Jaime Nicolau
Que el vino es un pilar fundamental en la economía española es algo que no escapa a nadie. Que el enoturismo puede alcanzar el mismo peso tampoco. Por lo menos a ninguno de los agentes del sector. Es una apuesta segura y harían bien las diferentes administraciones, estatales y autonómicas, en ver la oportunidad que tienen delante y apoyar a un sector que cuenta con todos los ingredientes para convertirse en caballo ganador. Pero hacerlo de verdad, con más actos que promesas. Si no es así, dejaremos pasar un tren al que ya se han subido países productores que son competencia directa nuestra.
Y digo esto porque hemos estado esta semana en eventos, por ejemplo en la presentación de la guía de turismo de interior Temps en la que el secretario autonómico de Turismo de la Comunidad Valenciana Francesc Colomer, realizaba un notable alegato situando al turismo de interior como eje vertebrador del medio rural. Si además le sumas cultura, tradición, gastronomía… mejor que mejor. Técnicamente la intervención fue gratificante. Ni un pero. Escucharlo daba ganas de grabar la intervención, ponérsela a los bodegueros valencianos y decirles, aquí lo tenéis. Esto va en serio.
Pero es que por otro lado, hablamos a diario con esos mismos bodegueros. Sabemos lo que les está costando sacar a delante sus negocios y convertirse en uno de los sectores de la agricultura más fuertes del litoral mediterráneo. Pero por desgracia casi todas sus apuestas son aventuras en las que deciden tirar por la calle del medio en materia de turismo. Porque el discurso del secretario autonómico pierde mucha fuerza conforme baja escalones y llega al sector del vino casi diluido.
El caso se puede extrapolar a otras zonas productoras españolas que llevan a la Comunidad Valenciana mucha ventaja. La principal es que los discursos acaban ejecutándose casi en su totalidad. Es cierto que pesa mucho el turismo de ‘sol y playa’. Pero no lo es menos que el turista que viene a vivir una experiencia diferente y exclusiva en torno al enoturismo, gasta cuatro veces más que el turista de costa. No se trata de renunciar a uno para potenciar el otro. Se trata de que el enoturismo es un diamante por pulir y es el momento porque son muchas las bodegas que han aprovechado el buen trabajo de algún gestor anterior para adecuar sus instalaciones de manera espectacular. Ahora ahí están, pero cada vez que se llenan de visitantes es por acciones propias. Quizás las subvenciones estén, pero dónde y quién las controla, porque a lo mejor es ahí donde radica el problema. En que haya demasiados pasos intermedios para que las bodegas vean feedback en el supuesto apoyo. Algunas ni lo perciben. Y si se está dando y el sector no percibe, algo no se está haciendo bien. Es como el caso de la naranja, hay tanto intermediario, que el mísero precio que se paga al agricultor se multiplica por más de diez en el supermercado. Igual con menos intermediarios y más profesionales, el asunto cobraría la velocidad que merece.
El mundo del vino es un diamante, pero deben pulirlo directamente y con la profesionalidad que requiere, porque las bodegas la tienen y lo han demostrado. Detallen las acciones, digan qué van a hacer de nuevo por el mundo del vino valenciano. Eso de voy a destinar tantos millones, en un texto inocuo, no cala, ni llega. Y si no, pueden preguntar a los bodegueros.
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