David Blay Tapia
Es innegable que hay películas que dan hambre. Aunque hayas cenado y requetecenado. Quien afirme que no quiere algo dulce cuando ve a Juliette Binoche haciendo pasteles en ‘Chocolat’ miente. Y si no que se lo digan a los bodegueros, que vieron cómo de repente todo el mundo pedía Cabernet-Sauvignon tras visionar ‘Entre copas’.
A veces, hay que tener gracia para encontrar un nombre. Y, en multitud de ocasiones, lo más sencillo es lo más complicado. Hay quien se gasta dinerales en marketing para alumbrar una nomenclatura difícil de recordar. Y sin embargo, hay otros que uniendo el nombre de dos calles encuentran su filosofía. Y sugieren cosas que ya de por sí personalizan su cocina.
Pocos hay en Valencia más sugerentes que ‘Mar de Avellanas’, aunque los no locales desconozcan que al margen de su sonoridad, el concepto nace de la confluencia de las dos vías entre las que se encuentra. Casi como nacido de un guión cinematográfico. O sin el casi.
Mejor sin el casi, porque su creadora Claudia Peris vivió su primera vida (ahora está en la segunda) produciendo películas. Y algo haría bien, porque llegó a ejercer como presidenta de la Asociación Valenciana de Productores Independientes. Pero en una época donde el audiovisual decrecía y le daba más dolores de cabeza que alegrías, sólo encontró una vía de escape en los libros de cocina. Ella cuenta que, como no podía dormir, los leía porque no tenían nada que ver con su mundo. Pero, curiosamente, le acabarían ayudando a construir el suyo.
Fue así como en 2010, tratando de encontrar financiación para una TV Movie mientras viajaba a festivales con la película que tenían ‘a medias’ ella y el director Freddy Mas Franqueza (hoy socio y ejerciente en el área de marketing y comunicación del restaurante), vio claro que le tiraba más una sala llena de comensales que una repleta de espectadores.
¿Pero cómo alguien sin formación específica crea un concepto que no existía en Valencia, lo mantiene en el tiempo y capea la crisis? Porque implantar menús con tres entrantes y arroz, pescado o carne a elegir por 22 euros era una revolución en la ciudad en esa fecha, aunque hoy parezca lo más normal del mundo.
Claudia lo resume en su experiencia vital: había salido miles de veces a comer fuera de casa y jamás acabó satisfecha al cien por cien. Así que, en base a lo que asimilaba en su nocturnidad forzada, decidió crear un espacio tranquilo y relajante con una comida sabrosa y de cercanía.
¿Reminiscencias del cine en la sala? Ni una. Quizá porque lo ideó todo tratando de alejarse de cualquier cosa que oliera a celuloide. Pero sí consecuencias de su vida anterior: las que le han llevado a conversar con los clientes en la sala, algo que tuvo que aprender en sus solitarios viajes a Cannes o Berlín donde sin conocer a nadie debía introducirse en los corrillos del catering posterior a las proyecciones.
Quizá por eso asegura que su camino nunca más se ligará a alfombras rojas. No como el de Freddy, que ultima un proyecto cinematográfico internacional para seguir con su gusanillo intacto. Pero eso, como decía Arnold Schwarzenegger en ‘Conan’, ya es otra historia…
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