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La tierra orgullosa, fuerte y segura

4 November, 2017

El Altiplano. Una isla desgajada de la meseta castellana por la depresión del río Cabriel. Y como dos barcos varados sobre un mar de viñas: Utiel y Requena.

Texto: Rubén López Morán Foto: Fernando Murad Vídeo: Vincent Loop / Fernando Murad

Es una perogrullada. El viajero lo sabe. Aun así, no por sabida la verdad dejará de decirla. Una tierra se siente orgullosa, fuerte y segura, si las personas que la viven se sienten así. Abrimos comillas: Estoy orgulloso de poder decirle hoy a mi hijo estudia y quédate. No hace tanto tiempo del mensaje, que yo mismo recibí, estudia y vete, confiesa José Miguel Medina, presidente del Consejo Regulador de la Denominación de los Vinos de Utiel-Requena. Eso ha cambiado, porque en la actualidad hemos conseguido que el sueño de convertir el sector vitivinícola en una palanca de crecimiento, generador de riqueza y empleo, sea una realidad. Y continúa: Vivo donde me gusta vivir. Soy un enamorado de mi tierra. No he querido irme nunca. Y espero que mis hijos tampoco quieran irse porque tienen un futuro aquí, se emociona José Miguel Medina, mientras su mirada se refleja en uno de los 365 espejos del Café-Salón Pérez de Utiel. Un espejo por cada día del año. Incluso éste: un 21 de octubre de 2017.

Un día que comenzó en el Bar de la Estación. El viajero no saltó de ningún tren. Sin embargo sí decidió apearse de este río que le lleva, como la vida, y callejear un poco antes de volver a su orilla. Además, la estación de ferrocarril está muy cerca del primer punto de interés: la Bodega Redonda, sede del Consejo Regulador y Museo de la Vid y el Vino de la Comunidad Valenciana. Cuando entras está ahí. Ocupando el centro de la escena. Imperturbable. Metálica. Hecha en acero inoxidable por el artista utielano Felipe García Haba. Entonces uno comprende por qué todo gira alrededor de ella: la cepa Bobal.

La Catedral del vino
La Bodega Redonda se proyectó en 1891, convirtiéndose en la primera bodega mecanizada de España. Estuvo operativa hasta los años 50. Luego cayó en desuso y en 1986, gracias a la sensibilidad por el patrimonio de unos vecinos (quizá el embrión de la actual Asociación Cultural Serratilla de Utiel), no fue víctima de la piqueta. En la planta baja un pasillo circular recorre los antiguos depósitos del vino. Aún mantienen en la bóveda la azulejería original que los impermeabilizaba. Sorprende que cada azulejo sea de un padre y una madre diferente. Como nos advierte la guía Esperanza Alonso, los azulejos provenían de saldos y partidas defectuosas. Una circunstancia que les otorga de un gran atractivo.

Convertida ahora en museo alberga una exposición que explica todas las etapas de elaboración. Desde los aperos utilizados para trabajar la tierra hasta el material de laboratorio pasando por una muestra de fotografía histórica. La segunda planta acoge la experiencia sensorial `El taller de los aromas´: 22 campanas que interrogan a las narices si distinguen los matices que pueden contener un vino. En esto, como todo en la vida, hay narices de oro, plata y bronce, e incluso, como la del viajero, de madera. Y no precisamente de la que están hechas las vigas de 15 metros de longitud (de mobila) donde apoya el techo. No obstante, este triste pinocho se resarce en El Rincón de los Licores. No se echa a las bebidas espirituosas. Simplemente acaricia el dorso almohadillado de Anís Maribel y regresa a la Nochebuena cuando en las manos de su padre aquella botella se convertía en un instrumento de música.

