José Antonio López
Mi amigo Jesús vino de Sevilla en el Ave, cogiendo un atajo vía Madrid/Puerta de Atocha, que también se las trae el nombre.
Llegó puntual a Valencia Pintor Sorolla.
Para que vean que a nombres no nos gana nadie.
Lo de la estación ya es otra cosa, sobre todo en los días de lluvia racheada.
Algo nos alertó de que habría complicaciones cuando cogimos el autobús (transporte urbano) número diez y casi me pego con mi amigo porque él decía que “aunque le llamen a voces, al cementerio no voy”. Cómo le explico que íbamos a una freiduría que cogía de camino al susodicho bus.
Después de cumplir con nuestras obligaciones de trabajo nos dispusimos a celebrar, tanto nuestro reencuentro, como el éxito de las transacciones comerciales que habíamos realizado.
Eso sí, mi amigo Jesús llegó puntualmente a la hora del almuerzo que, como ustedes saben, y si no se lo repito, aquí es sagrado. (Les remito a mi anterior artículo donde hablamos de los cacaos, aceitunas, vino peleón…).
Y disfrutamos del mismo.
Elegimos un sitio popular ¡qué narices! de esos de 4,50 € bocata, refresco o cerveza y café (unas 750 de las antiguas pesetas, aproximadamente). Perdonen, pero un servidor es un clásico).
El local estaba lleno, por la hora que era, y claro, media hora para el almuerzo y hay que darse prisa.
Una hora más tarde pudimos sentarnos en una mesa que parecía un cuadro. Los vasos utilizados sin problemas y el mantel de papel lleno de huesos de aceitunas, cáscaras de cacahuetes y una colilla fumada a hurtadillas. Tres docenas de servilletas utilizadas.
Los platos de servicio para dejar las cáscaras de cacahuetes y aceitunas totalmente vacíos.
Un artista dejó claro que amaba a una tal Ana dibujando un corazón en lo que quedaba de mantel limpio.
Y esto sí que es servicio.
El camarero coge el mantel por cuatro puntos, se lo mete debajo del sobaco, saca la libreta y comienza con la letanía de lo que hay para almorzar, al tiempo que mira a otra mesa, le grita a la cocina ¡que ya va!
Como no nos hemos enterado de nada volvemos a preguntar al profesional que, sin prestarnos la más mínima atención, desaparece como un rayo para volver minutos más tarde con dos bocadillos de tortilla de patatas, uno de ellos con cebolla.
En el intervalo un chaval nos ha traído cacahuetes, aceitunas y una botella de vino, dos vasos y una gaseosa.
No hay lugar para la réplica.
Esto es arte como diría Jesús.
Y es que hay cosas que no “se puen aguantá”.
Camareros adivinos, mesas sin limpiar, bebida que no has pedido y el bocata que les ha dado la gana.
Eso sí, te dejan la botella de Terry para que te pongas lo que quieras en el carajillo de güisqui que has pedido.
Dios. Que no nos falte tanto arte y que dejemos de quejarnos por cosas tan bonitas como estas.
Ya les hablaré de la comida con Jesús.
Requiere mármol.
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