José Antonio López
Un servidor no sabe en qué momento, a alguien le dio por hablar de protocolo sin tener ni pajolera idea de lo que hablaba y, lo que es más, sentando cátedra sobre una serie de normas de educación que nunca debieron perderse y que se han olvidado por completo.
Educación y lógica y déjense de zarandajas. Respeto por uno mismo y por los demás.
Me imagino que más de uno de ustedes ha asistido a una comida o cena en su local preferido acompañado de unos amigos, algún que otro compromiso o simplemente con su pareja. Lo normal es asistir con una vestimenta adecuada, tal y como merecen la compañía con las que va y el local a donde se dirige. Pues no. Siempre hay alguien que, en honor a la modernidad y a la “libertad de expresión” aparece con una camiseta, unos vaqueros y unas deportivas. Eso sí, de marca. Magnífico, habían quedado todos en ir de punta en blanco y “el nota” dando la ídem. Lo malo es que lo aguantamos.
Posiblemente haya que añadir la obsesión de perfumarse con litros de aromas para que todo el mundo disfrute de una fragancia que no ha elegido. Se juntan varias personas con perfumes diferentes y se encierran en un local, caldeado, donde hay más personas con muuuuchos máaaas perfumes diferentes.
Pidan lo que pidan de la carta es difícil que sepa a nada excepto a perfume. Lo malo es que el comensal que ha tenido la precaución de ir levemente perfumado, degusta unos platos maravillosos llenos de “esencias indescriptibles”. Falta el chef explicando los aromas que van a sentir en el momento en que descubran el plato. Pituitaria destrozada y cocinero a punto de suicidarse.
Ya estamos más o menos sentados y viendo dónde poner la chaqueta o el abrigo para que no cuelgue hasta el suelo y limpie, gratuitamente, el local. Muy pocos sitios tienen guardarropía o le ofrecen, al cliente, la posibilidad de dejar la prenda de vestir en el sitio adecuado. No hablemos del bolso de las señoras, hay quien los coloca en los sitios más extraños. Ustedes me entienden.
Sentados. Comienzan a servir y mire usted por dónde, la mayoría de los comensales, con los codos sobre la mesa, se aguantan la barbilla con ambas manos ignorando el plato servido. Como saben, es la postura ideal. Codos sobre la mesa y señalando con el tenedor.
Según el “protocolo”, alguien se lo recordará, no empezamos a comer hasta que estén todos servidos. Estupendo, como un plato sea más laborioso que otro, usted, mi querido amigo, se toma la sopa fría y yo mi entrecot caliente.
Alguien me contó que, la costumbre de esperar viene de siglos atrás en que en una celebración “se pegaban” todos los comensales que les apetecía y había que esperar a que estuviesen todos sentados y servidos por si faltaba comida y había que compartir.
No creo que en esta época sea necesario. Y si le pasa, abandone el restaurante o no permita que se le peguen invitados sorpresa.
Y viene la perla. Todavía no me explico por qué los comensales se ponen a hablar con la boca llena. Fíjense. Están esperando el plato y todo tranquilo, en el momento en que la cuchara o tenedor va a la boca les entran unas tremendas ganas de hablar, repito, con la boca llena.
Perdigoná al canto por mucho que lo eviten. Perdón, susurran, y siguen con la costumbre de hablar. Pero hay más. El que se ha definido como “experto en protocolo” formula una pregunta a su compañero y le exige, con gestos o con la mirada, que le conteste. Incluso se ofende si no le responde en el segundo. El pobre receptor de la pregunta se encuentra con la boca llena de sopa y a punto de “rociar” al preguntón. Nadie está obligado a hablar hasta que considere oportuno el momento de hacerlo y más cuando pone en peligro la integridad de la persona que tiene delante.
Recuerdo de mi infancia cuando mis padres me hacían comer un polvorón en Navidad y me exigían que hablara con la boca llena. Eso era una risa, pero lo de ahora no lo es.
Podemos saber de modales y olvidarlos. Ante casos como estos, lo mejor es decir “al nota” que se vista adecuadamente. Utilizar el perfume una vez acabada la cena (antes se puede poner un poquito). Empezar a comer cuando le sirven, pero sin dar la sensación de que se lo van a quitar y nunca hablar con la boca llena. Si el preguntón insiste en una respuesta inmediata llamen al camarero pídanle un cucharon sopero y denle con él en la cabeza de tan experto en modales, perdón, en “protocolo”.
Les prometo una segunda y tercera parte de LA PERDIGONÁ , hay hasta para aburrirse.
Y si me permiten, mi recuerdo a dos grandes damas conocedoras como nadie del arte del Protocolo que nos enseñaron a amar los buenos modales y a ponerlos en práctica. Era por el año 1987 y desempeñaban, impecablemente, sus cargos en las más altas instituciones de Valencia.
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