalón.
Ante esta situación queda la posibilidad de argumentar que “la misteriosa luz se apagó en el momento culmen” (en muchas ocasiones es verdad, lo juro) o bien que el grifo del lavabo tiene una presión inusitada que, mira por donde, ha ido a mojar tan delicada parte de nuestra indumentaria.
Hay que volver a la mesa y, salvo que uno se rompa una pierna haciendo malabares para que el secador de manos seque otra cosa que no son las manos, podemos andar de lado o robar una servilleta o pañuelo con el que fingir que nos limpiamos la nariz.
Nadie se lo creerá debido a la curvatura de la columna, que llega a medio cuerpo coincidiendo con salva sea la parte, a la hora de “sonarnos”.
El caso es que llegamos a la mesa con la sensación de que toda la sala se ha dado cuenta de lo que nos ha ocurrido. Siendo positivos hasta nos convenceremos de que muy pocos…, o ninguno, se han fijado en el pequeño detalle.
Una vez sentados en la mesa y cubiertos por el generoso mantel nos creemos a salvo hasta que “un sin nombre” viene impoluto del aseo de donde hemos venido anteriormente, y suelta a plena voz y sin pudor aquello de “Joer, macho, ahí hay un puerco que se ha meado fuera”.
Dejaré para otra Trituradora algunas ideas que me han mandado mis queridos lectores y otras que espero de su amabilidad.
Mientras tanto.
Apunta, Pepe.
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2 comentarios en
Bombonparati el 26 febrero, 2015 a las 11:03 pm:
La vida, sencila o complicada, sigue su camino para todos. nada nos es ajeno y a todos nos pasa casi lo mismo, pero a las buenas personas como tu y yo, la vida nos debe buenos momentos y la sonrisa en nuestra boca. Enhorabuena, siempre genial,
Leti el 6 marzo, 2015 a las 8:37 am:
Y lo mejor de todo es que si el grifo del lavabo es de sensor la mayoría de personas no encuentran la manera humana de activar el agua y salen sin lavarse las manos. Jajaja!!