30 August, 2018
David Blay Tapia
Valencia no es una ciudad proclive a coger el coche para desplazarse a comer. Por cercanía, opciones de transporte público o simplemente por ser una de las urbes más paseables de España, difícilmente se hacen tránsitos largos para buscar un restaurante concreto.
No obstante, para determinados lugares sí que existe una tradición anclada de semi-viaje familiar. Aunque los controles de alcoholemia hayan rebajado el tráfico. O, al menos, hayan conseguido que quienes los realizan sean más responsables con el consumo de bebidas.
Es común plantearse, al menos una vez al año, visitar El Palmar. Como también entran en planes habituales el Puerto de Catarroja o restaurantes concretos de urbes limítrofes a la capital.
Pero lo que no deja de ser curioso es que en ese circuito no entre El Saler. La zona verde más cercana a la ciudad y donde, desde 1981, se erige un local frecuentado por todos aquellos que veranean en La Devesa pero semi-desconocido para el resto del mundo.
Su historia es la del paraje natural donde se construyó hasta que la ley dijo basta, permitiendo a unos pocos privilegiados integrar sus viviendas (o segundas residencias) en un entorno único a menos de 15 kilómetros de Valencia. Pero va mucho más allá de lo que ocurrió entonces.
Los hermanos Lahiguera Verdú, nacidos en una aldea cercana a Requena, se dedicaron en el pueblo a la hostelería hasta que alguien les habló de un local vacío inmenso debajo del que acabaría siendo el último edificio levantado. Y después de casi un año de acondicionamiento, aquel 16 de julio abrieron al público con dos espacios divididos entre cafetería y self service, que a día de hoy todavía conservan.
Su propuesta se basaba en tapas clásicas y, sobre todo, arroces. De los seis hermanos, cuatro trabajaban allí sin descanso. Y muy pronto sus calamares, bocadillos y paellas comenzaron a tomar fama en la localidad. Porque, hasta entonces, quienes vivían o veraneaban allí no disponían de ninguna opción de restauración cercana. Algo que se mantiene en 2018.
Dice Juan que el secreto era (y sigue siendo) sencillo: levantarse a las tres de la mañana para ir a Mercavalencia, algo que aún hace unos días a la semana. Comprar carne, pescado y fruta de calidad y ofrecerlo fresco y a buen precio a sus clientes. Algunos de los cuales llevan casi 40 años visitándole sistemáticamente.
Curiosamente, quien no suele pisar El Saler desconoce su existencia, pese a tenerlo a 15 minutos en coche y disponer de él abierto todo el año hasta que hace un lustro decidieron cerrar de noviembre a marzo. Pero sí han pasado por allí nombres como Stevie Wonder, Pepe Gálvez, Ruiz Mateos, Patrick Kluivert, Massiel, Sergio y Estíbaliz o El Gran Wyoming.
En el silencio mediático casi absoluto, han llegado a servir 1.300 raciones de arroz en un fin de semana. Han llenado el restaurante antes de abrirlo con una boda. Han traspasado el supermercado anexo que inauguraron al alimón y que les reportaba enormes beneficios en verano. Y han alimentado a tres generaciones a base de croquetas caseras y suquets marineros.
Dicen que los lugares especiales dejan de serlo cuando son descubiertos. Pero, para alguien cuyo abuelo cocinaba paellas excelentes cada domingo, era imposible no contar que existe la opción de comerse una de alta calidad mirando al mismo tiempo al bosque y al mar. Aunque ya se acabe el verano.
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