18 February, 2022
Texto: Jaime Nicolau / Foto y Vídeo: Fernando Murad y Vicent Escrivá
A mil metros de altitud crecen felices las viñas de Baldovar 923. Viajamos hasta Alpuente, en la serranía valenciana, un bello paraje en el que habitan felices viñas centenarias de variedades autóctonas, al ritmo que marca la merseguera. Un paisaje construido como un puzzle perfecto de pequeñas parcelas que recuerdan otras zonas productoras españolas que basan su éxito y razón de ser en el minifundio. 923 es la cota a la que se encuentra la bodega, pero no el pico más alto de un sueño que cuatro entrañables ‘tipos’ han construido a base de pasión, ilusión y trabajo. La de hoy es la historia de unos soñadores en tiempos revueltos que creyeron en la fuerza de un territorio, de unas viñas y de las condiciones extremas de un clima de alta montaña. Es ahí donde habitan felices excepcionales mersegueras centenarias a 1000 metros de altitud, bobales de la misma naturaleza que rozan los 1200… incluso una excepcional y transgresora ‘mencía mediterránea’. Pónganse las botas de montaña y prepárense a disfrutar de un proyecto con alma que cautiva de por vida. Un reino de minifundios autóctonos en el que un día, hace cientos de millones de años, habitaron los dinosaurios.
Nos espera Nito Alegre, director de Baldovar 923. Nos ha citado a la entrada de la bella localidad serrana. Estamos en feudo de la Denominación de Origen Valencia. La primera estampa de Alpuente, que impacta por su belleza, ya nos pone en sobreaviso de que la historia de hoy tiene duende y magia. Caminamos por sus calles con el castillo como testigo y los dinosaurios como invitados de piedra. En el paseo Nito nos va contando cómo se fue cimentando el proyecto. Nos adelanta que después conoceremos a Andrés, Manolo y Pancho, el resto de la ‘cuadrilla’ Baldovar, que iremos a su encuentro en una parcela que están podando, pero antes quiere enseñarnos in situ la esencia del proyecto.
La montaña es nuestro destino y comenzamos a serpentear caminos. Sus faldas se encuentran salpicadas de policultivos. Llaman la atención las pequeñas lenguas de viña vieja que te van metiendo en la historia sin siquiera haber empezado a leer. Nos detenemos en un cruce de caminos y Nito comienza a caminar. Se sabe seguro. Nos va a presentar a ‘su novia’, la merseguera, y sabe de su belleza. Una viña centenaria será testigo de la historia. Es la variedad que lo cimenta todo. Un patrimonio autóctono que de no ser por proyectos como Baldovar perderíamos. Y esa parcela es la esencia del proyecto. Un puñado de hectáreas de viñedo repartidos en pequeños trozos de tierra cerca del Mediterráneo y con una altitud que le confiere un carácter muy especial. La merseguera lleva la voz cantante en una orquesta en la que también suenan las viñas viejas de bobal… e incluso una parcela de mencía, la variedad reina del paraíso del minifundio en España: el Bierzo. Qué paradoja del destino.
Como no puede ser de otra manera en un proyecto así, la viticultura es la piedra angular que lo cimenta todo. Vamos al encuentro del resto del equipo de Baldovar 923. El viticultor Manuel Camarena y los enólogos Pancho Bosco y Andrés Vergara podan con mimo una de las viñas… la viticultura por encima de todo. “En un proyecto como este de escasa intervención y en ecológico, los vinos empiezan a construirse en el campo, por lo que las parcelas de viticultura y enología tienen que trabajar en absoluta consonancia”, señala Manolo. A su lado Pancho Bosco, enólogo chileno. “Buscamos vinos que emocionen… dejar hablar a las parcelas y, por tanto, dejar hablar al vino”, apunta. Se acerca Andrés Vergara, el otro enólogo del equipo para hablarnos de los suelos. “Estamos en tierra de dinosaurios con suelos de cientos de millones de años. Cada parcela tiene su propia personalidad y eso también lo queremos llevar a nuestros vinos”.
El sol ya está muy alto. Es hora de dejar la poda. Ponemos rumbo a la bodega, instalada sobre la antigua cooperativa de Baldovar que estos cuatro soñadores han hecho que vuelva a latir. Allí nos muestran cómo es el trabajo en bodega de esa uva que miman en el campo como si fuese un jardín. Respeto máximo y de nuevo poca intervención. Conviven tinajas de barro de diferentes volúmenes y barricas de roble también de tres tamaños diferentes. Esas son las herramientas para elaborar cada parcela por separado, como si de un alquimista se tratase.
Y de todo este trabajo nacen vinos con los que van a tener que familiarizarse porque la están rompiendo. Ojo a los vinos que elaboran con esa joya de merseguera vieja: Cañada París, Rascaña (coupage con macabeo) y Arquela (procedente de dos parcelas). En tintos, Berandía es el bobal de altura y Cerro Negro la mencía mediterránea. Por último, Pieza la Moza, un rosado que te va a enamorar.
Un brindis cierra la jornada antes de comenzar el descenso hacia la ciudad, almacenando en el recuerdo todos los detalles de un proyecto que tiene magia. Unas tierras que hablan de su historia. Unos vinos que hablan de unas tierras. Una bodega que ha logrado que cada una de sus botellas cuente un relato que nace a mil metros de altitud. Viñas sabias y montaña, una receta mágica.
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