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Aquí comió Schumacher (Y Rossi. Y Alonso. Y Pedrosa…)

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David Blay Tapia

En su Alemania natal, poco hubiera imaginado Michael Schumacher que acabaría un día (y no sería uno solo) comiendo en un restaurante de Chiva que en 2016 cumple 25 años de vida. Porque la historia de la Orza de Ángel va casi paralela al nacimiento del Circuit de la Comunidad Valenciana Ricardo Tormo. Y, por ende, a la gente que ha pasado, pasa y pasará por allí.

Se le encoge la voz y el corazón a Ángel (hijo, 21 años en el tajo, desde los 16 ayudando a su padre a escoger el género levantándose a las cuatro de la mañana para buscar el mejor pescado o una carne nacional de un calibre determinado) cuando le nombras al teutón. Pero inmediatamente rememora una anécdota tras otra. Y los recuerdos hacen florecer la esperanza.

Como aquel día en el que, tras servirle su ‘menú’ habitual de tomate valenciano con ventresca, jamón, pulpo y merluza, se atrevió a darle a probar la mistela. Y tanto le gustó que le regaló una caja. Cuál sería su sorpresa cuando dos días más tarde le llamó pidiendo 10. Y qué decir cuando, al año siguiente, el encargo fue de 60.

Por allí, dice, han pasado todos (y ha pasado de todo). Porque en un mundo donde hasta el mecánico más humilde conoce al ingeniero millonario del box de al lado, el boca a boca es más fuerte que cualquier Tripadvisor.

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Aunque los primeros, como no podía ser de otra manera, fueron de la casa. Allí llevó Adrián Campos a un bisoño (y todavía agradecido) Fernando Alonso a probar algunas de sus primeras delicias. Y allí se pasaba el tiempo Jorge Martínez Aspar mientras a pocos kilómetros Cheste tomaba forma de trazado internacional.

Pero hay gente que nunca falla. Como Karlos Arguiñano, a quien trajo por primera vez el desaparecido Ginés Guirado cuando llevaba el hospitality de Honda y le inoculó la pasión por las dos ruedas y, de paso, por salir a coger rebollones con el dueño. No era para menos, tras su primera aparición un sábado a las ocho de la mañana coronada con un desayuno compuesto por huevos fritos, foie y boletus.

También son fijos Gibernau, Márquez y Pedrosa. A este último se lo han criado ellos, ya desde su época en Movistar. De Marc solo tienen buenas palabras. Y con Sete hay tanta confianza que un día de especial carga de trabajo le dijeron que si quería pescado se metiera con ellos en la cocina. Y lo cocinó, siguiendo los preceptos de la familia.

Pero si alguien, a pesar de las polémicas, tiene el máximo predicamento en su local es Valentino Rossi. Del que rememoran la noche del final de la temporada pasada, donde obviamente el de Tavullia quería descargar toda la tensión acumulada tras el desgaste dialéctico y deportivo protagonizado por su duelo con el de Cervera.

Y sin embargo, cuando un amigo de la casa le pidió en un momento de asueto que le hiciera llegar algo de merchandising para la memoria de su hijo fallecido dos meses antes en un accidente de moto, él le dijo que sí. Y pasó un mes. Y pasó otro. Y al final llegó. Y con él su máxima admiración.

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