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Una tierra insólita

11 November, 2017

A veces los cielos no quedan justo encima de la cabeza. Como tampoco algunos paisajes a la altura de los ojos. A veces para descubrir ciertos cielos y los paisajes que los acompañan hay que asomarse. Como los que atrapa la tersa piel del río de las Hoces del Cabriel.

Texto: Rubén López Foto: Fernando Murad Vídeo: Vincent Loop / Fernando Murad

Este artículo quiere ser un canto a la naturaleza. Un canto a un lugar que aún conserva los misterios de la creación. Aquellos que nos unen a lo que hay de primitivo en nosotros. Por ello esta 7ª entrega de este río que nos lleva consistirá básicamente en contemplar. Contemplar un río capaz de atrapar el cielo. O los colores con los que se viste el bosque en otoño. Y arrastrarlos corriente abajo hasta que lleguen a la orilla de nuestros corazones. Por muy lejos que estén. Esta redacción sólo pretende transmitirles la pasión del viajero por lo circundante. Por el derredor. Por ese espacio ininterrumpido de lo espontáneo. Para poder despojarnos de ese compañero de viaje que es uno mismo. Una compañía en ocasiones demasiado egoísta que sólo sabe repetir la palabra: yo, yo, yo.

El viajero quiere hablarles de cielos y bosques inversos; de árboles gigantes; de una lluvia de centellas amarillas que alfombra el suelo. El viajero quiere hablarles de la línea de los dioses. Que no es la línea recta, sino la curva. De la frágil y delicada flor del invierno: el brezo. Quiere hablarles de un paisaje de llanuras teñidas de rojo. Este artículo sólo pretender ser el himno de un sentimiento que conjuga todos los tiempos del verbo VIVIR. Vivir lo que nos rodea. Y con quien nos rodea. Ese es al fin y al cabo uno de los grandes misterios de la creación. Un sentimiento capaz de calmar nuestro común desasosiego. Y hay lugares que son un reservorio porque están hechos de una luz que calienta como un hogar. Porque están hechos de un motivo por el que vivir. Y que te permiten alcanzarlo con sólo detenerte; con sólo asomarte.

El valle de Fonseca
El mirador del valle de Fonseca es uno de esos lugares. La primera pieza de esta declaración. Donde dejar que la mirada cruce La Puerta Abierta a la Naturaleza del artista Emilio Gallego. Un tótem que preside el paisaje como un altar. Una puesta en escena que cierra el retablo de piedra de Los Cuchillos del Cabriel. El río se zafa como buenamente puede. Dada la estrechez de la boca de salida. Permitiéndole por fin estirar un poco las piernas sobre unas terrazas fluviales y cubrirse de un bosque de galería a quien por estas fechas le amarillean las puntas. Un curso que divaga sobre un lecho de guijarros por donde brincan aguas cristalinas. Aunque en realidad sea un breve espejismo, porque en apenas un par de kilómetros el río volverá a ser recluido entre farallones inaccesibles.

Hoy el valle de Fonseca es un paisaje idílico. Con sus pliegues cubiertos de pinos. Y sus cárcavas azafranadas. Lo que se describe perezosamente como un marco incomparable. Sin embargo hoy es un marco vacío. Desaparecidas las aldeas del Barrio de las Viudas, las Casas de Enmedio y las Casas del Puente. Sólo algunas paredes supervivientes de la Fonseca continúan proyectando sombras. En ésta se contaban 5 casas, una ermita del siglo XVIII y una fábrica de luz. Con un censo de 27 vecinos. Todo se ha esfumado. O más bien, todo ha sido devorado como castillos de arena al borde de las olas. Aunque aquí las olas venían cargadas de abandono y olvido. Las mismas que sepultaron la Casa del Tío Chicuelo. A tiro de piedra de una de las zonas de baño más apreciadas por los vecinos de la Venta del Moro: los Tollos de Peña Azul. Nacho Latorre, quien guía al viajero por tierras venturreñas, no puede evitar quitarse las botas, subirse los pantalones hasta las rodillas, y poner los pies a remojo. Y como donde fueres haz lo que vieres: el viajero le sigue. Y sin intercambiar palabra se dedican a perder el tiempo con la intención de encontrarlo sobre el reverso del río, sobre la anatomía art decó de las libélulas, sobre los trozos de colores que se desprenden de los árboles cual mariposas. Y sobre sus reflejos también: narcisos entrados en años. Porque el tiempo pasa. Incluso aquí. Justo al comienzo de la línea de los dioses.

 

Las Hoces del Cabriel
Estamos a punto de entrar en el olimpo de la curva. Donde la línea recta no existe. Mera invención de los hombres por atajar la vida. Con la intención de llegar antes. La pregunta es adónde. Que cada uno se responda cuando llegue si está en condición de hacerlo. En opinión del viajero vivir consiste en todo lo contrario. En pegar rodeos. Y cuanto más grandes y profundos mejor. Las Hoces del Cabriel son muy sabias al respecto. Se han dedicado durante millones de años en trazar una curva tras otra para demorar el final. Una lección de vida que tienen a su alcance en el Rabo de la Sartén, la Hoz de Vicente o el Purgatorio. No obstante, no accedan a ellas sin previo aviso. Si aceptan un consejo, visiten primero el Centro de Interpretación del Parque Natural.

