29 septiembre, 2016
José Antonio López
No tiene pérdida. Este local todoterreno está junto a la parroquia de San Agustín, en la plaza del mismo nombre. Antonio Trenado y su esposa María Luisa lo inauguraron en 1996.
Me gusta informarles de sitios variados y distintos. Este, lo tiene todo.
Cuando llego me recuerda a esos sitios que te recomiendan a lo largo y ancho de este mundo. “Cuando quieras comer bien, fíjate en la cantidad de camiones que hay aparcados en su puerta. Ese restaurante, no falla.” En San Agustín se puede aplicar aquello de que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, y uno se encuentra con una cantidad de “jóvenes de otra edad” disfrutando. Hay que entrar.
Y te encuentras con un bar restaurante de los de toda la vida. El ambiente es ese que te envuelve e invita a sentarte. Pocas mesas en su interior y una gran terraza que inauguraba el día de mi visita. Diluvió. Fue un buen bautizo.
Estoy con Javier Trenado en plena hora de servicio y, lógicamente, pasa olímpicamente de mí. Me sienta en una mesa y, como siempre, le pido muy poco de unos platos seleccionados.
¿Poco? Este hombre está loco. Raciones muy abundantes de todo y con el acompañamiento de un servicio impecable.
A la misma hora nos juntamos quienes toman un chocolate con churros, una ensalada con horchata y un servidor que, junto con los comensales que llenan el local, nos decantamos por otras viandas.
Se le llena la boca con la oferta gastronómica que pone a mi disposición. Quiero tapas porque no me atrevo con el «platazo de paella» que sirven y mucho menos con la sopa que me ofrecen. Propongo venir varios días seguidos para hacerme una idea.
Morro, ensaladilla, calamar recién traído de la playa, el pulpo que te quiere envolver con sus greñas, los boquerones fritos o en vinagre, y “si quieres cambiar, la morcilla de Burgos –menudos tacos de morcilla solamente marcados–, las longanizas caseras, las croquetas de bacalao, las anchoas caseras…»
El problema es elegir. La sorpresa es lo que recibes, porque pedí una croqueta de bacalao y me sirvieron un monumento a la croqueta acompañada por un esgarraet de esos que hacen época.
Me dice Javier que la gente viene a comer y a comer bien. “Tenemos el mejor producto que podemos encontrar y lo servimos con el orgullo y el respeto a la materia prima. Todo lo que sé lo he heredado de mis padres y me siento en la obligación de seguir sus enseñanzas”.
El restaurante parece la ONU. Se hablan más idiomas que en la Torre de Babel. Menos mal que Javier los sabe todos. Inglés, habla español un poco más despacio. Noruego, por señas. Alemán, español más rápido. No le asusta las combinaciones que los extranjeros le piden. “Procuro decirles cómo deben comer, pero no hay forma, así que les pongo lo que me piden y ellos tan contentos. Eso sí, engañarles, nunca.”
Y parece que las extrañas combinaciones funcionan porque, año tras año, los mismos comensales vienen a su casa a disfrutar del buen comer y el mejor hablar…cada uno en su idioma excepto Javier, que los habla todos…a su manera.
“Mi padre Antonio ha recorrido los mejores y más importantes sitios gastronómicos de España. Ha aprendido y ha enseñado. Lo último que hizo es estar en Quiquet durante 30 años. Mi madre María Luisa, era gobernanta. Vaya par de enamorados de su trabajo».
Y llegó el momento de tener su propio negocio y se pusieron bajo la protección de San Agustín…
“Hay que trabajar mucho para dar desayunos, almuerzos, comidas, meriendas y cenas. Te repito, hay que dedicar toda una vida, pero lo más importante, es hacerlo bien”.
Elena, Rafa, Alicia, Ana y el propio Javier se levantan cada día con la ilusión de encontrar nuevos amigos, los de siempre. Los visitan cada día y, amigos, los hay de todas las edades.
“Tienes que llevar muy dentro lo que haces. No todo es servir tapas o buenos platos e incluso seleccionar el mejor producto, hay que poner algo más y eso se lleva, no se aprende».
Y van paseando platos como el muslo de pollo al horno o el filete de ternera de Lugo, o el entrecot de buey de igual procedencia.
Y siguen con los calamares de playa, las merluzas, el atún, el emperador o el bacalao al horno.
¿Platos? Sí, pero para satisfacer al comedor más grande del mundo.
Guárdese un poco de estómago para el postre porque le falta las tartas de chocolate, de queso, de turrón. Los flanes. La fruta fresca…
De verdad, si quieren comer bien y abundante, la puerta de San Agustín está abierta a todo el mundo.
Eso sí, y esta es la cualidad diferencial, usted, como yo, venimos a disfrutar de un sitio distinto, humilde pero con un gran valor gastronómico y humano. Los de toda la vida que, en muchos momentos añoramos.
Puñetero de mí que busco algo que no me guste y me dice Javier que está diplomado en Sanidad, así que me ahorra el trabajo de buscar “algo raro” incluso en los servicios.
Lo que Javier no sabe es que, este, es uno de los pocos locales que su limpieza me preocupa poco. Hay muchas cosas, forman parte del conjunto, pero limpio…ya le gustaría a Míster Proper.
Cervecería Restaurante San Agustín está en Guillem de Castro 3, Valencia. Junto a la iglesia de San Agustín, al que pedimos que no cambie este loco con su negocio que tantas satisfacciones da a los parroquianos. Su teléfono es el 96 351 75 69.
Allí nos vemos.
Se advierte al usuario del uso de cookies propias y de terceros de personalización y de análisis al navegar por esta página web para mejorar nuestros servicios y recopilar información estrictamente estadística de la navegación en nuestro sitio web.
0 comentarios en