David Blay Tapia
Si Mario Alberto Kempes jugara hoy en el Valencia sería impensable verle salir del entrenamiento, acudir al bar El Bolinchito y tomarse en la barra una clara de limón y unas anchoas mientras habla de fútbol tranquilamente con el resto de comensales.
Los futbolistas, sus entornos y el auge social que han ‘sufrido’ ha llevado a una despersonalización del trato con aquellos que les sustentan y sin cuya pasión y dinero (porque ellos pagan, en el estadio o en la televisión, por verlos) ni soñarían con ganar las cifras que manejan sus cuentas corrientes. Pero eso es otra historia.
Aquí pretendemos, cada vez, acercar las historias del deporte a través de la gastronomía. Hoy, obviamente, cualquier jugador con un millón de euros anual en su salario puede, si le apetece, comer una vez al día en restaurantes con Estrellas Michelin. Pero las grandes amistades en torno a una mesa se forjaron cuando en los vestuarios el día libre se aprovechaba para ir en manada a un sitio especial. O para juntarse en la casa de cualquiera a hacer grupo, lo que más tarde se reflejaría de manera muy clara en el terreno de juego.
Ya en los años 70 Gure Etxea era uno de los templos del buen comer en Valencia. Y así lo percibió toda una generación, que todos los lunes (sin excepción) acudía allí con sus mujeres a disfrutar de sus legendarios medallones de merluza.
Darío Felman, Ricardo Arias, Botubot, Pepe Carrete, Arnesen, Castellanos y hasta el propio Kempes cruzaban el umbral de su puerta emocionados tanto ante la comida que les esperaba como, sobre todo, a causa de la tertulia que alargarían sin ninguna de las prisas que nos acecha en la actualidad.
El día de asueto era para estar con la familia y los amigos y para disfrutar. O al menos esa era la filosofía de aquella generación que no sólo llevó al Valencia a ganar títulos, sino que le confirió una proyección internacional apenas alcanzada hasta ese momento.
Posiblemente también contribuyó a ello que Pereira decidiera cerrar aquellas jornadas invitando a todos a tomar queimadas en su domicilio, ante el jolgorio general de unos profesionales que,sin embargo, cuidarían el resto de su alimentación al máximo.
Sopa, pescado y carne era el menú de las concentraciones, muy alejado del concepto de la necesidad de ingerir pasta a diario que utilizan los nutricionistas deportivos hoy día y de no mezclar proteínas de diversos orígenes. Y, aunque los sueldos ya eran suficientes para poder cenar cada día en cualquier lugar si uno lo deseaba, todos ellos buscaban el calor de sus hogares y la tranquilidad del descanso para afrontar al máximo la vuelta a las sesiones preparatorias.
‘Nos íbamos a cualquier bar de barrio. Nos tomábamos una clara. Hablábamos con la gente e intercambiábamos pareceres. Éramos gente normal, familiar, a la que le gustaba la buena comida pero, sobre todo, la buena compañía’. Son palabras de Darío Felman, el argentino que decidió instaurarse en una Valencia que le ha dado tres hijos y, por el momento, seis nietos.
El poder de la normalidad. Y de la buena mesa para aunar voluntades… y talento futbolístico.
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2 comentarios en
Vikin-go el 25 enero, 2015 a las 8:33 am:
Viendo ayer a Cristiano, prefiero a los que comían calamares. Encaja perfectamente en los que irán varias veces al día a un restaurante estrellado…. Que niñatos!!!!!!!!!
Lagunerosiempre el 25 enero, 2015 a las 2:45 pm:
Si Marito KEMPES, jugase hoy en cualquier equipo, sería merecedor de dos balones de oro al año, 1 por ser un futbolista excepcional y el otro por ser una mejor persona. Muy distinta de la arrogancia, menosprecio y vanidad, del actual balón de oro.