En el centro les suministrarán mapas e información adicional para internarse en las Hoces con el debido respeto, porque son un organismo vivo. No son un parque temático ni un paisaje de cartón piedra. No hay una taquilla donde sacar entradas. Sólo hay unas indicaciones que es preciso saber interpretar. Porque si te equivocas probablemente te pierdas, quedando a merced de los elementos. Y en este territorio los elementos se desatan. Lo saben muy bien el pino monumental Dos Hermanos (25 metros de altura y 150 años de edad); el águila real que surca los cielos; la cabra montesa que trepa sus laderas; o la colonia de nutrias que lidia con los bloques de caliza caídos al río desde unos aleros de 100 metros de altura. Y porque lo saben, se comportan con el debido sigilo también.

El mar rojo
Antes de cruzar a la otra orilla del Cabriel camino de la Manchuela conquense el viajero no se puede pasar 7 pueblos. Los que conforman la geografía ventamorina: Los Marcos, Las Monjas, Casas del Rey, Casas de Moya, Casas de Pradas, Jaraguas y la propia Venta del Moro. Porque ríete tú de los 8 apellidos vascos repasando la camiseta reivindicativa que lleva puesta Nacho Latorre para la ocasión: Moya, Yeves, Latorre, Murcia, Monteagudo, Sahuquillo, Olmo, Cárcel, Castillo, Cervera, Guaita, Nuévalos… Apellidos de pura cepa venturreña. Unas cepas que a estas alturas del año se tiñen de rojo. El color que anticipa la caída de las hojas de las viñas más viejas: de la variedad autóctona bobal. De las que se alimentan los vinos de la bodega familiar Proexa, pionera en la comarca de la viticultura ecológica desde 1996.

Unos vinos de culto que se exportan en su totalidad a Alemania. Aun así, los Vega Valterra pueden ser adquiridos en bodega y catados en la misma Venta del Moro. Como por ejemplo en el restaurante El Yantar. Donde la cocina de Carlos Cervera y su madre Pilar Lavarías invita a la parada y fonda. De buena gana el viajero hubiera hecho noche en Casa Rural La Fornilla tras reposar el menú que compartió con su guía particular por estas tierras del Cabriel, Nacho Latorre; con su compañero gráfico y de fatigas, Fernando Murad; con el alcalde de la Venta, Luis Francisco López Yeves, y con Isabel Cremades, del equipo de redacción 5Barricas. Porque la minuta fue: Gazpacho manchego, Migas de pastor, Arroz de matanza, Ajoarriero, Manitas de cerdo en salsa, Caldereta de cordero y Costillas al vino. Y de postre tarta de queso. Ufff.

Puente de Vadocañas
Sin embargo el viajero debe irse. Su reflejo está siendo arrastrado corriente abajo junto a los colores del otoño. Aunque se resiste mientras acodado sobre el pretil del puente contempla un escenario de una belleza sin vanagloria ni artificio. Admira la factura de un puente construido en 1570, bajo el reinado de Felipe II. Siguiendo el modelo de lomo de asno y fábrica de sillar. Intenta grabarlo todo en la memoria y así llevárselo consigo. Para cuando vengan mal dadas tener un rincón donde acudir. Una geografía que el viajero intuye muy cerca del corazón. Como el paraje conocido como Casilla del Cura: uno de los enclaves más hermosos con lo que se topó durante este viaje. De ahí que pegue tantos rodeos, tantas vueltas, como las que pegan las Hoces del Cabriel sobre esta tierra insólita. Con la vana esperanza de que el final, que intuye cada vez más próximo, llegue lo más tarde posible. Que llegue por lo menos cuando tú, él, nosotros, vosotros y ellos, hayamos conjugado todos los tiempos del verbo VIVIR. La materia de la que está hecha la felicidad de la tierra. Al fin y al cabo, el único gran misterio de la creación. ¿Verdad, Nacho?

DATOS DE INTERÉS

Centro de Interpretación

C/ Sindicato Agrícola, s/n Venta del Moro (Valencia)

Tel. 96 218 50 44 – Móvil 639 20 21 12

Hoces_cabriel@gva.es /www.parquesnaturales.gva.es

Ayuntamiento Venta del Moro www.ventadelmoro.es

Restaurante El Yantar www.restauranteelyantar.com

Bodega Proexa www.bodegaproexa.wordpress.com

Deportes de Aventura Avensport www.avensport.com

Expediciones y Aventuras Kalahari www.kalahariaventuras.com

Deportes de Aventura Ruting www.ruting.es

La Casa Rural la Fornilla www.lafornilla.com

Camping Roa y Restaurante Abrasador www.campingroa.com

 

ITINERARIO RECOMENDADO
Autovía A-3 Salida 266 Venta del Moro. Continuar por la CV-468 dirección Casas del Rey y Casas de Moya. Dejando a un lado ambas aldeas continuar hacia el Tochar, Vadocañas y Río Cabriel. Durante 5 kilómetros circularemos por una pista forestal en muy buen estado que desemboca en el párking Fuente de la Oliva. A escasos metros del mismo una pista sale a la derecha que conduce al Mirador del Valle de Fonseca/Hoces del Cabriel. En cambio, si continuamos recto bajaremos hasta el Puente de Vadocañas dirección Manchuela conquense.

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