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La serendipia que rescató el cocido de Los Madriles

8 November, 2018

David Blay Tapia
Hollywood nos ha hecho creer (no sin cierta razón, como ahora argumentaremos) que todo ocurre por alguna razón. Que estamos destinados a un lugar o persona determinados. Y que, en algún momento de nuestra vida, todos los factores confluyen para conseguir aquello que habíamos anhelado en el pasado.

Bajado a la realidad, este sentimiento tiene algo de lógico. En ocasiones, los trabajos en los que nos encontramos no nos satisfacen. Y tenemos claro que queremos abandonarlos. Incluso sabemos con certeza a qué nos gustaría dedicar nuestro tiempo. Pero no es hasta que somos capaces de dar el salto y dejarlos de lado cuando aparecen las oportunidades buscadas. ¿Por qué?

Todo ello responde a una cuestión muy simple: mientras te encuentras ‘atado’ a un empleo, el hecho de saber que no puedes escapar de él penaliza aquellas oportunidades que si bien pasan por delante de ti, son descartadas consciente o inconscientemente por considerarlas fuera de tu alcance. Pero, una vez liberado y enfocado, de repente aparecen multiplicadas. Por un hecho tan simple como centrar la atención en lo que verdaderamente te interesa.

La historia de Jovi, actual propietario de Los Madriles, podría escenificarse en las líneas anteriores. Dedicado desde muy joven al ocio nocturno (con el mítico bar El Tornillo de la Plaza del Cedro) y a la producción de eventos musicales, vio con una cercana paternidad que aquella etapa ya estaba más que cubierta. Y que quería vivir de día, a ser posible cultivando el hobby que hasta aquel momento había significado la gastronomía.

Su decisión, como la mayoría de las que tomó en su vida, venía del plano emocional. Considera (aún hoy) la avenida Reino de Valencia como la calle más bonita de la ciudad. Y su método de búsqueda se basó en un mecanismo enormemente sencillo: la recorrió de arriba abajo parándose en los locales que le llamaban la atención y preguntando por sus condiciones. Hasta que llegó al número 48.

Allí, tan solo 24 horas antes había cerrado sus puertas la mítica Taberna Los Madriles. Se adentró en el portal contiguo, la portera le explicó la historia y para su sorpresa le dio la llave para que pudiera verlo, siendo posiblemente la primera persona en pisarlo tras años de actividad frenética. Hizo caso omiso al estado, con una necesidad de reforma urgente, y visualizó el cambio de lugar de la barra, la desaparición del altillo sobre la cocina y cómo mantener su histórica fachada.

Apenas unos meses después reabrió, para alegría de un barrio acostumbrado a ella. Y mantuvo la tradición de hacer cocido todos los días. Al fin y al cabo, con el nombre subsistía una filosofía que quería reaprovechar tanto para mantener a los clientes clásicos como para atraer a nuevas generaciones.

Su toque tiene que ver con los nuevos tiempos. Iniciar el plato con una croqueta, continuar con un caldo (desgrasado) al que se le añade un canelón de ropa vieja y finalizar con la carne y la verdura, de la que se puede repetir eternamente.

Una historia que, en California, daría para una película. Pero que aquí da para tomar aperitivos desde las 12 y probar un plato mítico adaptado a los tiempos. Mucho mejor, sin duda, que la opción hollywoodiense.

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