6 febrero, 2017
El pasado 31 de enero se celebró el Día del Árbol en la Comunitat Valenciana. Días antes, uno de los emblemas del Parque Natural Sierra Calderona dijo basta: el pino halepensis varias veces centenario conocido como Pi de la Bassa cayó a tierra.
Texto y fotografía: Rubén López Morán
Esto no pretende ser una necrológica. No tendría sentido alguno, porque los árboles no conocen la vanidad ni el reconocimiento. No está en su ADN. Sin embargo, nos consta que el bosque que se extiende sobre las vertientes del mediodía de la Sierra Calderona anda cabizbajo y mudo desde que el Pi de la Bassa dio con su cuerpo exhausto en tierra. Como no podía ser de otro modo la noticia saltó de una copa a otra como si de una ardilla se tratase. Y desde entonces muchas ramas se han unido como manos entrecruzadas y no cesan de castañetear. Es su forma de llorar la muerte de uno de los suyos.
Aunque todos sabían del inminente desenlace, su fallecimiento ha dejado un enorme vacío y desconsuelo. No en vano, era su vecino más longevo. Pronto iba a cumplir tres siglos de existencia, o quizá los había cumplido ya, porque como dijimos, al no conocer los árboles la vanidad ni el reconocimiento, no suelen celebrar los aniversarios. Lo dicho. Desde este pasado enero el bosque que se reúne en las inmediaciones de la Cartuja de Porta Coeli anda melancólico. Con las copas de los árboles semicaídas, sin que los dedos del viento sean capaces siquiera de hacerles cantar a coro sus canciones más conocidas: el ruido que imita la lluvia y el rumor lejano del mar. No es de extrañar, porque el silencio ha extendido sus afiladas notas desde las mismas raíces del Pi de la Bassa, porque estas ya no miran la tierra, sino el cielo, como un cadáver puesto boca arriba.
Desde hace un mes lo están descuartizando. Han empezado primero con su andamiaje arbóreo. Aquel que se extendía a su alrededor proyectando una de las sombras más hospitalarias de la sierra. Ante la falta de savia su tronco se está desconchando. Está perdiendo la piel gris y rugosa que le cubría. Aun así, hay personas que se inclinan sobre él como si quisieran darle un abrazo. Con la intención quizá de llevarse consigo un último aliento que contenga alguna de las primaveras que poblaron su memoria.
La autopsia definitiva confirmará el mal que le provocó la muerte. Para la mayoría fue la plaga de Tomicus quien le sentenció, aunque algunas voces han lamentado que no se le cuidara más cuando la larva comenzó a obturar sus ancianas venas. Tiñendo las puntas de sus ramas de un tono cobrizo. Por lo visto, los recortes económicos de estos últimos años retrasaron las medidas fitosanitarias que hubieran enlentecido o quién sabe si detenido su avance indolente. Es lo que tienen las administraciones que vienen del llano. Nadie sabía a ciencia cierta si el Pi de la Bassa estaba bajo la jurisdicción de una concejalía o una conselleria. Cosas que pasan. Y el temporal de mediados de enero le dio el empujón definitivo.
Se comenta que el Ayuntamiento de Serra quiere conservarlo en el museo etnológico porque dice que su tronco contiene el registro climático de los últimos tres siglos. Cierto. Sin duda es una de las cosas que atesora. Y no es baladí. Pero contiene mucho más. Y convendrá recordarlo. Cuando te seccionen definitivamente por la mitad y queden al aire tus anillos de crecimiento, no solo les hablarás de tu edad, que también, sino de algo mucho más importante: de tu historia. Al fin y al cabo, la nuestra. Una historia salpicada de años benignos y años difíciles; de las diferentes tierras y minerales con los que te alimentaste; y de todos los vendavales, impactos de relámpagos, e incendios, que hiciste frente sin moverte un centímetro de tu lugar en el mundo. Porque nunca sentiste la necesidad de huir. ¿Para qué? Si justo por encima de tu cabeza han pasado cielos oriundos de más de un millar de estaciones.
Espero que te lleven pronto. No soporto verte así. Porque no me gusta ver la dignidad que siempre llevaste puesta tirada por el suelo. Como si fueras un trasto viejo. Un escombro vegetal. Reconozco que durante años me he sentido más unido a ti y a los tuyos que con muchos de mis semejantes, pagando un alto precio por ello. A quienes no reconozco como tales. Como seres conscientes de los cielos que les cubren las cabezas. Almas vertidas y atentas de lo que forman parte. Hombres y mujeres capaces de sentir, aunque sea tenuemente, la belleza infinita e imperecedera. Aquella que no nos pertenece porque es mucho más importante que nosotros mismos. Y ahora, justo delante de ti, te pido que nos perdones, porque no sabemos lo que hacemos. Aunque tú ya no me reconozcas ni sepas quién soy, porque tu memoria se secó para siempre.
Descansa en paz Pi de la Bassa.
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