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Cómo luchar contra la banca (gastronómica)

David Blay Tapia
Podría pensarse que uno va al Casino Cirsa Valencia a jugar. A tomar algo. A tentar a la suerte. A recrear escenas de ‘Resacón en Las Vegas’. Lo más normal es creer que allí, más allá de sándwiches y cócteles, lo tienes mal para alimentarte. Y ni siquiera entra en el imaginario colectivo utilizarlo como zona de reunión gastronómica (sobre todo a mediodía. Por la noche, con los espectáculos, siempre hay más animación).

Sin embargo, siempre loamos los bares y restaurantes a los que los expertos llaman ‘honestos’ y ‘llenos de verdad’. Les admiramos la sencillez de su propuesta. Invitamos a otros a que prueben sus especialidades. Y hasta ponemos en valor un plato en especial por encima de los demás.

Subyace la idea, al menos en Valencia, de que uno no puede comer de madrugada nada decente si no acude al Horno de los Borrachos. Que, dicho sea de paso y con todos los respetos, tampoco es que sea El Bulli. Y muchas veces ignoramos propuestas que, por desconocimiento o prejuicio, no entran en nuestros plannings.

Puede uno acercarse, sin tocar siquiera una ruleta, a descubrir que los productos mediterráneos también son frescos y se cocinan adecuadamente allí en One VLC, en esa zona flanqueada por Kaymus y Tavella donde para bajar de 25 euros y encontrarte un buen menú apenas dispones de opciones.

Porque, seguramente, muchos ciudadanos de la capital del Turia desconozcan que tienen la opción de catar desde lomos de anchoas del Cantábrico y mojama con rodajas de tomate de la huerta a tartar de atún con huevas de arenque y aliño de wasabi y lima.

Tras los entrantes, pueden sorprenderse con un clásico steak tartare o un plato más común pero no por ello siempre presente en las cartas: chuletas de cordero lechal con patatas y pimiento de padrón.

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Pero la gracia, sobre todo, estriba en los postres. Y no solo porque los recree estupendamente Jonathan Rabadán, sino sobre todo porque a cualquier hora del día (y de la noche) puedes comerte una tarta artesana recién sacada del horno. Muy popular, todo sea dicho, entre los clientes de la carta reducida que se emplea en la iniciativa ‘A deshoras’ y que abarca desde las cuatro de la madrugada a las ocho de la mañana.

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¿Puede competir con todo el clasicismo gastronómico valenciano de barra, tapeo y cocina local? Posiblemente no. Ni quiera. Por eso cada vez hay jornadas diferentes, que incluyen platos que van desde aquellos basados en los clásicos del cine a los premiados en una web como los mejores de España.

Pero si por algo está resurgiendo Valencia es por comenzar a hacer lo que siempre dijo que no haría. Por meter un bar gourmet en un mercado. Por poner de moda, y seguir intentándolo, los restaurantes en los hoteles. Por dar salida a talentos no nacidos en la terreta. Por abrir un sitio de culto en un centro comercial a las afueras de la ciudad. O, por fin, por apostar por lo autóctono.

Al final, dos chefs en un recinto del cap i casal hacen cocina. Y la hacen bien. Pelean contra todos los demás, pero tienen una ventaja: el que va a comer, va adrede. Pero el que va a jugar, puede descubrirles. Y quien sabe si volver.

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