El pasado se le ha quedado pegado a los dedos. Y de nuevo le sale al encuentro en la calle de Santa María. En todos y cada uno de los escaparates. Una vecina le asegura que puede conseguir el botón de la época que quiera en la Mercería y Paquetería. ¡Una barbaridad!, exclama su nieta. Pero el establecimiento que se lleva la palma es Café Salón-Pérez. Mires donde mires. El pasado se ha posado en todas partes. En sus mesas de mármol. En sus sillas. En la estantería botellero donde parece que ha solidificado como las candelas de las velas. Que no les intimide el semblante serio y hierático de Ricardo Vall. 50 años detrás del mostrador. Les servirá un café, un refresco o un licor. Y solícito, si se lo piden, compartirá parte de los tesoros que esconde un café de otro siglo. De finales del XIX. Como por ejemplo la botella Coñac Terry, que parece recién salida de un naufragio sucedido hace ya 80 años.

¿Recuerdan los 365 espejos? Estamos en el del 21 de octubre del 2017. Volvamos al presente entonces. En julio había 95 bodegas censadas en la D.O Utiel-Requena, observa José Miguel Medina, presidente del Consejo Regulador y de la Cooperativa de las Cooperativas: Coviñas. Cuando llegué a la cooperativa en 2007 producíamos 3’5 millones de botellas. Hoy, 13. Y el horizonte inmediato es llegar a las 20. Aparte vendemos 25 millones de litros de vino a granel al mundo entero. Y otra cosa importante, debido a la crisis, jóvenes generaciones han vuelto a la tierra. A las viñas de sus padres. Sin olvidar la incorporación de la mujer, que ha aportado al mundo del vino una enorme dosis de pragmatismo. Si somos algo, lo seremos todos juntos. Y de nuevo este viticultor, que viene de trabajar una parcela de La Portera, una pedanía que ribetea el río Cabriel, se vuelve a emocionar. El río parece reclamar al viajero. Que espere.

Enoteca Pepe Blasco
Que espere porque este 21 de octubre se celebra la XXII edición de Utiel Gastronómica. ¿Una casualidad? El viajero no cree en las casualidades. En buena compañía acude a la Enoteca Pepe Blasco, situada entre las calles del Aseo y Corralazo del Paño. Enfrente de la del Medio. Su fondo de armario: entre 130 y 150 referencias del terruño. Pepe lleva 2 años embarcado en un proyecto que fue una tabla de salvación. De profesión carpintero -y lo sigue siendo-, con la crisis del ladrillo se quedó en paro. Y decidió ser profeta en su tierra: recuperar la costumbre de salir de vinos. La materia prima la tenía a la vuelta de la esquina. Y a sus paisanos también. Además, ha continuado con su profesión, dedicándose a la fabricación de mobiliario específico: sus botelleros en el interior de las panzas de las barricas son ya un referente. Otro hombre orgulloso de lo que hace y donde lo hace.

 

Una tierra de frontera
El núcleo más importante de esta tierra de marca es Requena. El mismo origen árabe del topónimo remite a ese pasado de frontera. Rakkana significa “la fuerte, la segura”. La población originaria se asentó a la orilla izquierda del río Magro. En un peñasco de escasa altura que fue defendido por una muralla y un castillo. Primero centinela entre Al-Andalus y los reinos cristianos, más tarde entre las Coronas de Castilla y Aragón. De aquella época quedan en pie la Torre del Homenaje, la fortaleza y varios lienzos de muralla en el interior de la villa. No obstante, una vez el contexto propició el intercambio, su condición de puerto seco entre la meseta castellana y el Reino de Valencia la favoreció económicamente. Una bonanza que quedó impresa en su callejero. Las portadas de las iglesias de Santa María y El Salvador son de una factura absorbente. El arte de la piedra en su máxima expresión. Dos ejemplos del gótico florido isabelino (s. XVI) que fueron declaradas monumento nacional un 3 de junio de 1931. Sin olvidar la iglesia de San Nicolás. De piel neoclásica, carne barroca y renacentista, y espinazo gótico. Un costillar que está al aire en la nave central tras una restauración magnífica. Literal, los arcos se recortan sobre el cielo de Requena. Aquí el viajero sufrió el que llaman `síndrome requenense’, que la guía turística oficial de la villa, Lorena López, le describe como la sensación de deslumbramiento estético que te embarga cuando descubres las maravillas de la villa. El viajero asiente y se sienta un poco mareado.

