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Torres Priorat: una ventana abierta a un paisaje único

17 February, 2016

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Mª Carmen González/Fotos: Fernando Murad, Bodegas Torres
Emplazada en lo alto de una pequeña colina, meta de un sinuoso camino con cipreses que evoca la Toscana y dominando el embrujante paisaje de viñedos, bosque y olivos de la comarca catalana del Priorat, se encuentra la bodega Torres. Es una bodega pequeña, dirigida por Mireia Torres –quinta generación de la famosa familia de bodegueros–, pero con una filosofía clara y muy marcada: “elaborar buenos vinos y mantener un compromiso con el territorio”.

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El ‘celler’ (bodega en catalán) está ubicado en el término municipal de El Lloar, antiguo camino de paso entre el Ebro y Tarragona. Es un edificio diseñado por el arquitecto Miquel Espinet, de líneas simples y materiales austeros, que pueden hacernos recordar la sencillez con la que vivían los monjes de la cartuja de Scala Dei, ‘culpables’ de la introducción del cultivo de la vid en la comarca y origen, por tanto, de la tradición vitivinícola de la zona.

Sus grandes ventanales, no obstante, permiten sumergirnos en el mar de viñas que rodea la bodega; situarnos en medio de un paisaje agrario singular que aspira a ser nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

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Y es que el Priorat, en palabras de Mireia Torres, “es una región extraordinaria para elaborar buenos vinos”. El clima, la orografía montañosa –‘cataclismática’ como la denominó el gran escritor catalán Josep Pla–, y los suelos de pizarra (licorella), otorgan unas características muy especiales a la uva, la “base” para elaborar buenos caldos.

El tesoro del Priorat, según Torres, “son los viñedos”. “Las variedades tradicionales son la garnacha y la cariñena, y aquí tenemos viñedos muy viejos, de 80, 90 y 100 años. Tenemos también otros más jóvenes, pero hay mucha viña vieja muy interesante de cara a producir vinos de una alta calidad”, afirma.

Estas viñas se desarrollan en un terreno un tanto ‘hostil’. Como decíamos, es una zona “orográficamente muy montañosa”, que Josep Pla comparaba con una borrachera, lo que obliga a plantar buena parte de los viñedos en pendientes (costers) –alguna finca de la zona alcanza un desnivel del 60%– o terrazas. Esta disposición dificulta el trabajo mecánico.

El clima es “bastante extremo”, con inviernos fríos en los que suele nevar –no tengamos en cuenta la particular y anómala estación que estamos viviendo este año– y veranos con “temperaturas muy altas durante el día y fresquitas por la noche”. La gran oscilación térmica entre el día y la noche es una de las características de la zona, junto a las variaciones de temperatura de unas fincas a otras. Así, Torres comienza la vendimia –de viña propia o de uva comprada a los viticultores de la zona– a principios de septiembre y acaba a finales de octubre.

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Pero quizás lo que más diferencie al Priorat de otras zonas productoras y lo que más lo caracterice es el suelo. Viñas plantadas en suelos de pizarra oscura, trozos de piedras llanas y quebradizas llamados en estos lares licorella, que obligan a las raíces de las cepas a hacer un gran esfuerzo para abrirse paso y excavar la tierra en busca del agua y los nutrientes necesarios (encontramos raíces en plantas viejas de más de 10 metros). Un esfuerzo, que como en otras facetas de la vida, tiene su recompensa.

La licorella (pronunciado con ll, a pesar de la tendencia que tenemos los no entendidos a italianizar la palabra) aporta mineralidad a los vinos. Tiene, asimismo, un contenido de materia orgánica muy bajo y un pH ácido, que provoca que los vinos sean muy concentrados y con una buena acidez natural, que se traduce en una inmejorable evolución en botella.

Este hábitat hostil –cultivo heroico dicen algunos– provoca unos rendimientos muy bajos por cepa pero, por el contrario, da lugar a vinos concentrados y de muy alta calidad. Son vinos, por lo general, “muy intensos aromáticamente, con mineralidad”, “con buena estructura, mucho cuerpo y una gran capacidad de envejecimiento”, destaca Torres.

“Resulta curioso que a pesar de ser vinos con una graduación alcohólica alta, estamos hablando de 14-15 grados, –intentamos que sea 14-14,5– las acideces en general son muy buenas y tenemos vinos con un pH muy bajo, que hace que sean muy frescos”, explica la directora de Torres Priorat.

“Creo que este pH más bajo hace también que los vinos tengan un gran potencial de guarda y encuentro que en los vinos del Priorat, a medida que van envejeciendo, van apareciendo unas notas más balsámicas, de garriga, de hierba seca aromática del bosque, que se repite todos los años”, incide.

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De Torres Priorat salen tres vinos de nombres evocadores, todos ellos pertenecientes a las DOC Priorat: Salmos, Perpetual y Secret del Priorat. El primero de ellos es un homenaje a la orden cartujana que en el siglo XI llegó a la comarca y comenzó a cultivar la vid. Es un vino de edición numerada elaborado con cariñena, garnacha tinta y syrah, criado en barricas de roble francés durante 16 meses, que sirve de acompañamiento perfecto para platos de caza y carnes rojas. Es un vino de color oscuro, opulento y graso en boca, pero a la vez sedoso y de final largo.

Perpetual es un homenaje a los vinos de guarda, intensos y con carácter, capaces de vencer al tiempo. Está elaborado con cariñena y un pequeño porcentaje de garnacha procedentes de cepas cultivadas en costales en forma de vaso que tienen entre 80 y 100 años. La producción anual de este vino, que pasa 18 meses en barrica de roble nuevo francés, está entre las 14.000 y 15.000 botellas.

Y por último se encuentra el ‘Secret del Priorat’, es un vino dulce de vendimia tardía que no se elabora cada año, solo cuando las condiciones lo permiten. Por ahora, solo ha salido al mercado la primera añada (del 2011) y la producción fue de 2.450 botellas. Su enigmática etiqueta nos conduce directamente al ya nombrado monasterio de Scala Dei, en el que, según la leyenda, un pastor veía una escalera por la que los ángeles ascendían hasta Dios.

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Son vinos elaborados siguiendo la filosofía Torres de respeto al medio ambiente. La empresa –que tiene placas solares y depuradora en la bodega de El Lloar– realiza una viticultura sostenible en la que trata de usar los tratamientos más naturales posibles.

En 1996 la familia Torres adquirió varias fincas en pleno corazón de la comarca del Priorat, concretamente en El Lloar y Porrera, que consagró al cultivo de las variedades tintas más tradicionales en el Mediterráneo, como la garnacha y la cariñena. Un año más tarde inició la preparación del terreno de las 47 hectáreas de Porrera y en 1999 de las 23,5 hectáreas de El Lloar. Hicieron falta siete años en la primera y cuatro en la segunda para finalizar las variedades que más se adaptaban, las ya nombradas garnacha y cariñena, y la syrah. Además de las 70 hectáreas propiedad de Bodegas Torres, cada año compran uva a viticultores de la zona.

En 2008 se construyó la bodega que hoy conocemos, diseñada por Miquel Espinet. La superficie total de la bodega es de 3.200 m2.

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