26 noviembre, 2016
José Antonio López
Hay que ir a Siete Aguas, el día que fuimos nosotros llovió tanto que casi le cambiamos el nombre por Nueve Aguas, pero todo quedó en la anécdota y en la satisfacción de calentar, por dentro, lo que la naturaleza había enfriado por fuera.
A lo que vamos. En Siete Aguas, en la Avda. del Cerro, 15 hay un restaurante conocido por muchos y alabado por todos. Este es un claro ejemplo de que, cuando alguien hace las cosas bien, no importan las distancias y sí la asistencia.
Hace ya bastante tiempo que Tere y Salvador, los dueños y alma de Gambrinus Siete Aguas se habían empeñado en agasajar a sus clientes y amigos con lo que mejor saben hacer, un magnífico plato de cuchara y “lo que haga falta”. Por una u otra razón, la convocatoria se iba perdiendo en el tiempo y estos grandes cocineros estuvieron a un tris de mandarnos a los futuros invitados a hacer gárgaras. La verdad es que nos lo merecíamos.
Sin embargo todo llega y este matrimonio al que le hemos añadido el sobrenombre del gran paciente Job, pudo realizar su sueño. Demostrar que el plato de cuchara es rey de reyes y que el puchero valenciano tiene, todavía, muchas más páginas que escribir dentro de nuestra gastronomía y que, además de intemporal puede ser disfrutado en cualquier época del año.
Y la razón hay que darla a quien la tiene.
Teresa y Salvador llevan muchos años juntos trabajando codo con codo por ofrecer a sus clientes una cocina auténtica, tradicional, elaborada con un mimo especial tal y como fueron las enseñanzas que recibieron de sus familiares.
Salvador se entusiasma ante la visión de un tomate que le acaban de regalar. Llevándose a la nariz esa ramita divina que le dará un nuevo sabor a su plato. Abrazando a aquellos que van a su casa porque la consideran como suya.
No hay barra, aunque esté ahí. No hay puertas en la cocina. No hay muros que separen el comedor. La entrada de su local está marcada por plantas frescas que te invitan a quedar un momento en paz dejando fuera los problemas antes de entrar a casa de un amigo que te va a dar de comer y con el que compartirás momentos inolvidables.
De verbo fácil y acertado, sólo su humildad está por encima de su grandeza. Boro hace lo que quiere hacer y no le duelen prendas en multiplicarse por una sala agradable y acogedora al tiempo que cuida hasta los mínimos detalles de la gente que le visita.
Vienen a comer y eso, desde su atalaya candente lo domina a la perfección Teresa al frente de un equipo de personas entregadas. No le importa a esta apasionada de la cocina que vayas a saludarla, incluso en los momentos de más trabajo. Hay unas normas, por supuesto, pero ella está dispuesta a salir y a agradecerte, como sólo ella sabe hacerlo, tu presencia en su/tu casa.
Un beso en la mejilla y una sonrisa. Al fondo las ollas y los pucheros continúan con su lenta sinfonía que les llevará a poner a punto, unos manjares que quedarán en tu recuerdo.
A Teresa le encanta cocinar y moverse entre los productos frescos que busca donde estén. Comparte pasión con Boro. Lo mejor, para los mejores. La otra parte estriba en cumplir, fielmente, las enseñanzas de sus maestros. Buen producto, mucho amor en lo que haces y paciencia, muchísima paciencia.
Con todo esto y otros ingredientes de felicidad, consiguen lo que llevan muchos años haciendo y que mejoran cada día, una cocina sencilla pero maravillosa.
Y tuvieron lleno hasta la bandera el día de la convocatoria.
Querían invitar a propios y extraños al puchero valenciano con el que han conseguido innumerables premios. Sin ir más lejos obtuvieron el reconocimiento a su buen hacer con el primer y segundo premio en el Concurso Gastronómico de L’Alcúdia. Y hay otros muchos.
Políticos. Altos cargos de la Administración. Grandes cocineros. Dueños de cadenas de Restaurantes. Periodistas. Críticos gastronómicos. Proveedores. Amigos y simpatizantes. Todos fueron a celebrar con Tere y Boro su gran día. Todos tienen su nombre, pero me van a permitir que no cite a ninguno y no porque me olvidaría de ellos, sino porque este momento gastronómico es una historia de personas y no de cargos ni nombres y, las personas, estuvimos todos y todas como está de moda decirlo ahora.
Y después de unos soberbios aperitivos y unas verduras rebozadas que quitaban el hipo, llegó el desfile espectacular del puchero abriendo paso, segundos antes, un ajoarriero que, ni por asomo, quiero dejar de mencionar como tampoco me olvido del tomate, la ventresca el esgarrat, la mojama y unas piparras que me tienen enamorado.
Hay que verlo para creerlo y lo mejor son las fotos que les adjunto.
Pena que las imágenes no se puedan oler y mucho menos saborear, pero ya se dan una cuenta, ustedes, de la pantagruélica comida que se nos presentó.
Lo mejor, es que no sobró de nada.
Lo sublime, el arte de cocinar y comunicar. De amistad y pasión. De entrega e ilusión que Teresa, Salvador y todo su genial equipo de profesionales pusieron a disposición de sus amigos.
Profesionalidad y amor. A raudales.
El tiempo que pasamos juntos queda dentro del palacio de la memoria de eventos ilustres y que hacen que las personas, seamos un poco más grandes cuando nos unimos por ilusiones comunes y pasiones compartidas.
Les digo, de nuevo, dónde pueden encontrar a Teresa y a Salvador. Están en su restaurante Gambrinus en la Avda. del Cerro. 15. En Siete Aguas. Su teléfono es el 96 234 02 51.
Grandes.
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Un comentario en
Fran Frrrer el 26 noviembre, 2016 a las 7:07 pm:
Fui uno de los privilegiados que estuvo alli. Enhorabuena Tere.