Una trama urbana que está salpicada de casonas blasonadas. Donde en el año 1257 se asentaron los 30 caballeros de la nómina del Rey. Por otra parte, la angostura de las calles, la blancura de las casas, los callejones, como el de Paniagua, nos advierten de la huella árabe. Una huella que invita al callejeo informal. Redescubriendo unas piedras cargadas de historia y leyendas. Como las del Palacio del Cid que, según los romances, hospedaron a Díaz de Vivar, y donde se produjo el encuentro del Campeador con Alfonso VI para apalabrar las bodas de sus hijas Doña Elvira y Doña Sol con los infantes de Carrión. La fábrica del edificio y el libro de familia del Cid no coinciden, pero es lo que tienen las leyendas. Hoy el palacio contiene el Museo del Vino de Requena. Déjense llevar por un reguero de palabras que permanecerán en su memoria para siempre: trullo, jaraiz, lagar, prensa, pepita, gancho, tinaja, hollejo, cuevas…

La vida interior
Porque esa es otra. Requena como Utiel (desde hace un mes se pueden visitar las Bodegas Subterráneas de Puerta Nueva de origen medieval, S. XIII) tienen mucha vida interior. El subsuelo de Requena está prácticamente hueco. Sólo en la Plaza Albornoz se contabilizan 22 cuevas. Sin contar las que acaba de poner en valor Bodegas Murviedro. Una restauración exquisita en el fondo y en las formas. De obligada visita. No obstante, si van con locos bajitos mejor las de la Villa. 1.200 metros cuadrados de galerías y estancias que los requenenses no emplearon para jugar a polis y cacos, sino según contexto. De refugio, si pintaban bastos fuera; de silo, si el trasiego del cereal lo precisaba; de osario, si el cementerio de la iglesia de El Salvador se abarrotaba; o de bodega familiar o colectiva, cuando la producción de vino se convirtió en la locomotora económica de la comarca, recogiendo el testigo de la industria de la seda. Estas cuevas estaban ubicadas justo debajo de las viviendas. Hoy se han comunicado para favorecer la visita guiada que dura 40 minutos. Si fueron con niños no olviden repasar las cuevas por si se hacen `Un solo en la bodega´.

Y para no abandonar el ambiente embodegado el viajero acude a comer al Gastrobar Los Cubillos. A los pies de las torres defensivas que escoltaban el puente levadizo que franqueaba el paso al castillo. Dos torres semicilíndricas que han prestado el nombre a un restaurante que cuenta con uno de sus comedores al nivel del foso. Si van de parte del viajero les pondrán un café hondureño como colofón al menú Regreso a la cuchara. Una minuta que no suele hacer prisioneros: morteruelo, ajoarriero, croquetón y sopa castellana con migas de chorizo y morcilla crujiente. De ahí que una vez hemos salido de la experiencia gastronómica convenga hacer noche. Por ejemplo, en el Hotel Villa Doña Anita. Un hotel de nueva planta completamente insonorizado. Un dato que no es baladí, porque da casi pared con pared con la iglesia de El Salvador. Y aquí, en Requena, siguen tocando las campanas religiosamente. Sobre todo este 21 de octubre de 2017. Con la llegada de un viajero.

ENLACES DE INTERÉS

Ayuntamiento de Utiel www.utiel.es

Enoteca Pepe Blasco Pedret www.facebook.com/vinosutiel/

Ruta del Vino Utiel-Requena www.rutavino.com

Vinos Utiel-Requena www.utielrequena.org

Tourist Info Requena www.turismorequena.es

Doña Anita www.hoteldonaanita.es

Gastrobar Los Cubillos www.restauranteloscubillos.com

Carnicería Emilia la Villa Calle Fortaleza, 10 Requena

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