Fin a una vendimia que marca el inicio del cambio

Luca Bernasconi

El pescado está vendido. La añada 2023 ya está acabando su génesis en los depósitos de todo tipo (inox, cemento, madera, arcilla, etc.), que vuelven a recibir el fruto de un año de duro trabajo a lo largo y ancho de la geografía nacional, islas incluidas.

Año difícil este, marcado por prácticamente todas las adversidades meteorológicas habidas y por haber (mejor acostumbrarse a que esto sea el patrón normal y no la excepción). En algunas zonas hubo heladas tardías, en otras, sequía prolongada; en todas, olas de calor infernal, y en muchas, lluvias torrenciales y granizo en época de cosecha. Han faltado las ranas y las langostas.

Resultado: vendimia corta en cantidad y marcada por el calor. Es pronto para hablar de la calidad, porque el vino necesita asentarse y dejará asomar sus cualidades (o defectos) de manera más patente hacia la próxima primavera, pero muchos de los vignerons conocidos transmiten un cauto optimismo de cara al resultado final.

En nuestra región nos encontramos con la zona de Utiel-Requena mucho más castigada por la sequía que la de Graciano-Terres dels Alforins. Producción reducida a la mitad en la patria de la bobal, donde la lección que se aprende es que los suelos frescos, con más componente de arenas, y las variedades autóctonas, han resistido mucho mejor al calor y a la falta de agua. Añada madura que el tiempo dirá si es apta para envejecimiento o destinada a consumo inmediato.

Desde luego no va a ser una cosecha para los amantes de la acidez y de la baja graduación alcohólica, aunque se han dado casos de maduraciones ralentizadas, e incluso, mermadas por la combinación calor-lluvia que ha reducido grados a costa de la maduración fenólica, que es la que garantiza un vino redondo y equilibrado.

La caída de la producción podría incluso no ser tan dramática en un contexto de excedentes sin vender de cosechas anteriores y en un escenario de ralentización de las exportaciones debida al cuadro macroeconómico desfavorable a nivel global, entre guerras, inflación, especulación y economistas trasnochados que juegan con los tipos de interés.

Lo que preocupa es el futuro a medio plazo, donde la viticultura y la agricultura en general se ven severamente amenazadas por los efectos del cambio climático. Ser vigneron va camino de transformarse en deporte de alto riesgo con tintas heroicas.

Los jóvenes que piensan en dedicarse al sector tienen que formarse en alpinismo y trekking, porque el calor está empujando a cambiar los pinos y abetos por viñedo, dejando las palmeras y los dátiles donde antes florecía la moscatel. Aunque la amenaza más temible viene del paroxismo de fenómenos extremos, destinados a marcar las noches de insomnio del pobre viticultor.

Como las desgracias vienen siempre acompañadas, junto con los estragos climáticos, el amante de Baco se ve amenazado por los pérfidos burócratas mitteleuropeos maniobrados por el temible lobby del alcohol-free. Como si de una pesadilla de Bill Gates se tratara, las mesas de las capitales europeas empiezan a poblarse de un esperpento antes llamado mosto, ahora vino desalcoholizado.

Si el ataque devastador (Putin en comparación es un cándido párvulo jugando con soldaditos de plomo) del pensamiento único y del insoportable mantra healthy se dirige hacia el mundo del vino, habrá que empezar a temblar en serio. Ni inundaciones ni sequías extremas pueden rivalizar en peligrosidad con el fanatismo (con fines lucrativos) de los hijos de la grasa y del azúcar. Ni siquiera el islam con su prohibicionismo ha sido una amenaza tan grande para nuestra cultura milenaria. Como ya hemos repetido en estas páginas, malos tiempos para la lírica, así que nos pille descorchando, amigos enópatas.

Salut!

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